ISIS - UN LIBRO DE PATRICK COCKBURN

CAPÍTULO 1
EL SURGIMIENTO DE ISIS


EN LA ACTUALIDAD, LOS MOVIMIENTOS tipo Al Qaeda controlan una vasta región del norte y oeste de Iraq y del este y norte de Siria, varios cientos de veces más grande que cualquier territorio que alguna vez haya controlado Osama bin Laden.
Desde la muerte de Bin Laden, los afiliados o clones de Al Qaeda han tenido sus más grandes éxitos, incluyendo la toma de Raqqa en la parte oriental de Siria, la única capital provincial de aquel país en caer ante los rebeldes en marzo de 2013. En enero de 2014, ISIS se apoderó de Faluya, ciudad ubicada apenas a 65 kilómetros al oeste de Bagdad y que, como todo el mundo sabe, fue sitiada y atacada por los marines estadounidenses diez años atrás.

Al cabo de unos cuantos meses, ISIS también había tomado Mosul y Tikrit. Las líneas de combate pueden seguir cambiando, pero la expansión generalizada de su poderío será difícil de revertir. Gracias a los veloces ataques efectuados en junio de 2014 en muchos frentes a la vez a lo largo del centro y el norte de Iraq, los militantes de ISIS han desbancado a Al Qaeda como el grupo yihadista más poderoso y efectivo del mundo.

Estos sucesos causaron un impacto en políticos y especialistas cuyos puntos de vista acerca de lo que estaba ocurriendo a menudo eran superados por los acontecimientos. Una de las razones fue que resultaba demasiado arriesgado para los reporteros y observadores extranjeros visitar las áreas donde ISIS operaba, debido al enorme peligro de ser secuestrados o asesinados. «Aquellos que solían proteger a los medios extranjeros ya no pueden protegerse a sí mismos», me comentó un intrépido corresponsal al explicarme por qué ya no regresaría a la Siria tomada por los rebeldes.

Esta falta de cobertura fue conveniente para los Estados Unidos y otros gobiernos occidentales, ya que les permitía restar importancia a la magnitud del catastrófico fracaso de la «guerra contra el terrorismo» en los años que siguieron al 11 septiembre. Este fracaso también ha quedado enmascarado por los engaños y autoengaños por parte de los gobiernos. Al hacer referencia en West Point al papel que desempeñan los Estados Unidos en el mundo, el 28 de mayo de 2014 el presidente Obama dijo que la principal amenaza para los Estados Unidos ya no venía de Al Qaeda central, sino de «los afiliados y extremistas descentralizados de Al Qaeda, muchos de ellos con agendas enfocadas en los países donde operan». Agregó que «a medida que la guerra civil siria se extiende más allá de sus fronteras, se incrementa la capacidad de ir tras nosotros por parte de los grupos extremistas endurecidos por la guerra».

Eso era muy cierto, pero la solución de Obama para el riesgo fue, como él comentó, «aumentar el apoyo para quienes se encuentran en la oposición siria y ofrecen la mejor alternativa frente a los terroristas». Para el mes de junio ya estaba pidiendo al Congreso 500 millones de dólares con el fin de entrenar y equipar a miembros de la oposición siria «apropiadamente investigados». Aquí hay una verdadera intención de engañar, porque, como Biden habría de admitir cinco meses más tarde, la oposición militar siria está dominada por ISIS y por Jabhat al-Nusra (JAN), la representación oficial de Al Qaeda, y por otros grupos yihadistas extremistas. En realidad, no existe un muro divisorio entre ellos y los aliados opositores supuestamente moderados de los Estados Unidos.

Un oficial de inteligencia de un país de Oriente Medio vecino a Siria me dijo que los miembros de ISIS «dicen que siempre se sienten complacidos cuando se envían armas sofisticadas a grupos anti Assad de cualquier tipo porque siempre pueden quitarles las armas mediante amenazas, por la fuerza o mediante pagos en efectivo». Estos no son simples alardes. Las armas suministradas por los aliados estadounidenses como Arabia Saudita y Qatar a las fuerzas anti Assad en Siria han sido capturadas de manera regular en Iraq. Yo mismo experimenté las consecuencias de ese flujo de armas aun antes de la caída de Mosul, cuando en el verano de 2014 traté de reservar un vuelo a Bagdad en la eficiente aerolínea europea que utilicé un año antes. Me dijeron que habían descontinuado los vuelos a la capital iraquí debido a que temían que los insurgentes hubieran obtenido misiles antiaéreos portátiles, originalmente proporcionados a las fuerzas anti Assad en Siria, y que los usaran en contra de los vuelos comerciales que llegan al Aeropuerto Internacional de Bagdad. El apoyo occidental a la oposición siria pudo haber fracasado en derrocar a Assad, pero ha tenido éxito en desestabilizar a Iraq, como los políticos iraquíes predijeron que ocurriría hace mucho tiempo.

El fracaso de la «guerra contra el terrorismo» y el resurgimiento de Al Qaeda se explican de manera más amplia a través de un fenómeno que se hizo evidente a pocas horas de los ataques del 11 de septiembre. Los primeros movimientos de Washington dejaron en claro que la guerra antiterrorista se llevaría a cabo sin ninguna confrontación con Arabia Saudita o Paquistán, dos aliados cercanos a los Estados Unidos, a pesar de que sin la participación de estos dos países hubiera sido poco probable que dichos ataques ocurrieran. De los 19 secuestradores que actuaron ese día, 15 eran saudíes. Bin Laden procedía de la élite saudí.

En subsecuentes documentos oficiales estadounidenses, varias veces se hizo énfasis en que el financiamiento de Al Qaeda y los grupos yihadistas procedía de Arabia Saudita y de las monarquías del Golfo. En cuanto a Paquistán, desde principios de los noventa su ejército y su servicio militar desempeñaron un papel determinante en impulsar al poder a los talibanes en Afganistán, donde acogían a Bin Laden y Al Qaeda. Después de una breve interrupción durante y después del 11/9, Paquistán retomó su apoyo a los talibanes afganos. Al hacer referencia al papel central de Paquistán en el respaldo a los talibanes, el fallecido Richard C. Holbrooke, representante especial estadounidense ante Afganistán y Paquistán, dijo: «Quizás estemos luchando contra el enemigo equivocado en el país equivocado».

La importancia de Arabia Saudita en el surgimiento y el regreso de Al Qaeda con frecuencia se malentiende y se subestima. Arabia Saudita ejerce influencia debido a que su petróleo y su vasta riqueza la hacen poderosa en Oriente Medio y más allá. Sin embargo, no solo los recursos financieros hacen que sea un jugador importante. Otro factor es la propagación que hace del wahabismo, versión fundamentalista del Islam del siglo XVIII, que impone la ley sharia, relega a las mujeres a ser ciudadanas de segunda clase y considera a los musulmanes chiitas y sufíes como no musulmanes que deben ser perseguidos junto con cristianos y judíos.

Esta intolerancia religiosa y autoritarismo político, que tiene muchas similitudes con el fascismo europeo de la década de 1930 en cuanto a su presteza para utilizar la violencia, lejos de mejorar está empeorando. Por ejemplo, en años recientes, un saudí que creó un sitio web liberal en el que se podía criticar a los clérigos fue sentenciado a 1000 latigazos y siete años de prisión.

La ideología de Al Qaeda e ISIS toma muchos elementos del wahabismo. En cualquier parte del mundo musulmán, los críticos de esta nueva tendencia del Islam no sobreviven mucho tiempo. Son forzados a huir o son asesinados. Después de denunciar a líderes yihadistas en Kabul en 2003, un editor afgano los describió como fascistas sagrados que estaban usando inadecuadamente al Islam como «un instrumento para tomar el poder». No ha de sorprendernos que fuera acusado de insultar al Islam y tuviera que abandonar el país.
En décadas recientes, la forma en la que el wahabismo se está apoderando de la corriente principal del Islam sunita es mediante un progreso extraordinario en el mundo islámico. En un país tras otro, Arabia Saudita está aportando dinero para el entrenamiento de predicadores y la construcción de mezquitas. El resultado es la diseminación del conflicto sectario entre sunitas y chiitas. Estos últimos son blanco de una crueldad sin precedentes desde Túnez hasta Indonesia. Semejante sectarismo no está confinado a los pueblos rurales fuera de Alepo o en el Punjab; está envenenando las relaciones entre las dos corrientes en todos los grupos islámicos. Un amigo musulmán que vive en Londres me dijo: «Si miras la libreta de direcciones de cualquier sunita o chiita en Gran Bretaña, encontrarás muy pocos nombres de personas que no pertenecen a su comunidad».

Aun antes de Mosul, el presidente Obama comenzaba a darse cuenta de que los grupos tipo Al Qaeda eran mucho más fuertes que antes, pero su fórmula para tratar con ellos repite y exacerba antiguos errores. «Necesitamos socios que luchen a nuestro lado contra los terroristas», dijo a su audiencia en West Point. Sin embargo, ¿quiénes serán esos socios? No mencionó a Arabia Saudita ni a Qatar, ya que siguen siendo aliados cercanos y activos de los Estados Unidos en Siria. En su lugar, Obama señaló a «Jordania y el Líbano, a Turquía e Iraq» como socios que recibirán ayuda para «enfrentar a los terroristas que actúan a lo largo de las fronteras de Siria».
Hay algo absurdo en todo esto, ya que los yihadistas extranjeros en Siria y en Iraq, las personas que Obama admite son la mayor amenaza, solo pueden llegar a esos países porque pueden cruzar la frontera turco-siria de 820 kilómetros de largo sin ningún impedimento por parte de las autoridades turcas. Arabia Saudita, Turquía y Jordania pueden estar aterrorizadas por el Frankenstein que han ayudado a crear, pero hay muy poco que puedan hacer para contener al monstruo.

Un propósito sobreentendido por parte de los Estados Unidos al insistir en que Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Bahréin formaran parte de los ataques aéreos sobre Siria en septiembre o los apoyaran fue forzarlos a romper sus antiguos lazos con los yihadistas en Siria.

Siempre hubo algo de fantasía en que los Estados Unidos y sus aliados occidentales hicieran equipo con las monarquías teocráticas absolutas sunitas de Arabia Saudita y el Golfo para propagar la democracia y fortalecer los derechos humanos en Siria, Iraq y Libia. En 2011, el poder de los Estados Unidos en Oriente Medio era más débil que en 2003, debido a que sus ejércitos fracasaron en lograr sus objetivos en Iraq y Afganistán.

Cuando surgieron los levantamientos de 2011, el ala militarizada sectaria yihadista y sunita de movimientos rebeldes recibió inyecciones masivas de dinero por parte de los reyes y emires del Golfo. Los oponentes seculares no sectarios de los estados policiales establecidos mucho tiempo atrás pronto fueron marginados, acallados o asesinados. Los medios internacionales tardaron mucho en comprender cómo había cambiado la naturaleza de estos levantamientos, aunque los islamistas fueron muy abiertos con respecto a sus prioridades sectarias: en Libia, uno de los primeros actos de los rebeldes victoriosos fue convocar a la legalización de la poligamia, que había sido prohibida bajo el antiguo régimen.

ISIS es producto de la guerra. Sus miembros buscan reorganizar el mundo que los rodea a través de actos de violencia. La mezcla tóxica, pero potente, de habilidades militares y religiosas extremas que hizo este movimiento es resultado de la guerra en Iraq después de la invasión estadounidense en 2003 y de la guerra en Siria desde 2011. Precisamente cuando la violencia en Iraq estaba menguando, la guerra fue revivida por los árabes sunitas en Siria. Los medios y el gobierno en Occidente concuerdan en que la guerra civil en Iraq se reavivó debido a las políticas sectarias del primer ministro iraquí Nouri al-Maliki en Bagdad. En realidad, fue la guerra en Siria lo que desestabilizó a Iraq, debido a que grupos yihadistas como ISIS, que después recibieron el nombre de Al Qaeda en Iraq, encontraron un nuevo campo de batalla donde podían pelear y florecer.

Los Estados Unidos, los europeos y sus aliados regionales en Turquía, Arabia Saudita, Qatar, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos crearon las condiciones para el surgimiento de ISIS. Ellos avivaron un levantamiento sunita en Siria que se extendió a Iraq. Alentaron que la guerra continuara en Siria, aunque después de 2012 fue evidente que Assad no caería. Él nunca controló menos de 13 de las 14 capitales provinciales sirias, y estaba respaldado por Rusia, Irán y Hezbollah. Sin embargo, los únicos términos de paz que le ofrecieron durante las conversaciones de paz de Génova II[3] en enero de 2014 fueron que dejara el poder, aunque controlaba casi todas las ciudades de Siria. Él no iba a irse y se crearon condiciones ideales para que ISIS prosperara. Los Estados Unidos y sus aliados ahora están tratando de poner a las comunidades sunitas en Iraq y Siria en contra de los milicianos, pero será difícil de lograr mientras estos países estén convulsionados por la guerra.

El resurgimiento de los grupos tipo Al Qaeda no es una amenaza confinada a Siria, Iraq y sus vecinos cercanos. Lo que está ocurriendo en estos países, combinado con la creciente dominación de las creencias wahabistas intolerantes y exclusivas al interior de la comunidad sunita mundial, significa que 1600 millones de musulmanes, casi una cuarta parte de la población mundial, resultará cada vez más afectada. Es poco probable que los no musulmanes, incluyendo muchos en Occidente, no sean tocados por el conflicto. El resurgimiento actual del yihadismo, que ha cambiado el terreno político en Iraq y Siria, ya está teniendo efectos de gran alcance en la política global, con consecuencias terribles para todos nosotros.





CAPÍTULO 2
LA BATALLA DE MOSUL


EL 6 DE JUNIO DE 2014, los combatientes de ISIS iniciaron un ataque sobre Mosul, la segunda ciudad más grande de Iraq. Cuatro días más tarde, la ciudad cayó. Se trató de una victoria sorprendente lograda por una fuerza compuesta por unos 1300 hombres en contra de una poderosa fuerza conformada por 60 000 elementos que incluía al ejército iraquí y a la policía federal y local. Sin embargo, como mucho de lo que ocurre en Iraq, la disparidad en cuanto a los números no era exactamente lo que parecía. Era tal la corrupción prevaleciente en las fuerzas de seguridad iraquíes que solo uno de cada tres elementos se encontraba presente en Mosul y el resto pagaba la mitad de su salario a sus oficiales para tener licencia permanente.

Durante mucho tiempo, Mosul había sido sumamente insegura. En Iraq, Al Qaeda —nombre que previamente ostentaba ISIS— siempre ha mantenido una fuerte presencia en esta ciudad abrumadoramente sunita de 2 millones de habitantes. Durante un tiempo habían podido obtener dinero de manera regular por parte de las empresas a cambio de protección. En 2006, un amigo empresario que vivía en Bagdad me dijo que había cerrado su tienda de teléfonos celulares en Mosul debido a los pagos que tenía que hacer a Al Qaeda. Al año siguiente, los relatos exagerados del éxito producido por el aumento de tropas estadounidenses, las cuales supuestamente aplastaron a Al Qaeda, ignoraron el control de los militantes sobre Mosul. Unas cuantas semanas después de la caída de la ciudad, conocí a un empresario turco en Bagdad que me dijo que había tenido un enorme contrato de construcción en Mosul durante los últimos años. El emir local o líder de ISIS exigía que su compañía le pagara 500 000 dólares al mes a cambio de protección. «Me quejé una y otra vez al gobierno en Bagdad —dijo el empresario— pero no hicieron nada al respecto, excepto decirme que debía sumar el dinero que le pagaba a Al Qaeda al precio del contrato».

ISIS tenía otro punto a su favor, que hasta ahora le ha dado una ventaja sobre sus muchos enemigos. Los valles de los ríos Tigris y Éufrates, la estepa inhóspita y el desierto donde opera en el norte y oeste de Iraq y al este de Siria son muy parecidos, independientemente del lado de la frontera en el que te encuentres. Sin embargo, las condiciones políticas y militares son totalmente distintas en los dos países, lo cual permite a los comandantes de ISIS movilizar a sus fuerzas, avanzarlas o retrocederlas, aprovechar las oportunidades y tomar a sus enemigos por sorpresa. Así fue como ISIS tomó Mosul y Tikrit en junio, pero no atacó Bagdad; en julio infligió una serie de derrotas al ejército sirio; en agosto irrumpió en el Kurdistán iraquí y en septiembre tomó por asalto el enclave sirio kurdo en Kobani sobre la frontera con Turquía. ISIS se fortaleció mucho al operar en dos países distintos.
***

La caída de Mosul en junio de 2014 es un punto de quiebre tal en la historia de Iraq, Siria y Oriente Medio que vale la pena describir con detalle cómo y por qué cayó.

En el período previo al sitio, la campaña de ISIS comenzó con lo que parecían ser ataques distractores sobre otros objetivos al norte de Iraq. Probablemente fue una táctica para mantener al ejército iraquí y al gobierno con dudas sobre el verdadero objetivo durante tanto tiempo como fuera posible. Primero, una columna de vehículos atestados de hombres armados y portando armas de alto poder se abrió paso hacia Samarra, en la provincia de Salahudin, el 5 de junio, y sitió gran parte de la ciudad. Esto tuvo como finalidad provocar una fuerte respuesta por parte del gobierno debido a que en Samarra —aunque en su mayoría es sunita— se ubica Al-Askari, uno de los más sagrados templos chiitas. Un ataque con bomba en 2006 había llevado a una feroz respuesta chiita en que los sunitas fueron masacrados en todo Bagdad. Como era de esperar, el ejército iraquí trasladó en helicóptero refuerzos de su División Dorada[4] para expulsar a los combatientes enemigos. Otras distracciones incluyeron una en la que hombres armados tomaron parte del campus universitario en Ramadi, capital de la provincia de Anbar, donde cientos de estudiantes fueron tomados como prisioneros brevemente. En otra, en Baquba, al noreste de Bagdad, un coche-bomba impactó la agencia antiterrorista. Aquí, como en las demás partes, el equipo de asalto no insistió en sus ataques y pronto se retiró.

El ataque sobre Mosul fue mucho más grave, aunque esto no se hizo evidente al principio. Comenzó con cuatro bombardeos suicidas respaldados por fuego de mortero. A ISIS se le unieron otros grupos paramilitares sunitas, incluyendo al Ba’athista Nashbandi, Ansar al-Islam, y el Ejército Mujahidin, aunque ha sido materia de discusión qué tanto operaban estos grupos fuera de la autoridad de ISIS. Los combatientes yihadistas invadieron y derribaron los puestos de control del gobierno que durante mucho tiempo habían paralizado el tráfico en la ciudad, pero que resultaron inútiles como medida de seguridad. Estos ataques no fueron distintos a los de los tipos de distractores lanzados más al sur, pero el 7 de junio los Estados Unidos y el ministro del Interior kurdo detectaron un enorme convoy de ISIS que viajaba de Siria a Mosul. La batalla del día siguiente fue determinante cuando escuadrones de combatientes de ISIS tomaron importantes edificios, incluyendo las oficinas centrales de la Policía Federal. En Bagdad, el gobierno fracasó rotundamente al no darse cuenta de la seriedad de la situación, diciendo a los preocupados diplomáticos estadounidenses que solo tomaría una semana enviar refuerzos a Mosul. También rechazó una oferta por parte de Massoud Barzani, el líder kurdo, de enviar a sus peshmerga a Mosul para combatir a ISIS, considerando que era un acaparamiento de tierras oportunista.

La derrota se volvió irreversible el 9 de julio cuando tres comandantes iraquíes de alto nivel, Gen Abboud Qanbar, el subjefe del Estado mayor; Gen Ali Ghaidan, el comandante de las fuerzas terrestres, y Gen Mahdi Gharawi, comandante en jefe de Operaciones en Nínive, se subieron a un helicóptero y huyeron a Kurdistán. Esto llevó al colapso final del estado de ánimo y a la desintegración de las fuerzas armadas. El 11 de junio fue testigo de la incapacidad del gobierno de Al-Maliki de saber lo que estaba ocurriendo o de tomar una decisión cuando aprobó la movilización de peshmergas hacia la ciudad: un día después de que había caído.
La historia de un soldado del ejército iraquí nos permite tener una idea de lo que significó estar envuelto en esta vergonzosa derrota. A principios de junio, Abbas Saddam, un soldado raso de un distrito chiita en Bagdad que servía en la 11ª División del ejército iraquí, fue transferido de Ramadi a Mosul. El combate comenzó poco tiempo después de su llegada. Sin embargo, en la mañana del 10 de junio su comandante en jefe dijo a sus hombres que dejaran de disparar, que entregaran sus rifles a los insurgentes, que se quitaran los uniformes y que salieran de la ciudad. Antes de que pudieran obedecer, sus barracas fueron invadidas por una multitud de civiles.

«Nos lanzaron piedras —recuerda Abbas— y nos gritaban: “¡No los queremos en nuestra ciudad! ¡Ustedes son hijos de Maliki! ¡Son los hijos de La mutta! [la tradición chiita del matrimonio temporal del que se burlaban mucho los sunitas]! ¡Ustedes son Safavidas![5] ¡Ustedes son el ejército de Irán!”»

El ataque de la multitud revela que la caída de Mosul fue resultado tanto de un levantamiento popular como de un asalto militar. El ejército iraquí era aborrecido como una fuerza de ocupación extranjera de soldados chiitas, considerados en Mosul como criaturas de un régimen de marionetas iraní dirigido por Maliki. Abbas dice que eran combatientes de ISIS —siempre llamados Daash en Iraq por el acrónimo en árabe de su nombre: mezclados con la multitud[6]—. Dijeron a los soldados: «Ustedes están bien; simplemente dejen sus rifles y váyanse. Si no lo hacen, los mataremos». Abbas vio mujeres y niños con armas militares; los pobladores locales ofrecían a los soldados dishdashas para reemplazar sus uniformes de modo que pudieran huir[7]. Él logró regresar con su familia a Bagdad, pero no le dijo al ejército que estaba ahí porque tenía miedo de ser llevado a juicio por deserción, como le ocurrió a uno de sus amigos.
A los sunitas en Mosul les dio gusto ver que se fuera el ejército iraquí, y tenían miedo de que regresaran, aunque eran conscientes de que Mosul se había vuelto un lugar muy peligroso; sin embargo, no había mucho que pudieran hacer al respecto. El 11 de junio, una amiga, una sunita con un trabajo profesional, me envió un correo electrónico que nos da una idea de las ansiedades que muchos tenían.

Escribió:
Mosul ha caído totalmente en manos de ISIS. La situación aquí está muy calmada. Ellos parecen ser amables con las personas y protegen todas las instalaciones gubernamentales en contra de los saqueadores. El gobierno de Mosul y todo el ejército iraquí, la policía y las fuerzas de seguridad dejaron sus posiciones y huyeron de la batalla. Tratamos de huir a Kurdistán, pero no nos lo permitieron. Iban a ponernos como refugiados en tiendas bajo el rayo del sol. Por ello, la mayoría de las personas simplemente regresaron a casa y decidieron que no podían ser refugiados. Sin embargo, no sabemos lo que va a ocurrir en las próximas horas. Que Dios proteja a todos. Oren por nosotros.

No solo ocurrió en Mosul que las fuerzas de seguridad iraquíes se desintegraran y huyeran, y que la retirada fuera dirigida por sus comandantes en jefe. El pueblo de Bajyi, donde se ubica la refinería más grande de Iraq, se rindió sin dar pelea, lo mismo que Tikrit. Una vez más, un helicóptero apareció para llevarse a comandantes del ejército y oficiales de alto nivel. En Tikrit, los soldados que se rindieron fueron divididos en dos, sunitas y chiitas, y muchos de estos últimos fueron ametrallados mientras estaban frente a una trinchera, y su ejecución fue grabada en vídeo para intimidar a las unidades restantes de las fuerzas de seguridad iraquíes. Los estadounidenses dijeron que cinco de las 18 divisiones del ejército y la Policía Federal se habían desintegrado durante la caída en el norte de Iraq. Al mismo tiempo, ISIS parecía sorprendido por la magnitud de su propio éxito. «Enemigos y simpatizantes por igual están boquiabiertos», declaró el portavoz de ISIS, Abu Mohammed al-Adnani. Sin embargo, el alarde vino acompañado por una advertencia de que los combatientes de ISIS no debían impresionarse demasiado con todo el equipo militar estadounidense que habían capturado. «No caigan presa de sus vanidades o egos —les dijo— pero marchen hacia Bagdad antes de que los chiitas puedan recuperarse». Yo llegué a Bagdad el 16 de junio, cuando la gente todavía se encontraba en estado de shock después del colapso del ejército. Los habitantes no podían creer que el período que comenzó en 2005, cuando los chiitas trataron de dominar Iraq como los sunitas lo habían hecho bajo el régimen de Saddam Hussein y la monarquía, hubiera llegado a su fin repentinamente. Desde su perspectiva, el desastre fue tan inesperado e inexplicable que cualquier otra calamidad parecía posible. La capital debía estar segura: tenía una mayoría chiita y era defendida por lo que quedaba del ejército regular, así como por decenas de miles de milicianos chiitas; sin embargo, lo mismo pudo haberse dicho de Mosul y Tikrit.

La primera reacción del gobierno frente a la derrota fue de incredulidad y pánico. Maliki culpó de la caída de Mosul a una gran conspiración, aunque nunca identificó a los conspiradores. Lucía tan desconcertado como desafiante, pero no parecía sentir ningún tipo de responsabilidad personal por la derrota, a pesar de que él mismo nombró a los 15 comandantes divisionales del ejército.
En los primeros días posteriores a la caída de Mosul, había una sensación de histeria a medio reprimir en las calles vacías: las personas se quedaban en casa, atemorizadas, siguiendo las últimas noticias por televisión. Muchos habían almacenado comida y combustible a pocas horas de enterarse del colapso del ejército. Las tiendas de dulces y las panaderías hicieron pastas especiales para romper el ayuno al final del día durante el Ramadán, pero pocas personas las compraban. Las bodas se cancelaron. La ciudad fue inundada por rumores de que ISIS planeaba llevar a cabo una arremetida repentina en el centro de Bagdad e irrumpir en la Zona Verde a pesar de sus inmensas fortificaciones. Un diario de Bagdad informó de que unos siete ministros y 42 miembros del Parlamento se habían refugiado en Jordania junto con sus familias. El miedo más grande era que los combatientes de ISIS —que se encontraban tan solo a una hora en auto en Tikrit y Faluya— programaran su ataque para coincidir con un levantamiento en los enclaves sunitas de la capital. En Bagdad, los sunitas, aunque alentados por las noticias de la caída de provincia sunitas ante los insurgentes, tenían miedo de que los chiitas se sintieran tentados a llevar a cabo una masacre preventiva de la minoría sunita en la ciudad como una quinta columna potencial[8]. Las fortalezas sunitas, como Al-Adhamiya en la ribera este del Tigris, parecían estar desiertas.
Por ejemplo, traté de contratar a un conductor que me recomendó un amigo. Me dijo que necesitaba el dinero, pero que era sunita y era muy grande el riesgo de ser detenido en un puesto de control. «Tengo tanto miedo —dijo— que siempre me quedo en casa después de las seis de la tarde». Era fácil saber a qué se refería. Los hombres de apariencia siniestra vestidos de civiles, quienes podían pertenecer a la inteligencia gubernamental o a las milicias chiitas, habían aparecido repentinamente en puestos de control policíacos y del ejército para identificar sospechosos. Estos nuevos oficiales vestidos con ropa normal se encontraban claramente en posición de dar órdenes a policías y soldados.

Los oficinistas sunitas pidieron permiso para irse a casa temprano para evitar ser arrestados; otros dejaron de ir a trabajar. El hecho de que una persona sea detenida en un puesto de control conlleva una carga extra de miedo en Bagdad porque todo mundo, particularmente los sunitas, recuerda a lo que esto llevó durante la guerra civil sectaria de 2006-2007: muchos de los puestos de control eran dirigidos por escuadrones de la muerte y una identificación equivocada significaba una ejecución inevitable. Las notas de prensa afirmaban que los asesinos eran «hombres vestidos de policías», pero todo mundo en Bagdad sabe que los policías y los milicianos a menudo son intercambiables. No tenía nada de paranoico o irracional la perenne sensación de amenaza. El consejero de Seguridad Nacional en funciones de Iraq, Safa Hussein, me dijo que «muchas personas piensan» que ISIS «sincronizará ataques desde dentro y fuera de Bagdad». Él creía que un ataque de ese tipo era posible, aunque pensaba que llevaría a una derrota para ISIS y los rebeldes sunitas que se unieran a ellos. Los sunitas son una minoría, pero no sería difícil que una fuerza de ataque procedente de los feudos sunitas en la provincia de Anbar uniera fuerzas con distritos en la ciudad, como Amariya.




CAPÍTULO 3
EN ESTADO DE NEGACIÓN


EL 8 DE AGOSTO, LA FUERZA aérea estadounidense comenzó a bombardear a ISIS en Iraq, pero desde el 23 de septiembre los generales añadieron a Jabhat al-Nusra, representante de Al Qaeda en Siria, a sus objetivos. Los militantes, que desalojaron a sus hombres y su equipo de los edificios y las posiciones que pudieran ser atacadas fácilmente, regresaron a las tácticas de guerrilla que en el pasado les resultaron muy útiles.

En los Estados Unidos e Inglaterra (que comenzó sus operaciones aéreas en Iraq el 27 de septiembre), había conversaciones grandilocuentes sobre mermar y derrotar a ISIS; sin embargo, no había evidencia alguna de un plan a largo plazo distinto al de contener y hostigar a los yihadistas por medios militares. Como ocurrió con tanta frecuencia durante la intervención militar estadounidense en Iraq entre 2003 y 2011, los medios prestaron un exceso de atención a las acciones de los gobiernos occidentales, como principales promotoras de los acontecimientos. Esto fue acompañado de una comprensión de los sucesos sobre el terreno iraquí y sirio, y de los motivos que realmente impulsaban la crisis en ambos países.

De igual manera, hubo una gran alegría en las capitales occidentales cuando Iraq por fin se deshizo de Nouri al-Maliki como primer ministro y lo reemplazó por Haider al-Abadi. La nueva administración fue presentada como más incluyente hacia los árabes sunitas y kurdos en comparación con el régimen de Maliki, pero seguía dominada por el partido Dawa —que aún tenía menos miembros en el gabinete que antes— y otros partidos religiosos chiitas. Abadi prometió a los sunitas que habría un fin a los bombardeos de áreas civiles sunitas, pero en una semana, en septiembre, Faluya fue bombardeada durante seis de los siete días, con un saldo de 28 civiles asesinados y 118 heridos, de acuerdo con el hospital local.

Se exageró la magnitud del cambio político y no se dio suficiente atención al hecho de que Abadi, aun con combatientes de ISIS a unas cuantas millas de Bagdad, no pudo lograr que el parlamento iraquí aprobara sus elecciones para los puestos cruciales de ministro de Defensa y ministro del Interior. Reidar Visser, el experto noruego en asuntos sobre Iraq, calificó este fracaso como «mucho más significativo que la plétora de reuniones internacionales que actualmente se está llevando a cabo para derrotar a ISIS en Iraq».
Un indicador del verdadero estado de cosas en ese momento fue el resultado que se produjo después del cerco de una semana a una base militar iraquí en Saqlawiya, justo a las afueras de Faluya, al término del cual los combatientes de ISIS invadieron la posición asesinando o capturando la mayoría de las guarniciones. Un oficial iraquí que escapó fue citado diciendo que «de un estimado de 1000 soldados en Saqlawiya, solo alrededor de doscientos habían logrado huir». ISIS dijo que había tomado o destruido cinco tanques y 41 Humvees para liberar el área «de la suciedad de los Safavidas (chiitas)». Los soldados iraquíes sobrevivientes se quejaron de que durante el cerco no recibieron refuerzos ni suministro de municiones, comida o agua, pese a que solo se encontraban a 65 kilómetros de Bagdad. En otras palabras, tres meses y medio después de la caída de Mosul y seis semanas después del inicio de los ataques aéreos estadounidenses, el ejército iraquí aún no podía resistir un ataque de ISIS ni llevar a cabo una operación militar elemental. Como ocurrió en Mosul y Tikrit, los éxitos aparentemente napoleónicos de ISIS se explicaron, en parte, por la incapacidad del ejército iraquí.

En Siria, los ataques aéreos igualmente llevaron a ISIS a regresar a las operaciones tipo guerrilla, además de dos ataques efectuados en el norte contra enclaves kurdos. Algunas unidades rebeldes en los alrededores de Damasco —que anteriormente se habían dado pomposos nombres islámicos para atraer el financiamiento saudita y del Golfo— cambiaron de forma oportunista a nombres más seculares, en un intento por atraer el apoyo estadounidense. Jabhat al-Nusra, quien —probablemente para su propia sorpresa— había sido atacado por los Estados Unidos, condenó los ataques aéreos estadounidenses y prometió llevar a cabo acciones comunes con otros yihadistas en contra de «Los Cruzados». Al igual que en Iraq, no sería fácil voltear a los sunitas y los rebeldes en contra de ISIS; los Estados Unidos estaban comenzando a ser vistos como los aliados de facto de Assad, aunque sus declaraciones indicaran lo contrario.
***

En junio, muchas personas en Bagdad tenían miedo de que ISIS lanzara un ataque sobre la capital, pero el ataque nunca ocurrió. Como la atención del mundo se volcó al hecho de que una aeronave malaya fue derribada sobre Ucrania por rebeldes patrocinados por los rusos, y los israelitas bombardearon Gaza con un saldo de 2000 palestinos muertos, ISIS consolidó su posición en la provincia abrumadoramente sunita de Anbar, que se extiende a lo largo del occidente de Iraq. En Siria, derrotó o incorporó a sus filas a otros grupos rebeldes y capturó cuatro bases militares sirias distintas, infligiendo grandes bajas y llevándose una gran cantidad de equipo pesado; fueron las peores derrotas sufridas por el gobierno de Damasco a lo largo de todo el levantamiento.

El recién declarado califato se expandía cada día y ahora cubría un área mayor que Gran Bretaña, que estaba habitada por alrededor de 6 millones de personas, una población más grande que la de Dinamarca, Finlandia o Irlanda. Después de unas cuantas semanas de combates en Siria, ISIS se estableció como la fuerza dominante en la oposición siria, al dirigir al socio oficial de Al Qaeda, Jabhat al-Nusra, en la provincia petrolera de Deir Ezzor, y ejecutar a su comandante local cuando trató de huir. En la parte norte de Siria, unos 5000 combatientes de ISIS utilizaban tanques y artillería capturada del ejército iraquí en Mosul para asediar a medio millón de kurdos en su enclave en Kobani, sobre la frontera turca. En Siria central, cerca de Palmira Tadmur, ISIS enfrentaba al ejército sirio mientras invadía el yacimiento de Al-Shaer, uno de los más grandes del país, en un ataque sorpresa que dejó un estimado de trescientos soldados y civiles muertos. Los repetidos contraataques gubernamentales finalmente lograron recuperar el yacimiento, pero ISIS seguía controlando la mayor parte de la producción de petróleo y gas. La fuerza aérea estadounidense habría de concentrarse en hacer estallar las instalaciones petroleras de ISIS cuando comenzó su bombardeo, pero un movimiento que afirma estar cumpliendo con la voluntad de Dios y que hace de la inmolación un culto no va a darse por vencido ni a desmoralizarse gravemente debido a una falta de dinero.

El nacimiento del nuevo Estado fue el cambio más radical en la geografía política de Oriente Medio desde la implementación del Acuerdo Sykes-Picot como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Al principio, esta transformación explosiva sorprendentemente causó muy poca alarma a escala internacional, e incluso entre los habitantes de Iraq y Siria que aún no se encontraban bajo el dominio de ISIS. Los políticos y diplomáticos tendían a considerar a ISIS como un partido incursionista beduino que repentinamente aparece del desierto, obtiene victorias apabullantes y luego se retira a su fortaleza dejando el statu quo prácticamente sin cambios. La velocidad y lo inesperado de su surgimiento hizo que Occidente y los líderes regionales se vieran tentados a tener la esperanza de que la caída de ISIS y la imposición del califato pudieran ser igualmente repentinas y veloces. Como ocurre en cualquier desastre, el estado de ánimo de las personas oscilaba entre el pánico y el pensamiento fantasioso de que la calamidad no era tan grande como se imaginó al principio. En Bagdad —que cuenta con una población de 7 millones de habitantes, la mayoría de ellos chiitas—, las personas sabían qué esperar si las fuerzas antichiitas de ISIS tomaban la ciudad, pero las alentaba el hecho de que no hubiera ocurrido aún. «Al principio nos atemorizaba el desastre militar, pero nosotros los bagdadíes nos hemos acostumbrado a las crisis durante los últimos 35 años», dijo una mujer. Aun con ISIS a las puertas, los políticos iraquíes siguieron jugando juegos políticos mientras avanzaban lentamente hacia el reemplazo del desacreditado primer ministro, Nouri al-Maliki. «Es verdaderamente surrealista —me dijo un exministro iraquí—. Cuando hablas con cualquier líder político en Bagdad parece como si no hubieran perdido la mitad del país». Los voluntarios se habían ido al frente de batalla después de una fatwa emitida por el gran Ayatolá, Ali al-Sistani, el clérigo chiita más influyente de Iraq.

Sin embargo, para el mes de julio estos milicianos estaban regresando en tropel a sus hogares, quejándose de que casi los habían dejado morir de hambre y los forzaron a utilizar sus propias armas y a comprar sus propias municiones. El único contraataque a gran escala lanzado por el ejército regular y la milicia chiita recién incrementada fue una incursión desastrosa en Tikrit el 15 julio, incursión que fue emboscada y derrotada, con graves pérdidas. No hay señal de que la naturaleza disfuncional del ejército iraquí haya cambiado. «Estaban utilizando solo un helicóptero para apoyar a las tropas en Tikrit —dijo el exministro—, así que me pregunto ¿qué diantres pasó con los 140 helicópteros que el Estado iraquí compró en años recientes?». Quizá la respuesta era que el dinero de los otros 139 helicópteros simplemente se lo robaron

Frente a estos desastres, la mayoría chiita encontró consuelo en dos creencias que, si eran ciertas, significarían que la situación que prevalecía no era tan peligrosa como parecía. Ellos argumentaban que los sunitas iraquíes habían hecho una revuelta y que los combatientes de ISIS eran solo las tropas de choque o la vanguardia de un levantamiento provocado por las políticas y acciones antisunitas de Maliki. Una vez que fuera reemplazado —como parecía inevitable, dada la presión de Irán, Estados Unidos y la jerarquía clerical chiita—, Bagdad ofrecería a los sunitas un nuevo acuerdo de poder compartido con una autonomía regional similar a la que disfrutaban los kurdos. Luego, las tribus sunitas, los antiguos oficiales militares y los baathistas que habían permitido que ISIS tomara el mando en la revuelta sunita se volcarían contra sus feroces aliados. A pesar de todas las señales que indicaban lo contrario, los chiitas, en todos los niveles, estaban poniendo su fe en este mito consolador de que ISIS era débil y podía ser desechado fácilmente por los sunitas moderados una vez que alcanzaran sus objetivos. Un chiita me dijo: «Me pregunto si ISIS realmente existe». Por desgracia, ISIS no solo existe sino que se trata de una organización eficiente e implacable que no tiene la intención de esperar a que sus aliados sunitas la traicionen.

En Mosul, exigían que todos los combatientes de la oposición juraran lealtad al califato o depusieran las armas. A finales de junio y principios de julio, los militantes arrestaron a exoficiales de la era de Saddam Hussein, incluidos dos generales. A los grupos que habían colgado imágenes de Saddam Hussein se les dijo que las bajaran o enfrentaran las consecuencias. «No parece probable —dijo Aymenn al-Tamimi, un experto en el tema de los yihadistas— que el resto de la oposición militar sunita pueda voltearse contra ISIS con éxito. Si lo hacen, tendrán que actuar lo más rápidamente posible antes de que ISIS se fortalezca demasiado». Señaló que el ala supuestamente más moderada de la oposición sunita no había hecho nada para impedir que lo que quedaba de la antigua comunidad cristiana en Mosul fuera obligada a huir después de que ISIS les dijera que tenían que convertirse al Islam, pagar un impuesto especial o ser asesinados. Los miembros de otras sectas y grupos étnicos denunciados como chiitas o politeístas eran perseguidos, encarcelados o asesinados. Parecía desvanecerse el momento de que la oposición no perteneciente a ISIS pudiera constituir un desafío.

Los chiitas iraquíes ofrecieron otra explicación para la forma en la que su ejército se desintegró: recibió una puñalada por la espalda de los kurdos. Como buscaba deshacerse de la culpa que recaía sobre él, Maliki afirmó que Erbil, la capital kurda, «es un cuartel general para ISIS, los baathistas, Al Qaeda y los terroristas». Muchos chiitas lo creen: les hace sentir que sus fuerzas de seguridad (350 000 soldados y 650 000 policías) fracasaron porque fueron traicionadas y no porque no quisieran pelear. Un iraquí me dijo que se encontraba en una cena iftar[9] durante el Ramadán «con un centenar de profesionales chiitas, la mayoría doctores e ingenieros, y todos daban como cierta la teoría de la puñalada por la espalda como una explicación de lo que había salido mal». El enfrentamiento con los kurdos era importante porque hacía imposible crear un frente unido en contra de ISIS y mostraba cómo, aun cuando eran enfrentados por un enemigo común, los chiitas y los líderes kurdos no podían cooperar. El líder kurdo, Massoud Barzani, se había aprovechado de la huida del ejército iraquí para tomar por la fuerza todos los territorios —incluida la ciudad de Kirkuk— que habían disputado kurdos y árabes desde 2003. Ahora tiene una frontera común de 965 kilómetros con el califato y era un aliado patente para Bagdad, donde los kurdos conformaban una parte del gobierno. Al tratar de utilizar como chivos expiatorios a los kurdos, Maliki aseguró que los chiitas no tuvieran aliados en su enfrentamiento con ISIS si este retomaba su ataque teniendo como objetivo Bagdad. En cuanto a los sunitas, era poco probable que quedaran satisfechos con la autonomía regional para las provincias sunitas y con una porción mayor de empleos y rentas por concepto de petróleo. Su levantamiento se había convertido en una contrarrevolución total, cuyo objetivo era recuperar el poder en todo Iraq.

En los abrasadores días de verano de julio, Bagdad tuvo una atmósfera de guerra ilusoria como la de Londres o París a finales de 1939 o principios de 1940, y por razones similares. Los habitantes temían una batalla inminente en la capital después de la caída de Mosul, pero no había ocurrido aún y los optimistas tenían la esperanza de que no sucediera en absoluto. La vida era más incómoda de lo que solía ser —algunos días con solo cuatro horas de electricidad— pero, al menos, la guerra aún no había llegado al centro de la ciudad. Cené en el Club Alwiya, en el centro de Bagdad, y me fue difícil encontrar una mesa. Los líderes chiitas de Iraq no habían comprendido que su dominación del Estado iraquí —que se produjo gracias al derrocamiento de Saddam Hussein por parte de los Estados Unidos— había llegado a su fin, y solo habían quedado restos chiitas. Había terminado debido a su propia incompetencia y corrupción y a que el levantamiento sunita en Siria en 2011 desestabilizó el equilibrio sectario de poder en Iraq. En Siria, la victoria sunita dirigida por ISIS en Iraq amenazaba con romper el impasse militar. Assad había estado haciendo retroceder lentamente a una oposición en proceso de debilitamiento: en Damasco y las afueras, en las montañas Qalamun a lo largo de la frontera libanesa y en Homs, las fuerzas gubernamentales habían estado avanzando lentamente y estaban cerca de rodear el enorme enclave rebelde en Alepo. Sin embargo, las tropas de combate de Assad son visiblemente escasas en tierra, necesitan evitar fuertes bajas y solo tienen fuerza para pelear en un frente a la vez. La táctica del gobierno consiste en devastar un distrito tomado por rebeldes con fuego de artillería y barriles bomba dejados caer desde helicópteros, forzar a la mayoría de la población a huir, acordonar lo que ahora podría ser un mar de ruinas y, finalmente, obligar a los rebeldes a rendirse.

Sin embargo, la llegada de grandes cantidades de combatientes de ISIS bien armados y renovados debido a los éxitos recientes planteaba un nuevo y peligroso desafío para Assad. La teoría conspiratoria —muy favorecida por el resto de la oposición siria y por diplomáticos occidentales— de que ISIS y Assad eran aliados resultó ser falsa cuando ISIS obtuvo victorias en el campo de batalla. Del mismo modo, en Bagdad la teoría conspiratoria de que ISIS era aliado de los kurdos cayó por tierra cuando ISIS lanzó su siguiente ataque sorpresa en contra de regiones kurdas, derrotó a los peshmerga en Sinjar, forzando a los yazidíes a huir, amenazando a la capital kurda, Erbil, y provocando un regreso del ejército estadounidense a la guerra de Iraq.
Cuando ISIS se volvió la fuerza más poderosa en la oposición, Siria constituyó un dilema para Occidente y sus aliados regionales —Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Turquía—: la política oficial de estos países consistía en deshacerse de Assad, pero ISIS era ahora la segunda fuerza militar más poderosa en Siria; si Assad caía, ISIS se encontraba en excelentes condiciones de llenar el vacío. Al igual que los líderes chiitas en Bagdad, los Estados Unidos y sus aliados respondieron al levantamiento de ISIS cayendo en la fantasía. Simulaban estar promoviendo una «tercera fuerza» de rebeldes sirios moderados para combatir tanto a Assad como a ISIS, aunque, en privado, los diplomáticos occidentales admitían que este grupo realmente no existía fuera de unos cuantos focos asediados. Aymenn al-Tamimi confirmó que esta oposición respaldada por Occidente «está debilitándose cada vez más y más». Él cree que proporcionarles más armas no hará mucha diferencia. Cuando comenzaron los ataques aéreos estadounidenses, los Estados Unidos dijeron al gobierno sirio cuándo y en dónde estarían, pero no a los rebeldes moderados, a quienes los Estados Unidos respaldaban públicamente. El ejército estadounidense supuestamente calculó que cualquier cosa que dijeran al Ejército Libre Sirio —el grupo sombrilla independiente de unidades rebeldes— la sabrían ISIS y Jabhat al-Nusra al cabo de pocos minutos.
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El temor a ISIS creció a escala internacional después de la caída de Mosul, pero en realidad solo se volvió algo profundo y generalizado cuando ISIS dirigió a las fuerzas kurdas en Sinjar a principios de agosto y parecía estar listo para tomar la capital kurda, Erbil. Hubo un reagrupamiento repentino de alianzas y prioridades nacionales. Como se mencionó anteriormente, los padres adoptivos de ISIS y otros movimientos yihadistas sunitas en Iraq y Siria fueron Arabia Saudita, las monarquías del Golfo y Turquía. Esto no quiere decir que los yihadistas no tuvieran fuertes raíces autóctonas, sino que su surgimiento fue apoyado de manera determinante por potencias sunitas externas. La ayuda saudita y qatarí fue, primordialmente, financiera, por lo regular a través de donativos privados, mismos que, dice el exjefe de MI6 Richard Dearlove, fueron decisivos para la toma de poder de ISIS en las provincias sunitas en el norte de Iraq: «Ese tipo de cosas no ocurren de forma espontánea».

En un discurso en Londres en el mes de julio, dijo que la política saudita hacia los yihadistas tiene dos motivos contradictorios: el miedo a los yihadistas que operan al interior de Arabia Saudita y un deseo de utilizarlos en contra de los poderes chiitas en el extranjero. Dijo que los saudíes se sienten «profundamente atraídos por cualquier militancia que pueda desafiar de manera efectiva al dominio chiita». Es poco probable que la comunidad sunita en general en Iraq se haya alineado detrás de ISIS sin el apoyo que Arabia Saudita dio directa o indirectamente a muchos movimientos sunitas. Lo mismo ocurre con Siria, donde el príncipe Bandar bin Sultan —exembajador saudí en Washington y jefe de la Inteligencia saudita de 2012 a febrero de 2014— hizo todo lo que tenía a su alcance para respaldar a la oposición yihadista hasta su destitución. Temerosos de lo que habían ayudado a crear, los saudíes ahora daban un giro radical, arrestando a voluntarios yihadistas en lugar de fingir que no los veían cuando iban de Siria a Iraq, pero quizá sea demasiado tarde. Los yihadistas saudíes tienen poco amor por la Casa de Saud. El 23 de julio, ISIS lanzó un ataque sobre una de las últimas fortalezas del ejército sirio en la provincia norteña de Raqqa. Todo inició con un ataque suicida con coche-bomba; el vehículo era conducido por un saudí de nombre Khatab al-Najdi, quien había puesto fotografías en las ventanas del auto de tres mujeres encarceladas en prisiones sauditas; una de ellas era Hila al-Kasir, su sobrina.

El papel de Turquía ha sido distinto, pero no menos importante que el de Arabia Saudita en cuanto a brindar ayuda a ISIS y a otros grupos yihadistas. Su acción más importante ha consistido en mantener abierta su frontera de 900 kilómetros con Siria. Esto dio a ISIS, a Al-Nusra y a otros grupos de oposición una base de retaguardia segura a través de la cual ingresar hombres y armas. Los puntos de cruce fronterizos han sido los lugares más disputados durante la «guerra civil dentro de la guerra civil» de los rebeldes. La mayoría de los yihadistas extranjeros han cruzado Turquía en su camino hacia Siria e Iraq. Es difícil dar con figuras precisas, pero el ministro del Interior de Marruecos dijo recientemente que 1122 yihadistas marroquíes han entrado a Siria, incluyendo novecientos que entraron en 2013, doscientos de los cuales fueron asesinados. La seguridad iraquí sospecha que la inteligencia militar turca pudo haber estado fuertemente involucrada en apoyar a ISIS cuando estaba reconstituyéndose en 2011. Los reportes de la frontera turca indican que ISIS ya no es bienvenido, pero al contar con armas arrebatadas al ejército iraquí y con la toma de petróleo y yacimientos sirios, ya no necesita tanta ayuda del exterior. Los kurdos turcos y sirios acusaron a Turquía de seguir estrechamente vinculada a ISIS, pero esto es, probablemente, una exageración. Sería más preciso decir que Turquía podía ver las ventajas de que ISIS debilitara a Assad y a los kurdos sirios. Cuando comenzó el bombardeo de Siria en septiembre, los Estados Unidos alardeaban de haber reunido una coalición de cuarenta estados, pero esta alianza independiente no solo era difícil de manejar sino que tenía agendas tan distintas como para paralizar la acción unificada.

Para los Estados Unidos, Inglaterra y las potencias occidentales, el surgimiento de ISIS y del califato es el más grande desastre. Cualesquiera que hayan sido sus intenciones con la invasión de Iraq en 2003 y con sus esfuerzos de librarse de Assad en Siria desde 2011, no fueron las de ser testigos de la creación de un Estado yihadista que abarcara la parte norte de Iraq y Siria, y dirigido por un movimiento cien veces mayor y mucho mejor organizado que Al Qaeda de Osama bin Laden. La «guerra contra el terrorismo», por la cual se han limitado las libertades civiles y se han gastado cientos de miles de millones de dólares, ha fracasado miserablemente. La creencia de que ISIS está interesado solo en conflictos de «musulmanes contra musulmanes» es otro ejemplo de pensamiento fantasioso: ISIS ha mostrado que peleará con cualquiera que no se adhiera a su variante intolerante, puritana y violenta del Islam. ISIS difiere de Al Qaeda en que se trata de una organización militar bien dirigida que tiene mucho cuidado al elegir sus objetivos y el momento óptimo para atacarlos.

Muchas personas en Bagdad esperaban que los excesos de ISIS —por ejemplo, el hecho de hacer explotar mezquitas que se consideran santuarios, como el de Yunus (Jonás) en Mosul— marginaría a los sunitas. A largo plazo podrían hacer eso a medida que ISIS imponga sus primitivas normas religiosas y sociales a lo largo de su territorio. Vale la pena relatar un incidente que ilustra esto —tomado de un área controlada por ISIS— y muestra el estado de ánimo popular. La testigo relata:

Justo esta tarde, estando con mi anciana madre, salí de compras y compré medicinas llevando puesta una tela delgada que mostraba únicamente mis ojos. ¿Qué puedo hacer? La semana pasada, una mujer estaba de pie junto a un quiosco y se descubrió el rostro para beber una botella de agua. Uno de ellos (ISIS) se le acercó y la golpeó en la cabeza con una gruesa barra. El hombre no se dio cuenta de que el esposo de la mujer estaba cerca de ella. Su esposo lo golpeó y se alejó corriendo disparando al azar hacia el cielo mientras las personas, como una muestra de solidaridad, persiguieron al hombre para golpearlo. Esta es tan solo una historia de la brutalidad que estamos viviendo.

En una tierra de fumadores, las fogatas de cigarrillos organizadas por ISIS no son populares[10]. Pero oponerse a ISIS es muy peligroso y, debido a su brutalidad, ha llevado la victoria a una comunidad sunita derrotada y perseguida. Hasta los sunitas en Mosul, que no simpatizan con ISIS, tienen miedo del regreso de un gobierno iraquí vengativo dominado por chiitas. Hasta ahora, la respuesta de Bagdad a su derrota ha sido bombardear al azar Mosul y Tikrit, dejando a los habitantes de la localidad sin dudas respecto a la indiferencia que tienen hacia su bienestar o su supervivencia. El miedo no cambiará a pesar de que Maliki sea reemplazado por un primer ministro más conciliador. Un sunita de Mosul que me escribió justo después de que un misil disparado por las fuerzas gubernamentales explotara en la ciudad, me dijo: «Las fuerzas de Maliki ya han destruido la Universidad de Tikrit. Ha quedado en escombros, como toda la ciudad. Si Maliki nos alcanza en Mosul, asesinará a los pobladores o los convertirá en refugiados. Oren por nosotros». Esos puntos de vista son comunes, y hacen menos probable que los sunitas se levanten contra ISIS y su califato. Ha nacido un nuevo y terrorífico Estado que no desaparecerá fácilmente.




CAPÍTULO 4
YIHADISTAS EN MARCHA


UN VÍDEO DEL ESTADO ISLÁMICO de Iraq y el Levante (ISIS, anteriormente Al Qaeda en Iraq) publicado en internet durante la primavera de 2014 muestra a yihadistas extranjeros, probablemente en alguna parte de Siria, quemando sus pasaportes para demostrar un compromiso permanente con la yihad. Ver la película —que fue realizada de manera profesional— resulta aleccionador para cualquier persona que imagine que la guerra que se desarrolla en Siria puede contenerse. Muestra, más bien, cómo el conflicto en la gran franja de territorio que se encuentra entre el río Tigris y la costa del Mediterráneo está comenzando a convulsionar a la región entera.
De las portadas de los pasaportes que fueron quemados se podría inferir que la mayoría de ellos son sauditas —de color verde malaquita— o jordanos —de color índigo—, aunque muchas otras nacionalidades están representadas en el grupo. A medida que cada hombre hace pedazos su pasaporte y lo arroja a las llamas, hace una declaración de fe, una promesa de luchar contra el gobernante del país del que procede. Un canadiense da un breve discurso en inglés y, antes de cambiar al árabe, dice: «[Este] es un mensaje para Canadá y para todos los poderes estadounidenses. Estamos avanzando y vamos a destruiros». Un jordano dice: «Digo al tirano de Jordania: somos los descendientes de Abu Musab al-Zarqawi [el padre fundador jordano de Al Qaeda en Iraq, asesinado por aviones estadounidenses en 2006] y venimos a mataros». Un saudí, un egipcio y un checheno expresan amenazas similares subrayando la intención abierta de los yihadistas de operar en cualquier parte del mundo. Lo que hace particularmente alarmantes a sus amenazas es que su área base, la tierra donde tienen el control, hoy en día es mucho más grande que cualquier otra que un grupo tipo Al Qaeda haya tenido jamás.
Si observamos un mapa de Oriente Medio, encontramos que las organizaciones tipo Al Qaeda se han convertido en una fuerza letalmente poderosa en un territorio que se extiende desde la provincia de Diyala, al noreste de Bagdad, hasta la provincia norteña de Latakia, en la línea costera mediterránea de Siria. La totalidad del valle del Éufrates, pasando por Iraq occidental, Siria oriental y hasta la frontera turca está, en la actualidad, bajo la égida de ISIS o JAN, este último el representante oficial de lo que los funcionarios estadounidenses llaman el núcleo de Al Qaeda en Paquistán. Los grupos tipo Al Qaeda en el poniente y el norte de Iraq y en el norte y el oriente de Siria controlan ahora un territorio del tamaño de Gran Bretaña o Michigan, y el área en la que pueden llevar a cabo sus operaciones es mucho más grande.
***

La frontera sirio-iraquí prácticamente ha dejado de existir. Vale la pena ver por separado la situación en los dos países, considerando primero a Iraq. Aquí, casi todas las áreas sunitas —cerca de una cuarta parte del país— están completa o parcialmente controladas por ISIS. Antes de tomar Mosul y Tikrit, ISIS podía desplegar unos 60 000 combatientes, pero esta cifra se ha multiplicado varias veces desde que ha aumentado su prestigio y convocado a jóvenes varones sunitas tras sus victorias espectaculares. Su nombre mismo (Estado islámico de Iraq y el Levante) expresa su intención: planea construir un Estado islámico en Iraq y en Al-Sham o Siria mayor. No planea compartir el poder con nadie. Dirigido desde 2010 por Abu Bakr al-Baghdadi, también conocido como Abu Dua, incluso ha resultado ser más violento y sectario que el núcleo de Al Qaeda, dirigido por Ayman al-Zawahiri, radicado en Paquistán.

Abu Bakr al-Baghdadi comenzó a salir de las sombras durante el verano de 2010, cuando se convirtió en líder de Al Qaeda en Iraq (AQI), después de que sus antiguos líderes fueron asesinados en un ataque realizado por tropas estadounidenses e iraquíes. AQI se encontraba en un punto poco favorecedor mientras la rebelión sunita —en la cual había desempeñado alguna vez un papel importante— se colapsaba. Fue revivido por la revuelta de los sunitas en Siria en 2011, y durante los tres años siguientes, por una serie de campañas cuidadosamente planeadas tanto en Iraq como en Siria. Qué tanto Al-Baghdadi ha sido directamente responsable de la estrategia y las tácticas militares de AQI y, más adelante, de ISIS, resulta incierto: se dice que los exoficiales iraquíes de inteligencia y del ejército de la era de Saddam tuvieron un papel determinante, pero en este momento están bajo las órdenes del general Al-Baghdadi.

Los detalles de la carrera de Al-Baghdadi dependen de si la fuente es el mismo ISIS o la inteligencia estadounidense o iraquí; sin embargo, el panorama general parece bastante claro. Nació en Samarra —ciudad primordialmente sunita localizada al norte de Bagdad— en 1971 y ha tenido una buena educación, con títulos en estudios islámicos, incluyendo poesía, historia y genealogía por parte de la Universidad Islámica de Bagdad. Una fotografía de Al-Baghdadi, tomada cuando fue prisionero de los estadounidenses en Camp Bucca, al sur de Iraq, muestra a un hombre iraquí de apariencia promedio, de alrededor de 25 años de cabello negro y ojos cafés.
Se cree que su verdadero nombre es Awwad Ibrahim Ali al-Badri al-Samarrai. Tal vez fue un militante islámico que durante el gobierno de Saddam fungió como predicador en la provincia de Diyala, al noreste de Bagdad, donde, después de la invasión estadounidense de 2003, tuvo su propio grupo armado. Los movimientos insurgentes tienen fuertes motivos para proporcionar información equivocada sobre su estructura de mando y liderazgo, pero, al parecer, Al-Baghdadi pasó cinco años —entre 2005 y 2009— prisionero de los estadounidenses.

Después de tomar el control, AQI se volvió cada vez más organizado, incluso emitiendo informes anuales detallados y pormenorizados de sus operaciones en cada provincia iraquí. Al recordar como líder de AQI la suerte de sus predecesores, Al-Baghdadi insistió en la secrecía extrema, de modo que pocas personas supieran quién era él. Los prisioneros de AQI dicen, o bien que jamás lo conocieron, o que, si lo hicieron, llevaba puesta una máscara. Sacando ventaja de la guerra civil siria, Al-Baghdadi envió a Siria combatientes experimentados y fondos para conformar Jabhat al-Nusra (JAN) como el socio de Al Qaeda en aquel país. Se separó de él en 2013, pero siguió controlando una gran franja de territorio en el norte de Siria e Iraq. En contra de la oposición fragmentada y disfuncional, Al-Baghdadi ha avanzado rápidamente para establecerse como un líder efectivo, aunque escurridizo. El levantamiento de los sunitas en Siria en 2011 representó una gran ayuda para el rápido crecimiento de ISIS, y animó a los 6 millones de sunitas en Iraq a alzarse en contra de la marginación política y económica que han enfrentado desde la caída de Saddam Hussein.

En 2013, ISIS lanzó una campaña bien planeada, que incluyó un exitoso ataque a la prisión de Abu Ghraib en el verano para liberar a sus líderes y combatientes experimentados. La sofisticación militar de ISIS es mucho mayor que la organización de Al Qaeda —de la cual surgió—, incluso en la cima de su éxito en 2006-2007, antes de que los estadounidenses pusieran en su contra a muchas de sus tribus sunitas.ISIS tiene la gran ventaja de poder operar en ambos lados de la frontera sirio-iraquí. Aunque dentro de Siria ISIS participa en una guerra civil intrayihadista con JAN, Ahrar al-Sham y otros grupos, sigue controlando Raqqa y gran parte de Siria oriental fuera de los enclaves kurdos cerca de la frontera turca. Jessica D. Lewis, del Instituto para el Estudio de la Guerra, en un estudio de finales de 2013 sobre el movimiento yihadista, la describió como «una organización extremadamente vigorosa, resistente y capaz, que puede operar desde Basora hasta las costas de Siria». Aunque el poder rápidamente creciente de ISIS resultaba obvio para quienes seguían sus pasos, el significado de lo que ocurría no fue tomado en cuenta sino por pocos gobiernos extranjeros; de ahí el gran impacto que provocó la caída de Mosul.

Al expandir su influencia, ISIS ha podido capitalizar dos factores: la revuelta sunita en la vecina Siria, y la marginación de los sunitas iraquíes por parte de un gobierno dirigido por chiitas en Bagdad. Las manifestaciones llevadas a cabo por los sunitas, que comenzaron en diciembre de 2012, al inicio fueron pacíficas. Sin embargo, la falta de concesiones por parte del primer ministro Nouri al-Maliki, junto con la masacre en un campo de paz en Hawijah en abril de 2013 —atacado por el ejército iraquí y cuyo resultado fue la muerte de más de cincuenta manifestantes—, convirtió la protesta pacífica en una resistencia armada. Durante la elección parlamentaria de abril de 2014, Maliki se presentó, primordialmente, como el líder de los chiitas que habría de reprimir una contrarrevolución sunita focalizada en Anbar. Después de Mosul, Maliki fue culpado de rechazar una reforma que pudo haber debilitado la atracción hacia ISIS, pero él no era el único líder chiita que creía que los sunitas jamás aceptarían perder su antiguo dominio.
La hostilidad sunita generalizada hacia Maliki por ser partidario del sectarismo había permitido a ISIS aliarse con siete u ocho grupos combatientes sunitas contra los cuales había peleado previamente. No hay que culpar al Sr. Maliki de todo lo que ha ido mal en Iraq, pero tuvo un papel central en empujar a la comunidad sunita a los brazos de ISIS, algo que puede llegar a lamentar. Paradójicamente, aunque le fue bien en la elección parlamentaria de abril de 2014, al atemorizar a los votantes chiitas con un discurso sobre una contrarrevolución sunita, se comportó como si todo eso tan solo se tratara de un ardid electoral, y parecía no comprender cuán cerca estaban los sunitas de una verdadera insurrección, utilizando a ISIS como tropas de choque.

Al no darse cuenta de ello, ignoró algunas señales de advertencia bastante obvias. A principios de 2014, ISIS había tomado el control de Faluya, que se encuentra a 65 km al oeste de Bagdad, así como de un extenso territorio en Anbar, la enorme provincia que abarca gran parte del poniente de Iraq. En marzo, sus hombres armados desfilaron por las calles de Faluya para hacer alarde de su reciente captura de Humvees armadas, fabricadas en los Estados Unidos y capturadas al ejército iraquí. Al final, fue una humillación para los Estados Unidos que la bandera negra de Al Qaeda ondeara nuevamente en una ciudad que había sido tomada por los marines estadounidenses en 2004, después de una muy reñida victoria acompañada de una retórica demasiado autocomplaciente. ISIS ahora no solo controla la ciudad, sino la presa que se encuentra cerca de Faluya, que les permite regular la corriente del Éufrates, ya sea desbordando o cortando el flujo del río para ciudades que se encuentran más al sur. Al no poder desalojarlos por la fuerza, el gobierno de Bagdad desvió el agua del río hacia un antiguo canal fuera del control de los combatientes rebeldes, lo cual alivió la crisis inmediata. Sin embargo, el combate en Anbar mostró cómo ha cambiado el equilibrio militar de poder en favor de ISIS. El ejército iraquí, con cinco divisiones estacionadas en la provincia, sufrió una devastadora derrota, al perder supuestamente 5000 hombres, entre muertos y heridos, y otros 12 000 que desertaron.
Más hacia el norte, uniendo fuerzas con los sunitas locales, ISIS tomó el control de Mosul (la segunda ciudad más grande de Iraq, con una población de más de 1 millón de habitantes) en junio de 2014, y expulsó rápidamente a la milicia iraquí de la ciudad. Sin embargo, como comentó un iraquí, en ciertos aspectos «Mosul había dejado de estar bajo la autoridad gubernamental desde hacía mucho tiempo». Antes de tomar el control, ISIS estuvo cobrando impuestos a todo mundo, desde a comerciantes de verduras en el mercado hasta a compañías de telefonía móvil y construcción. Haciendo cálculos, sus ingresos por este concepto fueron de 8 millones de dólares (4.8 millones de libras esterlinas) al mes. Ese mismo tipo de «imposición» ocurría en Tikrit, al norte de Bagdad, donde un amigo informó de que las personas no deseaban comer en ningún restaurante que no estuviera al día con sus pagos de impuestos a ISIS, puesto que de lo contrario el lugar sería bombardeado mientras ellos estuvieran comiendo.
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Volvamos a Siria: en la actualidad, la oposición armada al gobierno de Assad está dominada por yihadistas que desean establecer un Estado islámico. Aceptan combatientes extranjeros y tienen un récord violento de masacrar a las minorías sirias, especialmente a alauitas y cristianos. Con excepción de las áreas ocupadas por los kurdos, toda la parte oriental del país, incluidos muchos de los yacimientos petroleros sirios, se encuentra bajo control yihadista. El gobierno se aferra a unos cuantos puestos de avanzada en esta vasta área, pero no tiene las fuerzas necesarias para recuperarlos.

Distintos grupos yihadistas compiten entre sí en esta región, y desde principios de 2014 han participado en un combate interno. En 2012, ISIS fundó JAN, al percibir una oportunidad durante el acelerado aumento de la guerra civil en Siria y temiendo que su propia lucha fuera marginada. Al nuevo grupo le envió dinero, armas y combatientes experimentados. Un año después, trató de reafirmar su autoridad sobre el grupo novato, que se había vuelto excesivamente independiente a los ojos de los líderes de ISIS, intentando convertirla en una organización más amplia que cubriera tanto Siria como Iraq. JAN se resistió a este esfuerzo, y ambos grupos participaron en una complicada guerra civil intrayihadista. El Frente Islámico, una alianza poderosa recientemente establecida entre brigadas de oposición respaldadas por Turquía y Qatar, también está combatiendo a ISIS, a pesar de compartir el objetivo de imponer de forma estricta la ley sharia. En lo que respecta a la moral social y religiosa, ISIS y JAN no tienen diferencias marcadas, aunque esta última organización tiene reputación de ser menos rígida. No obstante, fueron los combatientes de JAN en Deir Ezzorin, sobre el Éufrates, al este de Siria, quienes irrumpieron en una boda celebrada en una casa privada, y golpearon y arrestaron a las mujeres que estuvieran escuchando música a alto volumen y que no llevaran puestas las vestimentas islámicas.

A pesar de este conflicto, los grupos no yihadistas son periféricos en la oposición siria. En particular, el Ejército Libre Sirio (ELS) —que es más secular y cuya ala política fue, en algún momento, designada por Occidente como los siguientes gobernantes de Siria— ha sido marginado. ISIS tiene el control de la parte este de la provincia de Alepo, mientras gran parte de los combates recientes en la ciudad de Alepo han sido dirigidos por JAN y Ahrar al-Sham, otro movimiento tipo Al Qaeda. Un ataque reciente sobre un territorio controlado por el gobierno sirio en Latakia, ubicado en la costa mediterránea, fue encabezado por yihadistas marroquíes junto con chechenos. Mientras tanto, los combatientes de JAN dirigen algunos de los suburbios de Damasco y una serie de ciudades y pueblos que llegan hasta la frontera turca. Los combates entre ISIS y los otros yihadistas realmente son una batalla por los botines, que es más un reflejo de su fortaleza y no una diferencia con respecto a sus metas de largo plazo.
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Este aumento abrupto de la fortaleza y el alcance de las organizaciones yihadistas en Siria e Iraq por lo general había pasado desapercibido para los políticos y los medios en Occidente hasta hace poco tiempo. Una razón importante es que los gobiernos occidentales y sus fuerzas de seguridad definen de forma restrictiva la amenaza yihadista como fuerzas directamente controladas por Al Qaeda central o el núcleo de Al Qaeda. Esto les permite presentar un panorama más optimista de sus éxitos en la «guerra contra el terrorismo», comparado con lo que sucede en tierra firme. De hecho, es ingenua la idea de que solo hay que preocuparse por los yihadistas que tienen la bendición oficial de Al Qaeda y constituye un autoengaño. Por ejemplo, ignora el hecho de que ISIS ha sido criticado por el líder de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri, por su excesiva violencia y sectarismo. A principios de este año, después de hablar en la parte sureste de Turquía con una serie de rebeldes yihadistas sirios que no estaban directamente asociados con Al Qaeda, una fuente me dijo que «sin excepción, todos ellos expresaban entusiasmo por los ataques del 11/9 y esperaban que ocurriera lo mismo en Europa y en los Estados Unidos».

Los grupos yihadistas ideológicamente cercanos a Al Qaeda son reetiquetados como moderados si sus acciones sirven de apoyo a la política estadounidense. En Siria, los estadounidenses respaldaron el plan de Arabia Saudita de construir una Frontera Sureña con sede en Jordania que no fuera hostil al gobierno de Assad en Damasco, y que fuera simultáneamente hostil a los rebeldes tipo Al Qaeda en el norte y el este. La poderosa, pero supuestamente moderada, Brigada Yarmuk —según se dice, receptora programada de misiles antiaéreos procedentes de Arabia Saudita— estaba destinada a ser el elemento más importante en esta nueva formación. Sin embargo, numerosos vídeos muestran que la Brigada Yarmuk con frecuencia ha peleado en colaboración con JAN, el socio oficial de Al Qaeda. Como era probable que, en medio de la batalla, estos dos grupos compartieran municiones, Washington estaba permitiendo, efectivamente, que se entregara arsenal avanzado a su más letal enemigo. Los oficiales iraquíes confirman que han capturado armas sofisticadas de los combatientes de ISIS en Iraq, que originalmente fueron suministradas a las fuerzas consideradas anti Al Qaeda en Siria por potencias externas.

El nombre de Al Qaeda siempre se ha aplicado de manera flexible cuando se identifica a un enemigo. En Iraq, en 2003 y 2004, a medida que aumentó la oposición iraquí a la ocupación dirigida por los estadounidenses e ingleses, los oficiales estadounidenses atribuyeron la mayor parte de los ataques a Al Qaeda, aunque muchos fueron realizados por grupos nacionalistas y baathistas. Antes de la invasión iraquí, este tipo de propaganda ayudó a convencer a casi 60% de los votantes estadounidenses de que había una conexión entre Saddam Hussein y los responsables del 9/11, a pesar de la ausencia de cualquier evidencia de ello. En Iraq mismo —de hecho, a lo largo de todo el mundo musulmán— estas acusaciones han beneficiado a Al Qaeda al exagerar su papel en la resistencia frente a la ocupación estadounidense y británica.

Los gobiernos occidentales utilizaron tácticas de relaciones públicas exactamente opuestas en Libia en 2011, donde se minimizó cualquier similitud entre Al Qaeda y los rebeldes respaldados por la OTAN que luchaban para derrocar al líder libio Muammar Gaddafi. Solo los yihadistas que tenían un lazo operativo directo con el núcleo de Al Qaeda de Osama bin Laden eran considerados peligrosos. La falsedad de la simulación de que los yihadistas contrarios a Gaddafi en Libia eran menos amenazantes que quienes se encontraban en contacto directo con Al Qaeda quedó indefectible aunque trágicamente expuesta cuando el embajador estadounidense Chris Stevens fue asesinado por combatientes yihadistas en Benghazi, en septiembre de 2012. Fueron los mismos combatientes elogiados por los gobiernos y los medios occidentales por su papel en el levantamiento anti Gaddafi.

Al Qaeda es más una idea que una organización, y así ha sido por mucho tiempo. A partir de 1996, durante un período de cinco años tuvo cuadros, recursos y campos en Afganistán, pero estos fueron eliminados después del derrocamiento de los talibanes en 2001. De ahí en adelante, el nombre de Al Qaeda primordialmente ha sido un grito de batalla, una serie de creencias islámicas que se centran en la creación de un Estado islámico, la imposición de la ley sharia, un regreso a las costumbres islámicas, el sometimiento de la mujer, y el hacer la guerra santa en contra de otros musulmanes, particularmente los chiitas, considerados herejes dignos de morir. En el centro de esta doctrina de hacer la guerra se encuentra un énfasis en el autosacrificio y la inmolación como símbolos de fe y compromiso religioso. El resultado ha sido el uso de creyentes no entrenados, pero fanáticos, como hombres-bomba, con un efecto devastador.

Siempre ha interesado a los Estados Unidos y a otros gobiernos que a Al Qaeda se la vea como poseedora de una estructura de control y mando, como un mini Pentágono, o como la mafia en los Estados Unidos. Una imagen consoladora para el público porque los grupos organizados, aunque demoníacos, pueden rastrearse y eliminarse por medio de su encarcelamiento o muerte. Más alarmante resulta la realidad de un movimiento cuyos simpatizantes se reclutan a sí mismos y pueden brotar en cualquier parte.
La reunión de militantes que llevó a cabo Osama bin Laden, a la cual no dio el nombre de Al Qaeda hasta después del 11/9, era solo uno de los muchos grupos yihadistas hace 12 años. Sin embargo, en la actualidad, sus ideas y métodos predominan entre los yihadistas debido al prestigio y la publicidad que ha obtenido a través de la destrucción de las Torres Gemelas, la guerra en Iraq y la demonización que de ellos ha hecho Washington como la fuente de todo mal antiestadounidense. Actualmente, existe una reducción de las diferencias en las creencias de los yihadistas, con independencia de que estén o no formalmente ligados a Al Qaeda central.
No es de sorprender que los gobiernos prefieran la imagen fantasiosa de Al Qaeda, porque eso les permite reclamar victorias cuando tienen éxito en asesinar a sus miembros y aliados más conocidos. A menudo, quienes son eliminados reciben rangos casi militares, como «jefe de operaciones», para enaltecer el significado de su muerte. La culminación de este aspecto altamente publicitado pero irrelevante de la «guerra contra el terrorismo» fue el asesinato de Bin Laden en Abbottabad, Paquistán, en 2011. Esto permitió al presidente Obama fanfarronear frente al público estadounidense como el hombre que había presidido la cacería del líder de Al Qaeda. Sin embargo, en términos prácticos, su muerte tuvo poco impacto en los grupos yihadistas tipo Al Qaeda, cuya mayor expansión ocurrió posteriormente.
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Las decisiones clave que permitieron a Al Qaeda sobrevivir y después expandirse, se tomaron en las horas inmediatamente posteriores al 11/9. Casi todos los elementos significativos del proyecto de estrellar aviones en las Torres Gemelas y otros edificios estadounidenses icónicos conducen a Arabia Saudita. Bin Laden era miembro de la élite saudita y su padre había sido un socio cercano de la monarquía saudita. Citando un informe de la CIA de 2002, el informe oficial del 11/9 dice que el financiamiento de Al Qaeda dependía de «una serie de donadores y recaudadores de fondos, primordialmente de los países del Golfo y, en especial, de Arabia Saudita». A los investigadores del informe se les limitó repetidamente el acceso o se les negó cuando buscaron información en Arabia Saudita. Sin embargo, el presidente George W. Bush al parecer nunca consideró responsabilizar a los saudíes de lo ocurrido. El gobierno estadounidense facilitó la salida de saudíes veteranos, incluidos familiares de Bin Laden, en los días posteriores al 11/9. Resulta aún más significativo que por motivos de seguridad nacional se destruyeran y nunca se publicaran 28 páginas del Informe de la Comisión del 11/9 sobre la relación entre los atacantes y Arabia Saudita, a pesar de la promesa del presidente Obama de hacerlo.
En 2009, ocho años después del 11/9, un comunicado procedente de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, revelado por WikiLeaks, expresaba quejas relacionadas con que los donadores en Arabia Saudita constituían la fuente más significativa de financiamiento para grupos terroristas sunitas en todo el mundo.

Sin embargo, a pesar de este reconocimiento privado, los Estados Unidos y los europeos occidentales permanecieron indiferentes a los predicadores saudíes cuyo mensaje, distribuido a millones de personas por televisión por satélite, YouTube y Twitter, hacía un llamado para el asesinato de los chiitas por herejes. Estos llamados se produjeron al mismo tiempo que las bombas de Al Qaeda aniquilaban personas en los vecindarios chiitas en Iraq. Un subtítulo de otro comunicado del Departamento de Estado en ese mismo año dice: «Arabia Saudita: ¿el antichiismo como política exterior?». Hoy, cinco años más tarde, los grupos apoyados por los saudíes tienen un récord de sectarismo extremo en contra de musulmanes no sunitas.
Paquistán, o más bien la inteligencia militar paquistaní en la forma de los Interservicios de Inteligencia (ISI), fue el otro progenitor de Al Qaeda, de los talibanes y los movimientos yihadistas en general. Cuando los talibanes se estaban desmoronando bajo el peso de los bombardeos estadounidenses en 2001, sus fuerzas en el norte de Afganistán quedaron atrapadas por las fuerzas antitalibanes. Antes de rendirse, cientos de miembros de la ISI, entrenadores militares y consejeros fueron evacuados rápidamente por aire. A pesar de las claras evidencias del patrocinio de ISI por parte de los talibanes y los yihadistas en general, Washington rehusó confrontar a Paquistán, y así abrió paso al resurgimiento de los talibanes después de 2003, lo cual no pudieron revertir ni los Estados Unidos ni la OTAN.

La «guerra contra el terrorismo» ha fracasado porque no se dirigió al movimiento yihadista como un todo y, por encima de todo, no tuvo como objetivo a Arabia Saudita y Paquistán, los dos países que patrocinaron el yihadismo como credo y como movimiento. Los Estados Unidos no lo hicieron porque estos países eran importantes aliados a quienes no deseaba ofender. Arabia Saudita constituye un mercado enorme para las armas estadounidenses, y los saudíes han cultivado y, en ocasiones, comprado, a miembros influyentes del establishment político estadounidense. Paquistán es una potencia nuclear con una población de 180 millones de habitantes y una milicia con lazos cercanos al Pentágono.

El espectacular resurgimiento de Al Qaeda y sus ramificaciones se ha dado a pesar de la enorme expansión de los servicios de inteligencia tanto estadounidenses como británicos y de sus presupuestos después del 11/9. Desde entonces, los Estados Unidos, seguidos de cerca por Inglaterra, han peleado guerras en Afganistán e Iraq y han adoptado procedimientos normalmente asociados con estados policiales, tales como el encarcelamiento sin juicio previo, la rendición, la tortura y el espionaje local. Los gobiernos llevan a cabo «la guerra contra el terrorismo» afirmando que deben sacrificarse los derechos de los ciudadanos en lo individual para proteger la seguridad de todos.

Frente a estas controvertidas medidas de seguridad, los movimientos en contra de los cuales se han dirigido no han sido derrotados sino más bien fortalecidos. Cuando ocurrió el ataque del 11/9, Al Qaeda era una organización pequeña y, en general, ineficaz; para 2014 los grupos tipo Al Qaeda son numerosos y poderosos. En otras palabras «la guerra contra el terrorismo», que ha dado forma al panorama político para gran parte del mundo desde 2001, ha fracasado de manera fehaciente. Hasta la caída de Mosul, nadie le prestaba mucha atención.




CAPÍTULO 5
EL RESURGIMIENTO SUNITA EN IRAQ


EN IRAQ LOS ACONTECIMIENTOS NO siempre son lo que parecen. Tomemos dos incidentes que ilustran la diferencia entre las apariencias y la realidad en ese lugar. El primero se relaciona con la recuperación de Faluya en enero de 2014 por parte de ISIS con ayuda de milicias tribales. Se trató de un duro revés contra el gobierno iraquí. Faluya se encuentra apenas a unos 65 kilómetros al oeste de Bagdad; es una famosa fortaleza sunita y puerta de entrada a la capital. Poco después de que ISIS recuperara la ciudad y supuestamente colocara entre trescientos y quinientos hombres armados con rifles de francotirador de alto poder en la periferia, algunos simpatizantes del gobierno hicieron circular un video tranquilizante en Twitter y Facebook. El video incluía algunos pasajes en árabe iraquí, fue filmado desde las alturas y mostraba cómo se apuntaba a los insurgentes hasta ser eliminados por misiles lanzados desde el aire. Esto elevó la moral de los partidarios del gobierno. Desafortunadamente para ellos, al cabo de pocas horas del lanzamiento de este video alguien observó que había sido filmado en Afganistán y que, de hecho, se trataba de un video de aviones estadounidenses que disparaban misiles contra soldados talibanes. Es muy poco probable que el poderío aéreo iraquí fuera capaz de llevar a cabo semejantes ataques de precisión; posteriormente recurrieron a dejar caer barriles bomba llenos de explosivos sobre Faluya. El hecho de no haber sido capaces de recuperar Faluya durante un período de seis meses y la necesidad de inventar incluso victorias simbólicas para el ejército iraquí mostró la verdadera debilidad de las fuerzas de seguridad de Iraq —compuestas por 350 000 soldados y 650 000 policías—, algo que se pondría de manifiesto de una manera aún más clara cuando ISIS puso fin a la autoridad del gobierno a lo largo de la parte norte y oeste de Iraq en junio de 2014.

Todos esos engaños no proceden por completo del gobierno. Un año antes, en diciembre de 2012, la detención, por parte del gobierno, de los guardaespaldas del ministro de Finanzas, Rafi al-Issawi, sunita moderado, provocó protestas extendidas pero pacíficas en las provincias sunitas del norte y centro de Iraq. Los árabes sunitas constituyen alrededor de una quinta parte de los 33 millones de habitantes de Iraq. Al principio, las manifestaciones tuvieron una buena participación y los manifestantes exigieron el fin de la discriminación política, civil y económica contra la comunidad sunita. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que el primer ministro Nouri al-Maliki solo ofrecía cambios superficiales, y muchos dejaron de asistir a las manifestaciones semanales.En la ciudad sunita de Tikrit, capital de la provincia de Salah Ad-Din, inicialmente 10 000 personas asistieron a los mítines, pero luego el número cayó a tan solo 1000. Un observador local informó:
Se decidió que todas las mezquitas debían estar cerradas los viernes excepto una, forzando a todos los fieles a ir a la misma mezquita para sus oraciones de los viernes. Las cámaras filmaron y fotografiaron ansiosamente a la multitud para que pareciera que todos eran manifestantes y las imágenes fueron transmitidas al Golfo, donde sus mecenas fueron engañados —o quizá no— para que pensaran que las protestas seguían atrayendo a grandes cantidades de personas.

El testigo ocular en Tikrit insinuó cínicamente que el dinero supuestamente gastado en alimentar y transportar a los inexistentes manifestantes salió de los bolsillos de los líderes de las protestas. El mensaje no era que los sunitas estuvieran menos enojados que antes, sino que las protestas pacíficas estaban transformándose en una resistencia armada. Estas dos historias ilustran una verdad política importante sobre el Iraq contemporáneo: ni el gobierno ni ninguno de los movimientos políticos constitucionales son tan fuertes como pretenden ser. El poder está dividido, y estas divisiones han ayudado a que ISIS surja en Iraq con una fuerza mucho mayor y con mucha más velocidad que lo que cualquiera habría esperado.

Aunque ISIS había ganado fuerza y notoriedad antes de junio de 2014, su victoria en Mosul constituyó una gran sorpresa, incluso para ISIS mismo. «Enemigos y simpatizantes están atónitos por igual», dijo el portavoz de ISIS, Abu Mohammed al-Adnani. Resulta difícil pensar en algún ejemplo de la historia en el que fuerzas de seguridad conformadas por un millón de elementos, incluyendo 15 divisiones, hayan caído tan rápidamente después de recibir ataques por parte de una fuerza enemiga que se ha estimado que tiene entre 3000 y 5000 miembros. Un factor clave que permitió que esto fuera posible fue que la población sunita en su totalidad, al sentir cerca el fin de su opresión, estaba preparada para prestar, al menos, su apoyo tácito.

La falta de confianza y disciplina al interior del ejército iraquí también fue, evidentemente, un factor decisivo. Cuando se le preguntó acerca de las causas de la derrota de las fuerzas armadas iraquíes, un general iraquí recién retirado fue enfático: «¡Corrupción! ¡Corrupción! ¡Corrupción!». Todo comenzó, dijo, alrededor del año 2005, cuando los estadounidenses dijeron al ejército iraquí que subcontratara el servicio de alimentos y otras provisiones. Se le pagaba a un comandante de batallón por una unidad de seiscientos soldados, pero él solamente tenía doscientos efectivos y se embolsaba la diferencia, lo cual representaba enormes ganancias. El ejército se convirtió en una máquina de hacer dinero para los oficiales de mayor rango, y a menudo en fraude y extorsión para los soldados ordinarios que manejaban los puestos de control. Para colmo, los oficiales sunitas bien entrenados fueron hechos a un lado. «Iraq realmente no tenía un ejército nacional», concluyó el general.

La corrupción en la milicia se dio en todos los niveles. Un general podía convertirse en comandante de división a un coste de 2 millones de dólares, y luego tenía que recuperar su inversión con sobornos en los puestos de control que se encontraban en los caminos, cobrando a todos los transportes de mercancías que cruzaban por ahí. Un empresario iraquí me dijo hace algunos años que había dejado de importar bienes a través del puerto de Basra debido a que el dinero que tenía que gastar sobornando a oficiales y soldados desde que su mercancía era transportada desde el barco junto al muelle hasta Bagdad hacía que fuera poco rentable.
Otro amigo en Bagdad —me temo que cualquier relato relacionado con Iraq siempre estará plagado de fuentes que desean permanecer en el anonimato— me dijo: «Los soldados bajo el régimen de Saddam Hussein a menudo querían desertar pues se les pagaba muy poco. Sin embargo, sabían que si lo hacían serían asesinados, así que era mejor morir en batalla. El ejército actual jamás ha sido un ejército nacional. Sus soldados únicamente estaban interesados en los salarios y ya no tenían miedo de lo que pudiera ocurrirles si huían».
Los iraquíes no son ingenuos. Las sombrías experiencias que han tenido con los gobernantes de su país a lo largo de los últimos cincuenta años han llevado a que muchos los consideren egoístas, codiciosos, crueles e incompetentes. Hace diez años algunos tenían la esperanza de poder escapar de vivir en un estado permanente de emergencia, mientras los Estados Unidos y Gran Bretaña se preparaban para derrocar a Saddam Hussein. Otros desconfiaban de los iraquíes que habían regresado del extranjero y que prometieron construir una nueva nación.

Unos meses antes de la invasión y ocupación de 2003, un funcionario iraquí entrevistado en secreto en Bagdad hizo una predicción pesimista: «Los iraquíes exiliados son una réplica exacta de los que actualmente nos gobiernan… con la única diferencia de que estos últimos ya están satisfechos pues han estado robándonos durante los últimos treinta años». «Los que acompañan a las tropas estadounidenses van a ser voraces».

Muchos iraquíes que regresaron a Iraq después de la invasión dirigida por los Estados Unidos eran personas de altos principios que se habían sacrificado mucho como opositores a Saddam Hussein. Sin embargo, avancemos una década en el tiempo y la predicción del funcionario anónimo acerca de la capacidad del nuevo gobierno iraquí resulta totalmente cierta. Como lo expresó un exministro: «El gobierno iraquí es una cleptocracia institucionalizada».

«La corrupción es increíble», dijo el politólogo y activista Ghassan al-Attiyah. «No puedes obtener un empleo en el ejército salvo que pagues por ello; ni siquiera puedes salir de prisión a menos que pagues. Quizás un juez te libere pero debes pagar para que se lleve a cabo el papeleo; de otra manera, te quedas ahí. Aun si eres libre puedes ser capturado por algún oficial que pagó entre 10 000 y 50 000 dólares por su trabajo y necesita recuperar el dinero». En una versión iraquí de Catch-22, todo está en venta. Un expreso dijo que tuvo que pagar a sus guardias 100 dólares por una sola ducha. Las extorsiones fueron, y siguen siendo, la norma: un empresario construyó su casa arriba de un oleoducto enterrado, lo perforó y extrajo grandes cantidades de combustible.
La corrupción complica y envenena la vida diaria de los iraquíes, en especial de aquellos que pueden pagar. Sin embargo, la frecuente demanda de sobornos no ha paralizado al Estado o a la economía. El altamente autónomo Gobierno Regional del Kurdistán es considerado extremadamente corrupto. No obstante, su economía está floreciendo y se alaba el manejo que hace de la economía como un modelo para todo el país. Todavía más dañino para Iraq ha sido el robo generalizado de los fondos públicos. A pesar de que se han gastado decenas de miles de millones de dólares, existe una escasez continua de electricidad y otros bienes y servicios. Pocos iraquíes lamentan la caída de Saddam, pero muchos recuerdan que, después de los devastadores ataques aéreos estadounidenses sobre la infraestructura en 1991, las centrales eléctricas fueron arregladas con rapidez utilizando únicamente recursos iraquíes.

Hay mucho más que decir acerca de la corrupción iraquí que el robo de las rentas del petróleo por parte de una casta criminalizada de políticos, partidos y funcionarios. Los críticos del primer ministro Maliki, en el poder desde el año 2006, dicen que su método de control político ha consistido en asignar contratos a partidarios, haciendo temblar a amigos o adversarios a los que desea persuadir. Sin embargo, el asunto no termina ahí. Los beneficiarios de esta generosidad han sido «amenazados con ser investigados y expuestos si se pasan de la raya», dijo un observador iraquí. Incluso aquellos que no han recibido contratos sabían que eran vulnerables a constituir un blanco por parte de los cuerpos anticorrupción. «Maliki utiliza los expedientes sobre sus enemigos, como lo hacía J. Edgar Hoover», dijo el observador. El gobierno no puede reformar el sistema debido a que estaría asestando un golpe al aparato mismo a través del cual gobierna. Las instituciones del Estado para el combate de la corrupción han sido despojadas sistemáticamente de su poder, marginadas o intimidadas. ¿Por qué ha sido tan mala la corrupción en Iraq? La respuesta sencilla que los iraquíes dan es que «las sanciones de Naciones Unidas destruyeron a la sociedad iraquí en la década de 1990 y los estadounidenses destruyeron al Estado iraquí después de 2003». En el gobierno de Maliki dominado por los chiitas, el apoyo basado en la pertenencia a un partido, una familia o una comunidad determina quién obtiene un empleo, contribuyendo aún más a la marginación política y económica de la población sunita iraquí que comenzó después de la caída de Saddam Hussein.
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Resulta evidente que ISIS ha podido explotar la creciente sensación de alienación y persecución entre los sunitas en Iraq. «Menospreciado, demonizado y cada vez más sujeto a la mano dura del gobierno central, el movimiento popular lentamente está transformándose en un conflicto armado», informa el International Crisis Group. «Muchos árabes sunitas han llegado a la conclusión de que su única opción realista es un conflicto violento cada vez más enmarcado en términos confesionales». En otras palabras, consideran que la mejor opción para sobrevivir, e incluso ganar el conflicto por el poder en Iraq consiste en luchar como sunitas en contra de la hegemonía chiita.

El gobierno dominado por los chiitas quizá se salió con la suya con su enfoque de confrontación antes de 2011. Sin embargo, cuando el tema predominante del levantamiento de la Primavera Árabe en Siria adoptó la forma de una revuelta por parte de la mayoría sunita respaldada por Arabia Saudita y las monarquías sunitas del Golfo y Turquía, el equilibrio de poder sectario en la región comenzó a cambiar. Anteriormente, los sunitas iraquíes estaban resentidos pero, en general, se habían resignado a la dominación kurdo-chiita de Iraq que se estableció en 2003. Tenían miedo de una arremetida renovada por parte de las milicias chiitas y de las fuerzas de seguridad controladas por los chiitas, las cuales habían sacado a los sunitas de gran parte de Bagdad en la guerra civil sectaria de 2006 y 2007.

Un comunicado de la embajada de los Estados Unidos de septiembre de 2007 decía: «Más de la mitad de los barrios de Bagdad están conformados ahora por una clara mayoría chiita. Los sunitas han huido principalmente a las áreas periféricas o se han concentrado en pequeños enclaves rodeados por barrios chiitas». En gran medida, esto sigue así en la actualidad.El cambio en la dinámica de poder a lo largo de líneas sectarias, muy evidentes en el desarrollo de los acontecimientos de junio de 2014, también provocó reacciones de temor por parte de la comunidad chiita de Iraq. «Los chiitas en Iraq ven lo que ocurre no como una reacción justificada de los sunitas en contra del gobierno que los oprime, sino como un intento de restablecer el antiguo tipo de gobierno dominado por los sunitas», dijo un observador en la capital. Tanto del lado de los chiitas como de los sunitas se han acumulado las tensiones, al grado de que era inevitable una confrontación sectaria sangrienta y de gran escala.

El aumento de jóvenes varones chiitas en las fuerzas armadas durante el verano de 2014 se desató por un llamado del gran ayatolá Ali al-Sistani, reverenciado clérigo chiita, para que la gente se alistara. «Las calles están atestadas», dijo un observador. Unos mil voluntarios dejaron Kerbala para ir a la ciudad fronteriza de Samarra, lugar donde se localiza la mezquita Al-Askari, uno de los santuarios chiitas más sagrados en una ciudad donde la mayor parte de la población es sunita. Esta polarización entre los dos grupos religiosos se intensificó debido a la guerra caliente y a la Guerra Fría entre los Estados Unidos y Rusia. Los poderes estaban en juego aquí con Arabia Saudita y las monarquías del Golfo respaldadas por los Estados Unidos enfrentándose a Irán, Siria y Hezbollah en Líbano, apoyados por Rusia. El presidente iraní Hassan Rouhani, cuyo gobierno ha respaldado al Estado iraquí dirigido por los chiitas, juró apoyar a Maliki en contra del levantamiento sunita, diciendo: «Irán empleará todos sus esfuerzos tanto a escala internacional como regional para enfrentar al terrorismo».

Con una larga frontera en común, Iraq es el aliado más importante de Irán; incluso más importante que Siria. Los iraníes quedaron horrorizados por el repentino colapso militar iraquí, el cual trajo problemas para Irán en Siria, donde había estado luchando con cierto éxito para estabilizar el gobierno del presidente Asaad. Se creyó que en respuesta al aumento del control de ISIS en Iraq en 2014, un cuadro de consejeros de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Iraní estaba conformando una nueva fuerza militar formada a partir del ejército y las milicias.

Durante largo tiempo Iraq ha albergado sospechas de que la mano oculta del wahabismo, la variante del Islam adoptada por Arabia Saudita, está detrás de gran parte de sus problemas. En marzo de 2014, durante una entrevista con la cadena de televisión France 24, el primer ministro Maliki culpó directamente a Arabia Saudita y a Qatar por el incremento de la violencia sunita en su país, diciendo que «estos dos países son los principales responsables de la crisis sectaria, del terrorismo y de la seguridad en Iraq».
Agregó que las imputaciones de que él estaba marginando a los sunitas fueron diseminadas por los «sectarios que tienen lazos con agendas extranjeras, con una incitación saudita y catarí». Sus acusaciones fueron directas y estuvieron plagadas de enojo, alegando que Riad y Doha estaban brindando apoyo a los militantes, incluyendo «la compra de armas para beneficio de estas organizaciones terroristas».

Había gran parte de verdad en las acusaciones de Maliki. Una porción de la ayuda procedente del Golfo destinada a la oposición armada en Siria sin duda va a los militantes yihadistas en Iraq. Turquía permite que armas y voluntarios yihadistas, muchos de ellos potenciales hombres-bomba, crucen su frontera de 820 kilómetros hacia Siria. Inevitablemente, parte de las armas, los combatientes y los suicidas van a Iraq. Esto no ha de sorprendernos, puesto que ISIS opera en ambos países como si se tratara de uno solo.
A lo largo de los últimos dos años, la violencia se ha incrementado de manera alarmante, con casi 10 000 civiles iraquíes asesinados en 2013 y casi 5000 tan solo en los cinco primeros meses de 2014, de acuerdo con información de Iraq Body Count. Un oficial superior de la administración estadounidense que en agosto de 2013 se pronunció y fue citado por Jessica D. Lewis del Institute for the Study of War, dijo: «Habíamos tenido un promedio de entre cinco y diez terroristas suicidas por mes […] Hemos visto a lo largo de los [últimos] noventa días que el número de terroristas suicidas se acerca a unos treinta por mes, y seguimos sospechando que la mayoría de ellos proceden de Siria».

Un punto ciego para los Estados Unidos y otras potencias occidentales ha sido el fracaso en darse cuenta de que al apoyar el levantamiento armado en Siria inevitablemente desestabilizarían a Iraq y provocarían un resurgimiento de la guerra civil sectaria. En Iraq, Al Qaeda, como se le conocía entonces, se encontraba en su punto más bajo en 2010. Había sido perseguida enérgicamente por los estadounidenses y fue atacada por los grupos del Sahwa (Despertar), de combatientes anti Al Qaeda, sacados principalmente de las tribus sunitas. Había perdido a muchos de sus veteranos, quienes estaban muertos o en prisión, y los sobrevivientes eran impopulares entre los sunitas ordinarios debido a su sed de sangre generalizada, asesinando incluso a empleados menores del gobierno que pudieran ser sunitas. Por encima de todo, había fracasado en derrocar al gobierno chiita-kurdo. Hasta 2012, muchos sunitas tenían la esperanza de obtener al menos algunas concesiones por parte del gobierno sin tener que regresar a la guerra.

El resurgimiento espectacular de los yihadistas en Iraq llegó a través de una campaña bien planeada, donde los ataques sistemáticos a las prisiones constituyeron un elemento importante. La campaña, conocida como «Rompiendo los muros», estuvo compuesta por ocho ataques separados para liberar a los prisioneros, culminando con un ataque exitoso a las prisiones de Abu Ghraib y Taji durante el verano de 2013, donde al menos quinientos presos, muchos de ellos combatientes experimentados, escaparon. Los atacantes dispararon cien bombas de mortero a las prisiones y utilizaron hombres-bomba para despejar el camino mientras los reclusos se sublevaban e iniciaban incendios para confundir a los guardias. A lo largo de 2013, los ataques de ISIS a las fuerzas de seguridad aumentaron en todo Iraq. El 23 de abril, un ataque por parte de las fuerzas gubernamentales sobre un campo de paz en Hawijah, al suroeste de Kirkuk, mató a cincuenta personas e hirió a 110, marginando a muchos sunitas, incluyendo a tribus poderosas. Los contraataques pobremente planeados del gobierno, los cuales a menudo implicaron la detención y el maltrato de todos los hombres sunitas en edad militar, resultaron contraproducentes. El bombardeo esporádico de Faluya y Ramadi por parte de las fuerzas gubernamentales en Anbar forzó a que unas 500 000 personas de una población total de 1.6 millones en la provincia huyeran a lugares más seguros, donde a menudo tenían que vivir con grandes dificultades o con familias enteras hacinadas en una sola habitación.

A lo largo de la parte alta del río Éufrates, el alimento comenzó a escasear y a encarecerse, y muchas escuelas cerraron. El más importante dirigente religioso sunita en Anbar, Abdul Malak al-Saadi, quien previamente había aconsejado moderación, insistió en que las elecciones parlamentarias de abril de 2014 fueron ilegítimas.

Durante los meses que precedieron a su ofensiva general en junio de 2014, hubo cierta incertidumbre sobre el grado de control que ISIS ejercía sobre áreas sunitas. Algunas veces decidió dar a conocer su fuerza y otras, no. Su toma de Mosul y la facilidad con la que ocurrió fue, claramente, una victoria simbólica importante para los yihadistas, mostrando tanto su propia efectividad como la fragilidad de las enormes fuerzas de seguridad de Iraq.

Sin embargo, los detalles precisos de lo que ocurrió en la ciudad siguen siendo confusos debido a la falta de reportes confiables en el lugar, algo que no causa sorpresa dada la campaña de asesinatos que se había llevado a cabo en contra de los medios locales. Cinco periodistas fueron asesinados en los seis meses posteriores a octubre de 2013 y otros cuarenta huyeron al Kurdistán y a Turquía. Los mukhtar, líderes comunitarios que a menudo son los representantes más importantes del gobierno, también fueron atacados y forzados a cooperar con ISIS o a huir de la ciudad. Minorías tales como los yazidíes y los cristianos también constituyeron un blanco de ataques.

Mosul es de particular importancia para ISIS porque fue hogar de muchas familias que se unieron al ejército iraquí durante el gobierno de Saddam Hussein, quien tradicionalmente elegía a su ministro de defensa de entre los habitantes de dicha ciudad. A pesar de lo crueles que puedan ser los combatientes de ISIS, para muchas personas en Mosul son preferibles a las fuerzas gubernamentales de Maliki dominadas por chiitas. ISIS ha tenido cuidado de no marginar a la población local. El portavoz de ISIS, Abu Mohammed al-Adnani, advirtió a los soldados que se comportaran con moderación con la población sunita, incluso con aquellos que previamente hubieran luchado del lado del gobierno. «Acepten el arrepentimiento y las retractaciones de quienes sean sinceros, y no molesten a quienes no los molesten a ustedes; perdonen a su gente sunita, y sean amables con sus tribus», dijo. Aún queda por ver si esta propuesta funciona. Mosul es una ciudad tradicional y conservadora, pero no intensamente religiosa, y es difícil imaginar que ISIS la gobierne sin crear fricciones.

El aumento del control de ISIS en el Iraq sunita ha ocurrido con rapidez, y hasta el momento hay pocas señales de un contraataque efectivo por parte del gobierno. La matanza de civiles chiitas continúa, con un hombre-bomba en una miniván llena de explosivos que asesinó a 45 personas e hirió a 157 en un puesto de control de seguridad a la entrada de Hilla, un pueblo principalmente chiita al suroeste de Bagdad, apenas en marzo de 2014. La seguridad gubernamental es incapaz de encontrar y eliminar las guaridas donde se construyen estos devastadores vehículos-bomba.

Puede haber otra razón menos obvia para el espectacular resurgimiento de ISIS. De acuerdo con una fuente iraquí de alto rango, el resurgimiento de ISIS recibió un apoyo significativo en 2011 y 2012 por parte de la inteligencia militar turca, que alentó a los experimentados oficiales iraquíes —quienes probablemente participaron en la guerra de guerrillas en contra de la ocupación estadounidense— a trabajar con el movimiento. Esto podría desestimarse como una más de las teorías conspiradoras de Oriente Medio, pero un rasgo de los movimientos tipo yihadista es la facilidad con la que pueden ser manipulados por los servicios de inteligencia extranjeros.

Haciendo referencia a Iraq a principios de 2013, el Dr. Mahmoud Othman, miembro veterano del Parlamento, dijo que «aproximadamente la mitad del país no está controlada realmente por el gobierno». Cuando se le preguntó por qué las fuerzas armadas de Iraq conformadas por 900 000 elementos habían sido tan ineficaces en contra de los yihadistas, otro político, que prefirió mantenerse en el anonimato, dijo: «Esta es la cosecha de la corrupción absoluta. Las personas pagan dinero por entrar al ejército [de modo que puedan tener un salario], pero son inversionistas, no soldados». Son palabras duras, pero la evidencia de que esto es verdadero es que ISIS ahora está ocupando una gran parte del país y el ejército iraquí parece no tener la fuerza suficiente para hacer algo al respecto.



CAPÍTULO 6
LOS YIHADISTAS SECUESTRAN EL LEVANTAMIENTO SIRIO


JUSTO DESPUÉS DE LOS ATAQUES con gas venenoso sarín sobre los distritos de Damasco tomados por los rebeldes en agosto de 2013, aparecí en un programa de televisión estadounidense con Razan Zaitouneh, abogada de derechos humanos y fundadora del Centro de Documentación de Violaciones, quien hablaba por Skype desde el bastión de la oposición de Duma, en Damasco Oriental.
Ella hizo un relato convincente, apasionado y completamente creíble de lo que había ocurrido. «Jamás había visto tantas muertes en toda mi vida», dijo, describiendo cómo las personas derribaban las puertas de las casas para descubrir que todos en el interior habían sido asesinados. Los doctores en algunos centros médicos lloraban mientras intentaban en vano tratar a las víctimas del gas con los pocos medicamentos con los que contaban. Los cuerpos —de 15 a 20 a la vez— eran arrojados en fosas comunes. Ella descartó con desdén cualquier idea de que los rebeldes pudieran estar detrás del uso del sarín. «¿Creen que estamos tan locos como para asesinar a nuestros propios hijos?».

Zaitouneh ha estado defendiendo prisioneros políticos desde hace más de diez años y fue la clase de abogada creíble que obtuvo un gran apoyo internacional para la oposición siria en sus primeros años. Sin embargo, el 8 de diciembre unos hombres armados irrumpieron en su oficina en Duma y la secuestraron junto con su esposo, Wael Hamada, y dos activistas de derechos civiles: Samira al-Khalili, abogada, y Nazem al-Hamadi, poeta. Desde entonces no se había sabido nada de ninguno de los cuatro. Aunque niega cualquier participación, se sospechaba que el grupo que estaba detrás del secuestro era la Brigada del Islam [Jaysh al-Islam], un grupo fuerte en los distritos de Damasco que fue creado por Arabia Saudita como un contrapeso yihadista a JAN. El esposo de Al-Khalili, Yassin al-Hajj Saleh, dijo a la publicación en línea Al-Monitor: «Razan y Samira eran parte de un movimiento secular nacional incluyente y esto las llevó a chocar con las facciones islámicas, que se inclinan hacia el despotismo».

El secuestro y desaparición de la Sra. Zaitouneh y de otras personas tiene muchos paralelismos en toda Siria, donde los islamistas han asesinado a activistas de derechos civiles o los han forzado a huir. Por lo regular esto ha ocurrido cuando los activistas los han criticado por asesinatos, tortura, encarcelamientos y otros crímenes. Las revoluciones se caracterizan por aniquilar a sus primeros y más humanos defensores, pero pocas lo han hecho con tanta rapidez y ferocidad como la Siria.

¿Por qué el levantamiento sirio —cuyos partidarios originales exigían que la tiranía fuera reemplazada por un estado secular, no sectario, apegado a la ley y democrático— ha fracasado rotundamente en alcanzar estas metas? Siria ha caído en una terrible guerra civil sectaria mientras el gobierno bombardea sus propias ciudades como si se trataran de territorio enemigo, y la oposición armada está dominada por los combatientes salafí-yihadistas que aniquilan alauitas y cristianos simplemente por su religión. Los sirios tienen que elegir entre una dictadura violenta, en la que el poder es monopolizado por la presidencia y por los salvajes servicios de seguridad, y una oposición que dispara a los niños a causa de blasfemias menores y envía fotografías de soldados decapitados a los padres de sus víctimas.

En la actualidad, Siria es como el Líbano durante la guerra civil de 15 años, que ocurrió entre 1975 y 1990. Recientemente estuve en Homs, ciudad que alguna vez fuera conocida por su vibrante diversidad pero que ahora está llena de barrios fantasma donde todos los edificios están abandonados, destruidos por el fuego de la artillería o por bombas. Las paredes que aún siguen en pie están tan llenas de pequeños agujeros producidos por metralletas que parece como si unos gusanos gigantes hubieran estado comiéndose el concreto.

Se trata de una tierra con puestos de control, bloqueos y sitios, durante los cuales el gobierno acordona y bombardea enclaves tomados por rebeldes. La estrategia está funcionando, pero a un paso lento que deja a gran parte de Siria en ruinas.Alepo, alguna vez la ciudad más grande del país, está prácticamente despoblada. Las fuerzas gubernamentales están avanzando, pero son sometidas y no pueden reconquistar el norte y el este de Siria a menos que Turquía cierre su larga frontera. El éxito del gobierno solo fortalece a los yihadistas por encima de otras fuerzas más moderadas, debido a que tienen un núcleo fortalecido de combatientes que jamás se rendirán. Así pues, a medida que el ejército sirio avanza detrás de una lluvia de bombas de barril en Alepo, sus tropas combaten principalmente a JAN, la filial oficial de Al Qaeda, y a los salafistas de Ahrar al-Sham, respaldado por Qatar y Turquía. Está tratando de repetir su éxito en zonas de Damasco y Homs donde ha acordonado y sitiado enclaves rebeldes hasta llegar a acuerdos que se aproximan a la rendición. En contraste, el enclave rebelde al este de la ciudad de Alepo es más numeroso, y más cercano tanto al núcleo rebelde como a la frontera turca. Su caída significaría el inicio del fin de la revuelta, algo que sus patrocinadores extranjeros no desean que ocurra.

El estado de degeneración de la revolución siria surge a partir de las profundas divisiones políticas, religiosas y económicas del país, previas a 2011, y de la forma en la que, desde entonces, estas han sido explotadas y exacerbadas por la intervención extranjera. Las primeras protestas ocurrieron en su momento debido a los levantamientos de la Primavera Árabe en Túnez, Egipto, Libia, Yemen y Bahréin. Se extendieron rápidamente debido a una reacción exagerada por parte de las fuerzas de seguridad del Estado que disparaban sobre manifestantes pacíficos, enardeciendo así a comunidades enteras y provocando la resistencia armada. El gobierno insiste en que las protestas no eran tan pacíficas como parecían, y en que desde un primer momento sus fuerzas estuvieron bajo un ataque armado. Existe algo de verdad en esto, pero si el propósito de la oposición era atrapar al gobierno en una respuesta punitiva contraproducente, ha tenido éxito más allá de lo soñado.

Siria fue siempre una sociedad menos coherente de lo que parecía a los observadores externos, y sus divisiones no seguían únicamente las líneas religiosas. En julio de 2011, el International Crisis Group (ICG), con sede en Bruselas, escribió en un informe: «Las autoridades sirias afirman que están combatiendo una conspiración islámica patrocinada por el extranjero cuando, en su mayor parte, han estado en guerra contra su mismo electorado social. Cuando llegó por primera vez al poder, el régimen de Assad representaba al campo abandonado, a sus campesinos y a la clase baja explotada. La actual élite gobernante ha olvidado sus raíces».

Durante los cuatro años de sequía previos a 2011, las Naciones Unidas observaron que casi tres millones de campesinos sirios fueron empujados a la pobreza extrema, y huyeron del campo para invadir barrios marginales en la periferia de las ciudades. Los salarios de la clase media no podían seguir el ritmo de la inflación. Las importaciones baratas, a menudo procedentes de Turquía, obligaron a los pequeños fabricantes a abandonar sus negocios y ayudaron a empobrecer a la clase trabajadora urbana. El Estado se encontraba en contacto con áreas enteras en Siria únicamente a través de los servicios de seguridad corruptos y predadores. ICG admitió que existía «un trasfondo islámico en el levantamiento», pero que no era la principal motivación para las protestas pacíficas que estaban convirtiéndose en conflictos militares.

Comparemos este análisis de la situación prevaleciente en el verano de 2011 con lo que está ocurriendo tres años después. Para 2014, la guerra había llegado a un impasse y la oposición armada estaba dominada por ISIS. En lo referente a la ideología, no había mucha diferencia entre ISIS y otros grupos yihadistas en la oposición como Ahrar al-Sham o la Brigada del Islam, que también buscan un estado sunita teocrático bajo la Ley islámica, sharia. Escarnecidos en Occidente por su ferocidad sectaria, estos yihadistas a menudo eran bien recibidos por los habitantes locales por restablecer la ley y el orden después del saqueo y el vandalismo del Ejército Libre Sirio[11] (ELS) respaldado por Occidente, grupo sombrilla libre al que, en algún momento, debían alianza de palabra 1200 pandillas de rebeldes. En Afganistán, en la década de 1990, en un inicio muchos le dieron la bienvenida a la mano de hierro de los talibanes por la misma razón.

El grado en el que la oposición armada estaba bajo el dominio de patrocinadores extranjeros a finales de 2013 queda bien ilustrado por las confesiones de Saddam al-Jamal, líder de la Brigada Ahfad al-Rasul[12] y excomandante del ELS en Siria Oriental. Una fascinante entrevista con Jamal, conducida por ISIS y traducida por el blog Brown Moses, fue grabada después de que él desertara para irse a ISIS. Haciendo a un lado sus denuncias egoístas de las acciones antiislámicas de sus antiguos socios en el ELS, la entrevista parece ser confiable. Él habla como si fuera algo habitual que su propio grupo, Al-Ahfad, recibiera fondos de una u otra de las monarquías del Golfo: «Al principio de la revolución siria, el expediente fue manejado por Qatar. Después de un tiempo, lo transfirieron a Arabia Saudita».

Jamal dice que las reuniones del consejo militar del ELS invariablemente contaban con la asistencia de representantes de los servicios de inteligencia sauditas, de los Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Qatar, así como funcionarios de inteligencia de los Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Dice Jamal que en una de esas reuniones, que aparentemente se llevó a cabo en Ankara, el príncipe Salman bin Sultan, viceministro de Defensa saudita y medio hermano del jefe de Inteligencia saudita Bandar bin Sultan, se dirigió a todos ellos y pidió a los líderes sirios de la oposición armada «que tienen planes de atacar posiciones de Assad, que presentaran sus requerimientos de armas, municiones y dinero». La impresión que nos da es la de un movimiento completamente controlado por las agencias de inteligencia árabes y occidentales. El hecho de que Bandar y Salman hayan perdido su trabajo puede ser un símbolo del reconocimiento saudita de cómo ha fracasado dramáticamente el plan de derrocar a Assad.

La guerra civil entre los grupos yihadistas, que comenzó con un ataque coordinado sobre posiciones de ISIS en enero de 2014, está dañando el prestigio de todos ellos. Los combatientes extranjeros que llegaron a Siria para pelear contra Assad y los chiitas se dan cuenta de que se les dice que maten a los yihadistas sunitas que tienen exactamente los mismos puntos de vista ideológicos que ellos.
ISIS envió al hombre-bomba que mató a Abdullah Muhammad al-Muhaysani, representante oficial de Al Qaeda en Siria y también líder de Ahrar al-Sham. Esto es una evidencia de cómo Al Qaeda central tiene lazos en diferentes niveles con organizaciones yihadistas con las que no está formalmente asociado. Los intentos de Arabia Saudita, los Estados Unidos y Jordania de conformar un Frente Sureño de insurgentes que sea tanto anti Assad como anti Al Qaeda han fracasado hasta este momento, en parte por los reparos de Jordania a ser demasiado visibles como combatientes.

Los yihadistas que regresan están descubriendo que su ruta de vuelta a casa no siempre es fácil, ya que sus gobiernos natales, por ejemplo en Arabia Saudita o Túnez, que quizá vieron con buenos ojos su partida como una forma de exportar fanáticos peligrosos, ahora están en shock por la idea del regreso de los salafistas endurecidos por la guerra. Un activista de Raqqa, ciudad al norte de Siria, que buscaba acelerar la partida de los voluntarios tunecinos, les mostró un video de mujeres en biquini en playas tunecinas y sugirió que su presencia puritana se necesitaba en casa para prevenir semejantes prácticas libertinas.

Una señal de la caída de Siria en una violencia apocalíptica es que el representante oficial de Al Qaeda ahí, JAN, ahora debía considerarse más moderado que ISIS. Puede parecer que está en retirada, pero esta postura simplemente puede ser algo táctico. Tiene un vasto territorio al este de Siria y al oeste de Iraq, donde puede reagruparse y planear un contraataque. De cualquier modo, JAN siempre ha buscado una mediación con ISIS y por lo regular no desea un enfrentamiento. La guerra civil yihadista ha hecho que la vida sea más fácil para el gobierno en el aspecto militar, ya que sus enemigos están ocupados matándose mutuamente, pero tampoco tiene los recursos como para eliminarlos en su totalidad. Pronto estará enfrentando a un ISIS envalentonado y renovado por sus victorias en Iraq y ansioso por mostrar que puede hacer lo mismo en Siria.
***

Desde 2011, tanto el mundo exterior como la oposición han cometido muchos errores con respecto a Siria, pero quizás el más grave fue creer que el presidente Assad iba a caer derrotado como Muammar Gaddafi en Libia. Tanto los rebeldes como sus patrocinadores extranjeros olvidaron que Gaddafi fue derrocado principalmente por la campaña aérea de la OTAN. Sin la OTAN, los rebeldes no habrían resistido más que unas cuantas semanas. Sin embargo, la creencia de que Assad era débil comenzó a tratarse con escepticismo apenas en 2013. En 2012, los gobiernos y periodistas extranjeros especulaban sobre el lugar que Assad elegiría para su exilio, aunque seguía controlando 14 capitales provinciales sirias. ISIS controla ahora una de ellas, Raqqa, en el Éufrates, pero los mayores centros poblacionales siguen siendo controlados por el gobierno. Un problema aquí para la oposición no yihadista fue que toda su estrategia —si es que tenía una— se basó en crear otra situación parecida a la de Libia. Cuando eso no pudo materializarse, no tenían un plan B.
Aunque Assad —igual que la oposición en 2011 y 2012— puede sobrestimar la fuerza de las cartas que tiene bajo la manga, el terreno político y militar en la actualidad parece mucho más positivo desde este punto de vista. El ejército, las milicias que están a favor de Assad y los aliados como Hezbollah están extendiendo su control sobre Damasco, sobre las montañas de Qalamun a lo largo de la frontera libanesa, y sobre la ciudad de Homs y la provincia.

Sin embargo, están obteniendo estas victorias muy lentamente, lo cual revela la escasez de tropas efectivas de combate por parte del gobierno y su necesidad de evitar bajas. Los reclutas obesos que se encargan de los puestos de control no parecen querer combatir con nadie. En lugar de asumir el control de las áreas tomadas por los rebeldes, el gobierno simplemente los bombardea, de modo que la población civil se vea forzada a huir, y quienes se quedan sean, o bien familias de combatientes o personas demasiado pobres para encontrar otro lugar donde vivir. Se corta el suministro de electricidad y agua y se monta un sitio. A principios de 2014 en Adra, en los alrededores del norte de Damasco, fui testigo de cómo las fuerzas de JAN atacaron un complejo habitacional avanzando por un tubo de drenaje que salía por detrás de las filas del gobierno, donde procedieron a asesinar a alauitas y cristianos. El gobierno no contraatacó sino que simplemente continuó con su sitio.
En esas áreas, existen muchos ceses al fuego locales que no están lejos de ser rendiciones. Estuve en un distrito llamado Barze donde los combatientes de ELS guardaban sus armas, y donde un comandante rebelde me dijo «estamos esperando que liberen a 350 prisioneros de Barze, pero hasta ahora todo lo que hemos obtenido son tres cuerpos sin vida». Me preguntó, con bastante desesperación, si conocía a alguien en la inteligencia militar siria que pudiera saber lo que les había ocurrido.

El panorama político de Siria es mucho más variado de lo que parece desde el exterior. Por ejemplo, en febrero de 2014, en el camino que va de Damasco a Homs en un pueblo de nombre Nabq que acababa de ser recuperado, las fuerzas gubernamentales organizaron una celebración de triunfo, protegidas por su milicia, la Fuerza de Defensa Nacional (FDN). Sin embargo, los pobladores locales me dijeron que los rebeldes, quienes una semana antes les habían informado que pelearían hasta la última bala en contra de las fuerzas de Assad, eran ahora todos miembros de la FDN.

Este patrón se repite en todo el trayecto hasta Homs y luego al este a lo largo de la frontera siria, donde los rebeldes han estado perdiendo pueblos o puntos fuertes como Crac de los Caballeros. La ciudad de Homs ha estado bajo control del gobierno durante un tiempo, con excepción de un área grande llamada Al-Waer, al noroeste, donde varios cientos de miles de sunitas se han refugiado. Las similitudes entre la situación que prevalece en la provincia de Homs y el Líbano durante la guerra civil son sorprendentes. Por ejemplo, alrededor de Crac de los Caballeros los pueblos cristianos se encuentran junto a las comunidades sunitas turcomanas, y cerca de la frontera con el Líbano existen casas con estatuas de la virgen María fuera de la puerta, indicando que los ocupantes son maronitas.

Entre más al norte viajes, menos progreso encuentras por parte de las fuerzas gubernamentales. Por supuesto, aquí los rebeldes tienen la enorme ventaja de estar próximos a una frontera con Turquía que, en esencia, está abierta a innumerables operaciones de contrabando, tanto comerciales como militares. De manera significativa, muchas de las batallas entre rebeldes se han librado por el control de los cruces fronterizos que pueden utilizarse para movilizar hombres y armas y para proporcionar una fuente de ingresos.
Amplias franjas del país están devastadas. Todo el norte de Damasco, por ejemplo, parece una fotografía de Stalingrado, donde los edificios han sido bombardeados sin esperanza de reparación o demolidos. Los refugiados no regresan; no hay nada a qué regresar.

El gobierno no ofrece mucho ni siquiera como una forma de reconciliación. En términos políticos, su principal argumento es que «al menos estamos mejor que del otro lado donde le cortan la cabeza a las personas que pertenecen a una religión o a una secta diferente». Esto, obviamente, atemoriza a alauitas, cristianos, kurdos y otros, pero también infunde temor a los sunitas que trabajan para el gobierno. La gran debilidad de la oposición es el grado hasta el que han permitido o alentado que el conflicto se convierta en una guerra sectaria despiadada. Las mujeres cristianas de la oposición son obligadas a portar el velo y los disidentes son amenazados con pena de muerte. Un factor importante en la guerra siria, que la distingue de conflictos previos, es que la amenaza de muerte y de tortura procedente del otro lado es mucho más terrorífica, ya que los sirios pueden ver diariamente incontables ejemplos de semejantes atrocidades en internet. Es poco probable que las personas que se relacionan con sus oponentes, principalmente a través de películas snuff, tengan ánimos de hacer concesiones.
***

¿Qué podría hacerse para poner fin a todo esto? La teoría de que armar a la oposición llevará a Assad a discutir la paz y su propia partida presupone una transformación absoluta de la situación en el campo de batalla. Esto solo ocurriría —si es que sucede— después de años de combates. También supone que Rusia, Irán y Hezbollah están dispuestos a ver derrotado a su aliado sirio. Como la insurgencia ahora está dominada por ISIS, JAN y otros grupos tipo Al Qaeda, es poco probable que incluso Washington, Londres y Riad deseen ver que Assad caiga. Sin embargo, permitir que Assad gane sería visto como una derrota para Occidente y sus aliados árabes y turcos. «Llegaron demasiado lejos al afirmar que Assad debía ser reemplazado como para revertir su política ahora», dice un exministro sirio. Al insistir en que Assad debería irse como una condición previa a la paz al tiempo que se sabe que esto no va a ocurrir, sus enemigos están, en la práctica, asegurándose que la guerra continúe. Assad quizá no desee un acuerdo pacífico, pero tampoco se le está ofreciendo uno.

Si no puede ponérsele fin a la guerra, ¿podría ser mitigado su impacto sobre el pueblo sirio? Dado el actual nivel de violencia, las negociaciones son ahogadas desde el inicio mismo por lo que alguna vez se llamó en Irlanda del Norte las políticas de la última atrocidad. El odio y el miedo son demasiado profundos como para que alguien se arriesgue a ser considerado como haciendo concesiones. Y, en cualquier caso, uno debe preguntarse si JAN o ISIS están o no intentando negociar con alguien. Ciertamente, hasta hace poco tiempo la respuesta parecía ser del todo negativa. Sin embargo, en mayo de 2014, sus últimos 1200 combatientes y sus armas fueron evacuados de la Antigua Ciudad de Homs, mientras los rebeldes que mantenían el sitio permitían que ingresaran alimentos a dos pueblos chiitas, Nobul y Zahra, fuera de Alepo. Los prisioneros proAssad fueron liberados en todas partes. Ese tipo de acuerdos y treguas locales se están volviendo cada vez más posibles debido al agotamiento de la guerra. Lo más probable es que solo sean temporales. Sin embargo, como manifestó un observador en Beirut: «Hubo más de seiscientos ceses de hostilidades en la guerra civil libanesa. Siempre fueron frágiles y las personas se burlaban de ellos, pero salvaron muchas vidas».

La crisis siria comprende cinco conflictos distintos que se contaminan y se exacerban entre sí. La guerra comenzó con una revuelta popular genuina en contra de una dictadura brutal y corrupta, pero pronto se entrelazó con el conflicto de los sunitas en contra de los alauitas, y eso se alimentó del conflicto chiita-sunita en la región como un todo, con un empate entre los Estados Unidos, Arabia Saudita y los estados sunitas, por un lado, e Irán, Iraq y los chiitas libaneses, por el otro. Además, existe una guerra fría revivida entre Moscú y Occidente, exacerbada por el conflicto en Libia, y que más recientemente ha empeorado debido a la crisis en Ucrania.
El conflicto se ha convertido en la versión de Oriente Medio de la Guerra de Treinta Años en Alemania hace cuatro siglos. Demasiadas piezas clave se están peleando entre sí por distintas razones como para que todos ellos queden satisfechos con términos de paz y estén dispuestos a deponer las armas al mismo tiempo. Algunos siguen pensando que pueden ganar, y otros simplemente desean evitar la derrota. En Siria, como ocurrió en Alemania entre 1618 y 1648, todos los involucrados exageran su fortaleza e imaginan que el éxito temporal abrirá el paso a la victoria absoluta. Muchos sirios ven ahora que el resultado de su guerra civil depende, principalmente, de los Estados Unidos, Rusia, Arabia Saudita e Irán. En este sentido, probablemente estén en lo cierto.


CAPÍTULO 7
ARABIA SAUDITA TRATA DE RETIRARSE


UNA ESCALOFRIANTE PELÍCULA DE CINCO minutos realizada por ISIS muestra cuando sus combatientes detienen a tres grandes camiones en lo que parece ser la carretera principal que une a Siria con Iraq. Un hombre armado, fornido y con barba inspecciona las identificaciones de los conductores, quienes permanecen parados frente a él con nerviosismo.
—Todos ustedes son chiitas —dice en forma amenazante.
—No, somos sunitas de Homs —dice uno de los conductores con un tono de voz bajo y desesperado—. Que Alá les dé la victoria.
—Simplemente queremos vivir —implora otro de los conductores—. Estamos aquí porque queremos ganarnos la vida.
El hombre de ISIS los pone a prueba para ver si son sunitas:
—¿Cuántas veces se arrodillan para la oración del amanecer? —pregunta. Sus respuestas varían: entre tres y cinco.
—¿Qué están haciendo los alauitas con el honor de Siria? —pregunta retóricamente el hombre armado a quien, para ese momento, ya se le han unido otros combatientes—. Están violando mujeres y matando musulmanes. Por la manera en que hablan, ustedes son politeístas.
A los tres conductores se los llevan a un lado del camino y los asesinan a tiros.
***

La oposición armada en Siria e Iraq ha sido dominada por los salafí-yihadistas, combatientes islámicos fundamentalistas comprometidos con la guerra santa. Los que asesinan a conductores no sunitas en el camino que va de Damasco a Bagdad son un ejemplo típico de esto. A los gobiernos occidentales quizá no les preocupa mucho cuántos chiitas mueren en Siria, Iraq o Paquistán, pero pueden ver que los movimientos sunitas con creencias similares a Al Qaeda de Osama bin Laden en la actualidad tienen una base en Iraq y Siria mucho más grande que cualquier cosa de la que hubieran gozado en Afganistán antes del 11/9, cuando estaban subordinados a los talibanes.
La simulación de que el Ejército Libre Sirio respaldado por Occidente y supuestamente secular estaba dirigiendo la lucha para derrocar al presidente Bashar al-Assad finalmente se evaporó en diciembre de 2013, cuando los yihadistas invadieron sus depósitos de provisiones y asesinaron a sus comandantes.

Arabia Saudita estaba implicada principalmente en esta influencia de los yihadistas en el movimiento de oposición. En el verano de 2013 había relevado a Qatar como el principal patrocinador de los rebeldes sirios. Sin embargo, la participación saudita había sido mucho más profunda y duradera e implicaba más que un mayor financiamiento, pues llegaron más combatientes a Siria procedentes de Arabia Saudita que de cualquier otro país.

Los predicadores saudíes exigían una intervención armada en contra de Assad, ya fuera por parte de voluntarios individuales o de los estados. Las creencias del wahabismo, la versión saudita puritana más literal del Islam, reconocida exclusivamente por el sistema educativo y judicial saudita, no son muy distintas a las de Al Qaeda u otros grupos yihadistas salafistas a lo largo de Oriente Medio. El wahabismo rechaza rotundamente otros tipos de adoración islámica, así como las creencias no musulmanas. Considera al chiismo una herejía, de manera bastante parecida a la que los católicos romanos en la Europa de la Reforma detestaban el protestantismo y buscaban eliminarlo.

No cabe duda de que la bien financiada propaganda wahabí ha contribuido a que se profundice e intensifique el conflicto violento entre sunitas y chiitas. Un estudio de 2013 publicado por la Dirección General de Política Exterior del Parlamento Europeo, titulado Participación del salafismo/wahabismo en el apoyo y el suministro de armas a grupos rebeldes en todo el mundo, comienza diciendo: «Arabia Saudita ha sido una fuente importante de financiamiento para organizaciones rebeldes y terroristas desde la década de 1980». Y agrega que Arabia Saudita ha destinado 10 000 millones de dólares a promover la agenda wahabí, y predice que aumentará «el número de combatientes yihadistas adoctrinados».

Los orígenes de la postura antichiita de Arabia Saudita pueden rastrearse hasta la alianza entre los wahabíes y la Casa de Saud, que data del siglo XVIII. Sin embargo, la fecha clave para el desarrollo de los movimientos yihadistas como actores políticos es 1979, con la invasión soviética de Afganistán y la Revolución iraní, cuando el Ayatolá Khomeini convirtió a Irán en una teocracia chiita.
En los ochenta, nació una alianza entre Arabia Saudita, Paquistán (o, con mayor precisión, el ejército paquistaní) y los Estados Unidos, que ha resultado extraordinariamente duradera. Ha sido uno de los principales apoyos de la predominancia estadounidense en la región, pero también constituyó un semillero para los movimientos yihadistas, de los cuales Al Qaeda de Osama bin Laden era originalmente solo una de las variantes.

El impacto que causó el 11/9 proporcionó un momento tipo Pearl Harbor en los Estados Unidos, cuando la repulsión pública y el miedo pudieron manipularse para implementar una agenda preexistente neoconservadora, al señalar como objetivo a Saddam Hussein e invadir Iraq. Una razón para practicar la tortura por ahogamiento a los sospechosos de Al Qaeda era obtener confesiones que implicaran a Iraq y no a Arabia Saudita en los ataques.

El informe de la Comisión del 11/9 identificó a Arabia Saudita como la principal fuente de financiamiento de Al Qaeda, pero no se emprendió acción alguna al respecto. Seis años después del ataque, en la cúspide del conflicto militar en Iraq en 2007, Stuart Levey, subsecretario del Tesoro de los Estados Unidos, quien estaba a cargo de monitorear e impedir el financiamiento terrorista, dijo a ABC News en lo referente a Al Qaeda: «si yo pudiera tronar los dedos y detener el financiamiento por parte de algún país, sería de Arabia Saudita». Agregó que ninguna persona identificada por los Estados Unidos o las Naciones Unidas como agente de financiamiento del terrorismo había sido procesada por los saudíes.

A pesar de esta elevada frustración contra los saudíes por su falta de cooperación, dos años más tarde la situación no había mejorado mucho. Como se mencionó anteriormente, en un comunicado dado a conocer por WikiLeaks en diciembre de 2009, la secretaria de Estado Hillary Clinton escribió: «Arabia Saudita sigue siendo una base de apoyo financiero crucial para Al Qaeda, los talibanes, LeT (Lashkar-e-Taiba[13] en Paquistán) y otros grupos terroristas». Denunció que Arabia Saudita actuara contra Al Qaeda por ser una amenaza interna y no contra sus actividades en el exterior.

Otro punto que salió a la luz ampliamente en el tráfico diplomático estadounidense filtrado fue la prioridad que dieron los saudíes al hecho de enfrentar a los chiitas. Aquí la paranoia se volvió muy profunda. Consideremos a Paquistán, el aliado musulmán más importante de Arabia Saudita, respecto al cual un diplomático saudí experimentado dijo: «no somos observadores en Paquistán; somos participantes». Antes del 11 de septiembre, solo Arabia Saudita, Paquistán y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) habían otorgado reconocimiento oficial a los talibanes como gobierno en Afganistán.

Existe cierta histeria y exageración en el miedo que tienen los saudíes al expansionismo chiita, ya que los chiitas son poderosos solo en los pocos países donde son mayoría o una fuerte minoría. De los 57 países musulmanes, solo cuatro tienen una mayoría chiita.
No obstante, los saudíes tenían grandes sospechas del presidente paquistaní Asif Ali Zardari y dejaron en claro que habrían preferido una dictadura militar en Paquistán. La razón de esta antipatía era sectaria, de acuerdo con el ministro de Relaciones Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos, Sheikh Abdullah bin Zayed, quien dijo a los estadounidenses que «Arabia Saudita sospecha que Zardari es chiita, y con eso crea una preocupación entre los saudíes de la existencia de un triángulo chiita en la región entre Irán, el gobierno de Maliki en Iraq, y Paquistán bajo el gobierno de Zardari». El rey Abdullah instó una y otra vez a los Estados Unidos a atacar a Irán y «cortar la cabeza de la serpiente». Anular la influencia de la mayoría chiita en Iraq fue otra de las prioridades. Esto fue una más de las razones de que tantos saudíes simpatizaran con las acciones de los yihadistas en Iraq contra el gobierno.
La toma del poder en Iraq por parte de un gobierno chiita —el primero en el mundo árabe desde que Saladino derrocó a la dinastía fatimí en Egipto en 1171— provocó una gran alarma en Riad y otras capitales sunitas, cuyos gobernantes querían revertir esta derrota histórica. En 2009, el gobierno iraquí observó alarmado que cuando un imán saudí lanzaba una fatwa [edicto islámico] llamando a que los chiitas fueran asesinados, los gobiernos sunitas de la región permanecían «sospechosamente callados» en lo referente a condenar dicha declaración.

Los levantamientos árabes de 2011 exacerbaron el sectarismo, incluido en Arabia Saudita, que siempre ha estado muy consciente de la minoría chiita en su Provincia Oriental. En marzo de 2011, 1500 tropas sauditas brindaron respaldo a la familia real Al-Khalifa, en Bahréin, cuando aplastaron las protestas a favor de la democracia por parte de la mayoría chiita en la isla. La naturaleza abiertamente sectaria de las drásticas medidas quedó al descubierto cuando algunos lugares sagrados chiitas fueron derribados.
En Siria, los saudíes subestimaron la resistencia del gobierno de Assad y el apoyo que recibía de Rusia, Irán y Hezbollah en el Líbano. Sin embargo, la participación saudita, junto con la de Qatar y Turquía, restó importancia al cambio democrático secular como ideología del levantamiento, el cual se convirtió en una tentativa sunita por alcanzar el poder utilizando brigadas salafí-yihadistas como lo más vanguardista de la revuelta. Como era de esperar, los alauitas y otras minorías sintieron que no tenían otra opción más que pelear a muerte.

En el período que siguió hubo señales de verdadero enojo en Washington debido a las acciones emprendidas por Arabia Saudita y las monarquías sunitas del Golfo, al suministrar y financiar a los caudillos militares yihadistas en Siria. Los Estados Unidos tenían cada vez más temor de que ese apoyo creara una situación similar a la de Afganistán en la década de 1980, cuando un respaldo indiscriminado de los insurgentes resultó en Al Qaeda, los talibanes y los caudillos yihadistas. La cabeza de la inteligencia estadounidense, James Clapper, estimó que el número de combatientes extranjeros en Siria, principalmente procedentes del mundo árabe, era de alrededor de 7000.

El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, criticó en privado al príncipe Bandar bin Sultan, jefe de la Inteligencia saudita desde 2012 y exembajador saudí en Washington, quien había estado dirigiendo la campaña para derrocar al gobierno de Assad. El príncipe Bandar contraatacó al denunciar al presidente Obama por no intervenir militarmente en Siria cuando se estaban utilizando armas químicas en contra de civiles.

Sin embargo, quedó claro que a los saudíes también les preocupaba que los yihadistas —a quienes previamente les habían permitido irse para que se unieran a la guerra en Siria— pudieran regresar a casa y dirigir sus armas en contra de los gobernantes del Reino. Durante febrero y marzo de 2014, en un giro repentino de las políticas previas, Arabia Saudita trató de impedir que los combatientes saudíes partieran Siria, y convocó a todos los demás combatientes extranjeros a que dejaran dicho país. El rey Abdullah decretó como crimen que los saudíes pelearan en conflictos externos. El jefe de la Inteligencia saudita, el príncipe Bandar bin Sultan, quien había estado a cargo de organizar, financiar y suministrar a los grupos yihadistas, fue relevado de manera inesperada de la función de vigilar la política saudita hacia Siria, y fue reemplazado por el ministro del Interior Mohammed bin Nayef, quien tenía una mejor relación con los Estados Unidos y era conocido principalmente por su campaña en contra de Al Qaeda en la península Arábiga.
El príncipe Miteb bin Abdullah, hijo del rey saudí Abdullah y jefe de la Guardia Nacional Saudita, también habría de desempeñar un papel importante a la hora de formular una nueva política hacia Siria. Las diferencias entre Arabia Saudita y algunas de las otras monarquías del Golfo se hicieron más evidentes cuando los saudíes, Bahréin y los Emiratos Árabes Unidos retiraron a sus embajadores de Qatar en marzo de 2014. Esto se debió primordialmente a que Qatar respaldó a la Hermandad Musulmana, pero también a que financiaron a los grupos yihadistas que estaban fuera de control en Siria.

Para marzo de 2014, el subsecretario para Terrorismo e Inteligencia Financiera de los Estados Unidos, David Cohen, elogiaba a Arabia Saudita por su progreso en acabar con los recursos de financiamiento de Al Qaeda dentro de sus propias fronteras, pero advertía que otros grupos yihadistas podían seguir teniendo acceso a donadores en el Reino. También señaló que Arabia Saudita no era la única entre las monarquías del Golfo que apoyaba a los yihadistas, afirmando amargamente: «Nuestro aliado Kuwait se ha convertido en el epicentro del financiamiento de los grupos terroristas en Siria». Se quejó particularmente del nombramiento de Nayef al-Ajmi como ministro de Justicia y ministro de Donaciones (Awqaf) y de Asuntos Islámicos, afirmando que «Al-Ajmi tiene antecedentes de promover la yihad en Siria. De hecho, su imagen ha sido mostrada en carteles para recolectar fondos para un prominente financiero del Frente al-Nusra». Debido a las presiones de los Estados Unidos, fue forzado a renunciar.

Probablemente sea demasiado tarde para que Arabia Saudita logre revertir claramente su apoyo a los yihadistas en Siria. Los medios sociales yihadistas ahora están atacando abiertamente a la familia real saudí. Una imagen del rey Abdullah entregando una medalla al presidente George W. Bush en años anteriores fue subtitulada mordazmente: «Medalla otorgada por invadir a dos países islámicos». Otra foto más amenazante en una cuenta de Twitter fue tomada en la parte trasera de una camioneta pick-up. Muestra combatientes armados y enmascarados, y el subtítulo dice: «Con la venia de Dios entraremos así a la Península Arábiga. Hoy el Levante y mañana Al-Qurayyat y Arar [dos ciudades en el norte de Arabia Saudita]».

Ciertamente, los dirigentes chiitas tienen dudas en cuanto a que el giro de 180 grados de Arabia Saudita se esté sucediendo a un nivel suficientemente profundo. Yousif al-Khoei, quien encabeza el Centro para el Estudio Académico Chiita, dice: «Las recientes fatwas sauditas que deslegitimizan las muertes suicidas constituyen un paso positivo, pero los saudíes necesitan hacer un intento serio por reformar su sistema educativo, el cual actualmente demoniza a chiitas, sufíes, cristianos, judíos y a otras sectas y religiones. Necesitan detener las predicaciones de odio desde muchos medios satelitales y no permitir que los predicadores se expresen libremente con odio en los medios sociales».

Los líderes chiitas citan una serie de fatwas lanzadas por clérigos saudíes identificándolos como no musulmanes. Uno de ellos declara: «Convocar a un acercamiento entre chiitas y sunitas es similar al acercamiento entre el Islam y el cristianismo».
Los seguidores del wahabismo consideran a las iglesias cristianas como lugares de idolatría y politeísmo debido a las imágenes de Jesús y su madre y al uso de la cruz, todo lo cual muestra que los cristianos no adoran a un solo Dios. Este no es un punto de vista circunscrito a Arabia Saudita: en Bahréin, 71 clérigos sunitas exigieron que el gobierno retirara el permiso que había otorgado para la construcción de una iglesia cristiana. Cuando la familia real Al-Khalifa aplastó las protestas en pro de la democracia que llevaba a cabo la mayoría chiita en Bahréin en 2011, el primer acto de las fuerzas de seguridad consistió en destruir varias docenas de mezquitas, santuarios y tumbas de hombres santos chiitas, con el argumento de que no tenían los permisos de construcción adecuados.
La wahabización de la corriente principal del Islam sunita es uno de los acontecimientos más peligrosos de nuestra era. Ali Allawi, historiador y autoridad en sectarismo, dice que, país tras país, las comunidades sunitas «han adoptado estatutos del wahabismo que en un inicio [no formaban] parte de su canon». Un rasgo crucial en el surgimiento del wahabismo es el poder financiero y político de Arabia Saudita. El Dr. Allawi dice que si, por ejemplo, un musulmán piadoso desea financiar un seminario en Bangladesh, no hay muchos lugares donde pueda obtener 20 000 libras esterlinas, más que en Arabia Saudita. Sin embargo, si esa misma persona desea oponerse al wahabismo, entonces tendrá que «pelear con recursos ilimitados». El resultado es la profundización del sectarismo, ya que los chiitas son considerados como no musulmanes, y los no musulmanes de todas las denominaciones son forzados a huir, de modo que países como Iraq y Siria están vaciándose de cristianos, quienes han vivido ahí durante más de 2000 años.

El Dr. Allawi dice que es ingenuo imaginar que las minorías chiitas en países como Malasia o Egipto no hayan sido mal vistas en el pasado por la mayoría sunita, pero tan solo recientemente han sido excluidas y perseguidas. Dice que muchos chiitas ahora viven con una sensación de muerte inminente, «igual que los judíos en Alemania en 1935». Como ha ocurrido con la propaganda antisemítica europea a lo largo de los siglos, los chiitas son relegados supuestamente por llevar a cabo prácticas abominables, tales como el ritual de incesto. En 2013, en un pueblo cerca de El Cairo, cuatro hombres chiitas fueron asesinados por una multitud mientras llevaban a cabo sus ceremonias religiosas regulares en una casa privada.

«Los wahabíes tratan de ignorar la totalidad del corpus de enseñanzas islámicas de los últimos 1400 años», dice el Dr. Allawi. La ideología de los movimientos tipo Al Qaeda en Iraq y Siria no es la misma que la del wahabismo. Sin embargo, sus creencias son similares, solo que llevadas a un mayor extremo. Existen debates estrafalarios acerca de si está prohibido aplaudir o si las mujeres deberían utilizar sostén. Como ocurre con Boko Haram en Nigeria, los militantes en Iraq y Siria no ven una prohibición religiosa a la hora de esclavizar a las mujeres como botín de guerra.

Existen señales de que los gobernantes saudíes ahora pueden estar lamentando el haber dado tanto apoyo a los yihadistas que tratan de derrocar al presidente Assad en Siria. Por ejemplo, a principios de 2014, invitaron al ministro de Relaciones Exteriores iraní a visitar el Reino. Sin embargo, puede ser demasiado tarde, pues ya ha escuchado que su gobierno ha denunciado a Assad como la raíz de todo mal en Siria. Los yihadistas sauditas lo verán como una traición y como la hipocresía máxima si ese mismo gobierno ahora los amenaza con encarcelarlos cuando regresen a casa.


CAPÍTULO 8
SI SANGRA, MANDA


LAS CUATRO GUERRAS LIBRADAS EN AFGANISTÁN, Iraq, Libia y Siria a lo largo de los pasados 12 años han implicado la intervención extranjera abierta o encubierta en países profundamente divididos. En todos los casos, la participación de Occidente exacerbó las diferencias existentes y empujó a las partes hostiles a una guerra civil. En cada país, toda o parte de la oposición ha estado compuesta por combatientes yihadistas recalcitrantes. Cualesquiera que sean los asuntos en juego, las intervenciones han sido presentadas por los políticos como primordialmente humanitarias, en apoyo a las fuerzas populares en contra de dictadores y estados policíacos que usan la fuerza pública para apaciguar a la población. A pesar de los aparentes éxitos militares, en ninguno de esos casos la oposición local y sus promotores han logrado consolidar el poder o instituir estados estables.

Sin embargo, hay otra similitud que conecta a los cuatro conflictos: más que conflictos fuertemente armados, todos han sido guerras propagandísticas en las que los periódicos, la televisión y los reporteros de radio han desempeñado un papel fundamental. En cada guerra existe una disparidad entre las noticias transmitidas y lo que realmente sucedió, pero durante estas cuatro campañas el mundo exterior se ha quedado con conceptos equivocados, incluso con respecto a la identidad de los vencedores y los vencidos.
En 2001, los reportes de la guerra afgana dieron la impresión de que los talibanes habían sido vencidos de forma contundente, aunque había habido muy pocas peleas. En 2003 existía la creencia en Occidente de que las fuerzas de Saddam Hussein habían sido aplastadas cuando, de hecho, el ejército iraquí, incluyendo las unidades de la Guardia Republicana Especial de Élite [Haris al-Jamhuriy al-Khas], simplemente se había disuelto y sus elementos habían regresado a casa. En 2011, en Libia, los rebeldes, que a menudo fueron mostrados en televisión disparando pesadas metralletas montadas en camiones en dirección al enemigo, solo tuvieron un papel limitado en el derrocamiento de Muammar Gaddafi, quien fue abatido principalmente por los ataques aéreos de la OTAN. En Siria, en 2011 y 2012, líderes y periodistas extranjeros predijeron repetidamente y en vano la derrota inminente de Bashar al-Assad.

Estos conceptos equivocados explican por qué ha habido tantas sorpresas y reveses inesperados. Los talibanes volvieron a surgir en 2006 debido a que no habían sido derrotados de manera tan categórica como el resto del mundo imaginaba. A finales de 2001, pude conducir —con nervios pero de manera segura— desde Kabul hasta Kandahar. Sin embargo, cuando intenté hacer ese mismo viaje en 2011 no pude ir más al sur por el camino principal de la última estación policial en las afueras de Kabul. Hace dos años, en Trípoli, los hoteles estaban llenos a su máxima capacidad con periodistas que cubrían la caída de Gaddafi y el triunfo de las milicias rebeldes. No obstante, aún no se ha restablecido la autoridad del Estado en ese lugar. Durante el verano de 2013, Libia casi dejó de exportar petróleo debido a que los principales puertos del Mediterráneo habían sido tomados como resultado de un motín entre los combatientes. El primer ministro, Ali Zeidan, amenazó con bombardear «desde el aire y desde el mar» a los buques petroleros que los milicianos estaban utilizando para vender petróleo en el mercado negro. Pronto, Zeidan mismo fue obligado a huir del país.

La caída de Libia en la anarquía recibió muy poca cobertura por parte de los medios internacionales. Hacía mucho tiempo que se habían trasladado a Siria y, más recientemente, a Egipto. Iraq, desde hace algunos años casa de muchas agencias de noticias extranjeras, también desapareció del mapa de los medios, aunque casi 1000 iraquíes son asesinados cada mes, principalmente como resultado de los bombardeos sobre blancos civiles. Cuando en enero llovió durante unos cuantos días en Bagdad, el sistema de drenaje —que supuestamente fue restaurado a un coste de 7000 millones de dólares— no pudo soportarlo: algunas calles estaban llenas de agua sucia y aguas residuales que llegaban hasta la rodilla. En Siria, muchos combatientes de la oposición que habían peleado heroicamente para defender a sus comunidades se convirtieron en bandidos y mafiosos con licencia cuando tomaron el poder en los enclaves protegidos por los rebeldes.

No es que los reporteros estuvieran equivocados en cuanto a sus descripciones de lo que vieron. Sin embargo, el propio término reportero de guerra, aunque no era utilizado a menudo por los mismos periodistas, ayuda a explicar lo que falló. Dejando de lado sus matices machistas, da la impresión equivocada de que la guerra puede describirse de forma adecuada centrándose en los combates militares. Las guerras irregulares o de guerrillas son siempre intensamente políticas, sobre todo los extraños conflictos intermitentes que siguieron al 11/9. Esto no quiere decir que lo que ocurrió en el campo de batalla haya sido insignificante, sino solo que requiere interpretación. En 2003, la televisión mostraba columnas de tanques iraquíes aplastados e incendiados después de los ataques aéreos estadounidenses en la carretera principal al norte de Bagdad. De no haber sido por el ambiente desértico, los testigos habrían podido estar observando imágenes del ejército alemán derrotado en Normandía en 1944. Sin embargo, yo me subí a algunos de los tanques y pude ver que habían sido abandonados mucho tiempo antes de ser alcanzados. Esto importaba, porque mostraba que el ejército iraquí no estaba preparado para pelear y morir por Saddam. También señalaba el futuro probable de la ocupación aliada. Los soldados iraquíes, que no se veían a sí mismos como derrotados, esperaban mantener sus trabajos en el Iraq posterior a la era de Saddam, y se pusieron furiosos cuando los estadounidenses disolvieron su ejército. Los oficiales bien entrenados entraron en tropel a la resistencia, con consecuencias devastadoras para las fuerzas de ocupación: un año más tarde, los estadounidenses controlaban solo islas del territorio de Iraq.

En cierto sentido, hacer periodismo de guerra es más fácil que otros tipos de periodismo: el melodrama de los acontecimientos dirige la historia y atrae a la audiencia. Puede resultar arriesgado en ocasiones, pero un corresponsal que habla frente a una cámara con bombas explotando y vehículos militares ardiendo detrás de él sabe que su reporte se presentará con preeminencia en cualquier programa de noticias. «Si sangra, manda», es un viejo adagio periodístico[14]. El drama de la batalla inevitablemente domina las noticias, pero se simplifica bastante si solo se muestra una parte de lo que está ocurriendo. Estas simplificaciones fueron especialmente crudas y engañosas en Afganistán e Iraq cuando se enlazaron con la propaganda política que demonizó primero a los talibanes y, posteriormente, a Saddam Hussein como el mal encarnado. Ayudaron a presentar el conflicto en blanco y negro, como una lucha entre el bien y el mal, algo que era particularmente fácil en los Estados Unidos en medio de la atmósfera de histeria después del 11/9. Las deficiencias incapacitantes de la oposición en estos países simplemente fueron ignoradas.

Para el año 2011, la complejidad de los conflictos en Iraq y Afganistán fue evidente para los periodistas en Bagdad y Kabul, aunque no necesariamente para sus editores en Londres y Nueva York. Sin embargo, para ese entonces el reporte de las guerras en Libia y Siria demostraba una forma de ingenuidad distinta, aunque igualmente poderosa. Una versión del espíritu de 1968 prevalecía: de repente se dijo que los antagonismos que precedieron a la Primavera Árabe eran obsoletos; un espléndido nuevo mundo se estaba creando a una velocidad frenética. Los comentaristas sugerían con optimismo que, en la era de la televisión por satélite e internet, las formas tradicionales de represión —censura, encarcelamiento, tortura y ejecución— ya no podían asegurar el poder de los estados policíacos; incluso podrían ser contraproducentes. El control estatal de la información y las comunicaciones había sido trastocado por los blogs y los teléfonos celulares; YouTube brindaba los medios para exponer, de la manera más enérgica e inmediata, los crímenes y la violencia de las fuerzas de seguridad.

En marzo de 2011, los arrestos y las torturas masivas aplastaron sin mayor esfuerzo el movimiento en favor de la democracia en Bahréin. Las innovaciones en las tecnologías de la información quizás han inclinado ligeramente la balanza en favor de la oposición, pero no lo suficiente como para prevenir una contrarrevolución, como lo puso de manifiesto el golpe militar en Egipto el 3 de julio de 2013. El éxito inicial de las manifestaciones callejeras llevó a una confianza sobrada y a una dependencia excesiva de la acción espontánea; la necesidad de liderazgo, organización, unidad y políticas, que constituyeran más que una agenda humanitaria vaga, se quedaron a mitad de camino. La historia —incluyendo las historias de sus propios países— tenía poco que enseñar a esta generación de radicales y futuros revolucionarios. No aprendieron las lecciones de lo que ocurrió cuando Nasser tomó el poder en Egipto en 1952, y no se preguntaron si los levantamientos árabes de 2011 pudieron haber tenido paralelismos con las revoluciones europeas de 1848, victorias fáciles que fueron rápidamente revertidas. Muchos miembros de la intelligentsia en Libia y Siria parecían vivir y pensar dentro de la cámara de resonancia de internet. Pocos expresaban ideas prácticas sobre el camino que estaba por delante.

La convicción de que un gobierno tóxico es la raíz de todo mal es la posición pública de la mayoría de las oposiciones, pero es peligroso confiar en la propia propaganda. La oposición iraquí creía genuinamente que los problemas sectarios y étnicos de Iraq surgieron a partir de Saddam y que, una vez que él se fuera, todo estaría bien. La oposición en Libia y Siria creía que los regímenes de Gaddafi y Assad eran tan evidentemente malos que era contrarrevolucionario cuestionar si lo que vendría después de ellos sería mejor. Los reporteros extranjeros han compartido estas opiniones en líneas generales. Recuerdo haber mencionado algunas de las fallas de los milicianos libios a una periodista occidental: «Simplemente recuerde quiénes son los buenos», contestó con reprobación.
Pudieron haber sido los buenos, pero había algo inquietante en la facilidad con la que los opositores proporcionaban localizaciones apropiadas para los medios de comunicación, ya fuera en la Plaza Tahrir o en los frentes de batalla en Libia. Los manifestantes en Bengazi sostenían, para beneficio de los televidentes, pancartas escritas en perfecto inglés, las cuales a menudo no podían leer por sí mismos. En Ajdabiya, que se encuentra a dos horas en auto yendo por la costera principal al sur de Bengazi, los periodistas extranjeros a menudo sobrepasaban en número a los combatientes de la oposición, y los camarógrafos tenían que mover a sus corresponsales de modo que el predominio de la prensa no resultara evidente para su audiencia. El principal peligro ahí era ser arrollado por una camioneta que llevara una pesada ametralladora: los conductores con frecuencia sentían pánico cuando una bomba explotaba a la distancia. Los milicianos libios fueron efectivos cuando pelearon por sus propias ciudades y pueblos, pero sin una protección aérea no habrían prevalecido más que unas cuantas semanas. La atención de los medios hacia las coloridas escaramuzas desviaba la atención del hecho central de que Gaddafi fue derrocado por la intervención militar de los Estados Unidos, Inglaterra y Francia.

Nada de esto constituye una sorpresa. Las apariciones públicas de líderes occidentales con niños sonrientes o soldados animados se planean invariablemente para mostrarlos bajo una luz de empatía. ¿Por qué los rebeldes árabes no habrían de tener las mismas habilidades de relaciones públicas? El problema fue la manera tan rápida en que los reporteros de guerra aceptaron y promovieron las historias de atrocidades de la oposición. En Libia, una de las historias más influyentes describía la violación masiva de mujeres en áreas rebeldes por parte de las tropas gubernamentales, que actuaban por órdenes de arriba. Una psicóloga libia afirmó haber distribuido 70 000 cuestionarios en áreas controladas por rebeldes, de los cuales 60 000 fueron devueltos. Unas 259 mujeres dijeron de manera voluntaria que habían sido violadas; la psicóloga dijo que había entrevistado a 140 de ellas. Era inverosímil que esas estadísticas tan precisas se hubieran recogido en medio de la anarquía del este de Libia, pero su historia fue repetida sin sentido crítico, haciendo mucho por convertir a Gaddafi en un paria. Unas cuantas semanas después hubo informes de Amnistía Internacional, de Human Rights Watch y de una comisión de Naciones Unidas, en gran parte ignorados, que afirmaban que no había evidencias de semejante historia, la cual parece haber sido únicamente un ardid propagandístico altamente exitoso. En otra ocasión, los rebeldes mostraron los cuerpos de ocho soldados del gobierno: aseveraban que los hombres fueron ejecutados por miembros de su propio bando por tratar de desertar para irse con la oposición. Posteriormente, Amnistía Internacional descubrió un video que mostraba a los ocho hombres vivos después de ser capturados por los rebeldes: claramente, habían sido asesinados poco tiempo después y se culpó de su muerte a las fuerzas favorables a Gaddafi.

Los ingredientes esenciales de una buena historia de atrocidades son que debe resultar impactante y que no puede ser refutada de inmediato. En 1990 se informó ampliamente de que los soldados iraquíes invasores en Kuwait voltearon a los bebés de las incubadoras del hospital y que los dejaron morir en el piso. La historia, enormemente influyente en aquel momento, solo fue desacreditada cuando la persona que afirmó haber sido testigo de ello resultó ser la hija del embajador kuwaití en Washington; ella no había estado en el hospital en ese momento. Los reporteros pueden tener sospechas, pero rara vez pueden desmentir enseguida ese tipo de relatos. También saben que a los editores de noticias no les gusta que se les diga que una nota periodística colorida, que muy probablemente publicarán sus competidores, posiblemente sea falsa. Es fácil echarle la culpa a la «neblina de la guerra» y es cierto que las guerras conllevan eventos confusos y sucesos que se desarrollan con rapidez, cuyos reportes no pueden ser verificados. En una guerra todo el mundo tiene, por lo regular, un motivo más que poderoso para tergiversar sus logros y fracasos y, a menudo, resulta difícil desmentir sus afirmaciones. Esto no es nuevo. «¿Alguna vez se le ocurrió pensar, señor, en la oportunidad que brinda a los mentirosos un campo de batalla?», comentó el general confederado Stonewall Jackson a un asistente.

Por supuesto, cuando las personas están disparándose unas a otras a menudo es peligroso deambular por las calles lo suficiente como para determinar lo que en realidad está ocurriendo. En Siria, en el mes de junio, estaba entrevistando al gobernador de Homs cuando, de manera inesperada, declaró que el ejército sirio se había apoderado de un pueblo en la frontera libanesa, llamado Talkalakh, previamente tomado por la oposición. Me sugirió que fuera ahí para que viera por mí mismo. La oposición decía que continuaban las luchas feroces y Al-Jazeera reportó que salía humo del pueblo. Pasé tres horas conduciendo por Talkalakh —que, ciertamente, se encontraba bajo el control absoluto del gobierno— y no escuché un solo disparo ni vi ningún tipo de humo. Parte del pueblo había sido seriamente dañado por los bombardeos y las calles estaban vacías, aunque un simpatizante del gobierno afirmó que esto se debía a que «las personas estaban tomando la siesta».

Mientras estuve en Damasco me quedé en el distrito cristiano de Bab Tuma, que estaba siendo golpeado por bombas de mortero disparadas desde distritos tomados por rebeldes. Un amigo me llamó para decirme que cuatro personas fueron asesinadas por un hombre-bomba a unos cientos de metros de ahí. Me dirigí al lugar de inmediato y vi un cuerpo debajo de una sábana blanca; al otro lado de la calle se encontraba un pequeño cráter que parecía haber sido provocado por una explosión de mortero. La televisión estatal siria seguía afirmando que el hombre muerto era un hombre-bomba que tenía como objetivo una iglesia cristiana; incluso dio su nombre. Para no variar, fue posible saber exactamente lo que había ocurrido: las imágenes de un circuito cerrado de televisión tomadas de las calles mostraron una bomba de mortero cayendo en un instante sobre la camisa blanca de un transeúnte. Murió instantáneamente y erróneamente fue identificado como el hombre-bomba. La televisión siria se disculpó posteriormente por este error.

En cada uno de los casos, los sesgos políticos y los errores elementales se combinaron para producir una versión equivocada de los hechos, pero tenía poco que ver con la «neblina de la guerra». Lo que en realidad muestra es que no existe una alternativa al periodismo de primera mano. Los periodistas rara vez admiten plenamente frente a sí mismos o frente a otros qué tanto dependen de fuentes secundarias o guiadas por intereses egoístas. El problema es complejo porque las personas atrapadas en eventos de interés periodístico a menudo se convencen a sí mismas de que saben más de lo que en realidad saben. Los sobrevivientes de los ataques con hombres-bomba en Bagdad podrían describirme con todo detalle la expresión facial del suicida momentos antes de hacer detonar sus explosivos, olvidando que, si hubieran estado tan cerca, habrían muerto. Los mejores testigos eran niños que vendían cigarros y que siempre estaban a la búsqueda de clientes.

En realidad, la guerra no está más inmersa en la neblina que la paz; algunas veces, incluso menos. Los acontecimientos graves son difíciles de ocultar porque miles de personas son afectadas por ellos, y una vez que el combate comienza, las autoridades son cada vez menos capaces de monitorear e impedir los movimientos del periodista emprendedor. Resulta difícil guardar el secreto de quién mantiene qué territorio y quién está ganando y quién perdiendo. Por eso se vuelve más fácil encontrar informantes. En tiempos de peligro, ya sea en Belfast, Basora o Damasco, las personas se vuelven muy conscientes de cualquier amenaza potencial contra su vecindario: puede ser tan pequeña como un nuevo rostro o tan grande como la llegada de una unidad militar. Un gobierno o un ejército pueden tratar de mantener el secretismo prohibiendo la entrada a los reporteros, pero pagarán el precio cuando el vacío noticioso se llene con información proporcionada por sus enemigos. El gobierno sirio se puso en una desventaja política al negar visas a la mayoría de los periodistas extranjeros, política que apenas ha comenzado a revertir.

Conforme el peligro aumentó en Iraq después de 2003, se extendió el rumor de que los reporteros extranjeros realmente no eran testigos oculares pues habían sido reducidos a producir «periodismo de hotel», sin jamás dejar tres o cuatro hoteles bien protegidos. Esto nunca fue cierto, y estuvo muy lejos del hecho de que estos hoteles eran repetidamente blanco de hombres-bomba. Los periodistas que tenían miedo de dejar su hotel tomaban la prudente precaución de no ir a Bagdad en primer lugar. Yo solía pensar que los reporteros que eran más susceptibles de ser asesinados o secuestrados eran aquellos que no tenían experiencia y que trataban de hacerse de un nombre corriendo riesgos escandalosos. Sin embargo, los reporteros de guerra que murieron y que yo conocía mejor, como David Blundy en El Salvador en 1989 y Marie Colvin en Siria en 2012, eran muy experimentados. Su único error consistió en ir a lugares peligrosos con tanta frecuencia que existían grandes posibilidades de que un día fueran alcanzados por una bala o una bomba.
Los caóticos combates de las guerrillas y los bombardeos esporádicos con artillería durante las guerras sin fronteras claras son particularmente peligrosos. Por poco fui asesinado en 2004 fuera de Kufa, en el Éufrates, por milicianos chiitas, quienes se habían puesto nerviosos después de pelear con marines estadounidenses unas horas antes aquel día. Al sospechar del tocado local que llevaba puesto, decidieron que yo era un espía. Sin embargo, me había puesto el tocado como un disfraz básico con el fin de viajar por los pueblos tomados por sunitas en el camino entre Kufa y Bagdad.

La idea de que los periodistas extranjeros se pasan el día holgazaneando en sus hoteles en Damasco, Bagdad o Kabul es absurda. Un cargo más trascendental es que escriben demasiado sobre tiroteos y escaramuzas, sobre los artilugios de la guerra, al tiempo que descuidan el panorama más amplio que podría determinar el resultado. «Mi periódico no hace lo que denominan periodismo de balazos», dijo un corresponsal con solemnidad, explicando por qué ninguno de sus colegas cubría los combates en Siria de primera mano. Sin embargo, los balazos importan: la guerra no puede explicarse sin la política, pero la política no puede comprenderse sin la guerra. Al inicio de la ocupación de Iraq, fui a la estación eléctrica de Al-Dohra en Bagdad después de que un soldado estadounidense fue asesinado a tiros ahí y otro fue herido. Esto fue un incidente menor en una incipiente guerra de guerrillas, pero la aprobación que los habitantes de la localidad expresaron mientras se encontraban alrededor del charco de sangre seca sobre el pavimento fue indicativa. «Somos muy pobres pero vamos a celebrar preparando un pollo», dijo un hombre. «Si Dios quiere, habrá más acciones como esta».

Integrarse con los ejércitos estadounidense y británico significaba que los periodistas terminaban teniendo las mismas experiencias que los soldados y pensando de manera muy similar. Es difícil no relacionarse con las personas que son importantes para la propia seguridad y con quienes se comparten peligros comunes. Los ejércitos prefieren el sistema de integración, en parte debido a que puede favorecer a los reporteros simpatizantes y excluir a los más críticos. Contra toda lógica, para los periodistas significa perderse partes cruciales de la guerra, ya que un comandante de guerrilla experimentado atacará de manera natural dondequiera que las fuerzas enemigas estén ausentes o sean débiles. Cualquier persona que esté integrada con el ejército tenderá a estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. En 2004, cuando los marines estadounidenses irrumpieron en la ciudad de Faluya asesinando a muchos insurgentes, estaban acompañados por la mayor parte de la prensa de Bagdad. Fue una victoria famosa y bien publicitada. Sin embargo, el contraataque insurgente, la toma de la ciudad de Mosul al norte de Iraq, de la cual se habían retirado los soldados estadounidenses, fue grandemente ignorado por los medios en aquel tiempo. Cuando Mosul cayó por segunda vez en junio de 2014, pocos comentaristas mencionaron siquiera que la ciudad había sido tomada por los insurgentes diez años atrás, y tampoco tomaron en cuenta la implicación de todo esto: que el control de Bagdad de su segunda ciudad y principal fortaleza de los sunitas urbanos siempre había sido inestable.
***

El cambio más siniestro en la forma que la guerra se percibe a través de los medios surge de lo que apenas hace unos cuantos años pareció ser un acontecimiento absolutamente positivo. La televisión por satélite y el uso de la información proporcionada por YouTube, por blogueros y por los medios sociales se presentaron como innovaciones liberadoras al principio de la Primavera Árabe. El monopolio de la información impuesto por los estados policíacos, desde Túnez hasta Egipto y Bahréin, se había roto. Sin embargo, como ha mostrado el curso del levantamiento en Siria, la televisión por satélite e internet también pueden utilizarse para diseminar la propaganda y el odio.

«La mitad de la yihad es mediática», dice un eslogan publicado en un sitio web yihadista, mismo que, si se toma como algo generalizado, es totalmente correcto. Las ideas, las acciones y los objetivos de los yihadistas sunitas fundamentalistas se transmiten diariamente a través de las estaciones de televisión por satélite, YouTube, Twitter y Facebook. Mientras existan esos medios propagandísticos tan poderosos, los grupos similares a Al Qaeda jamás carecerán de dinero o de reclutas.
La mayor parte de lo que los yihadistas difunden es propaganda de odio en contra de los chiitas y, en ocasiones, en contra de cristianos, sufíes y judíos. Exige el apoyo para la yihad en Siria, Iraq, Yemen y en todas partes donde se está librando la guerra santa. Una publicación reciente muestra a un hombre-bomba de apariencia romántica que fue «inmolado» mediante la realización de un ataque sobre una estación de policía egipcia en Sinaí.

Si observamos una selección de ese tipo de publicaciones en línea, lo que resulta impactante no solo es su violencia y sectarismo sino el profesionalismo con el que se producen. Los yihadistas pueden anhelar el regreso a las normas de los inicios del Islam, pero sus habilidades en el uso de las comunicaciones modernas e internet superan por mucho a la mayoría de los movimientos políticos existentes en el mundo. Al producir un registro visual de todo lo que hace, ISIS ha amplificado enormemente su impacto político. Sus militantes dominan los medios sociales y producen películas bien realizadas y aterrorizantes para ilustrar el compromiso de sus combatientes cuando identifican y asesinan a sus enemigos. El acercamiento del gobierno iraquí a los medios difiere de manera radical: intenta mantener la moral minimizando los éxitos de ISIS, enfatizando el patriotismo y destacando que Bagdad jamás podrá caer. La propaganda rudimentaria como esta frecuentemente lleva a la audiencia a cambiar a Al-Arabiya, con sede en Dubai pero de propiedad saudita, o a otros canales que transmiten imágenes de los acontecimientos que se desarrollan a lo largo del país, dando la ventaja a la propaganda de ISIS.

En contraste con la sofisticación de la producción técnica de imágenes por parte de los milicianos, el contenido a menudo es vulgarmente sectario y violento. Tomemos como ejemplo tres fotografías de Iraq. La primera muestra a dos hombres uniformados con las manos atadas a la espalda, yaciendo muertos en lo que parece un piso de cemento. La sangre brota de su cabeza como si hubieran recibido disparos o como si les hubieran cortado el cuello. El pie de foto dice: «Los chiitas no tienen más medicina que la espada: victorias en Anbar».

La segunda fotografía muestra a dos hombres armados junto a dos cuerpos, identificados en el pie de foto como miembros del movimiento anti Al Qaeda, Despertar Sunita, en la provincia de Salah ad-Din en Iraq. La tercera muestra a un grupo de soldados iraquíes sosteniendo un estandarte de regimiento, pero las palabras han sido cambiadas para hacerlas ofensivas a los sunitas: «Dios maldiga a Omar y a Abu Bakr» (dos antiguos líderes sunitas).

Ese tipo de publicaciones en internet a menudo incluyen peticiones de dinero emitidas por clérigos y políticos sunitas con el fin de financiar a los combatientes yihadistas. Una de esas peticiones afirmaba haber recolectado 2500 dólares (1500 libras) por cada uno de los 12 000 combatientes que el grupo responsable de la petición había enviado a Siria. Otra incluía una imagen que mostraba siete anaqueles —como si se tratara de una tienda—, los cuales, si se observaban de cerca, mostraban un tipo distinto de granada. El subtítulo debajo de la fotografía decía: «Farmacia mujahid de Anbar para los chiitas». Las imágenes de ISIS también han aparecido mostrando prisioneros que son subidos a camiones de plataforma por hombres armados y enmascarados, que posteriormente son obligados a estar acostados boca abajo en una zanja poco profunda con los brazos atados a la espalda. Las imágenes finales mostraban cuerpos de soldados prisioneros cubiertos de sangre, probablemente chiitas, que conformaban gran parte de las filas del ejército iraquí. El pie de foto indicaba que la masacre fue en represalia por la muerte de un comandante de ISIS, Abdul-Rahman al-Beilawy, cuyo asesinato fue comunicado justo antes del ataque sorpresa de ISIS que arrasó con el norte de Iraq, capturando las fortalezas sunitas de Mosul y Tikrit a mediados de junio de 2014.

Los yihadistas no solo utilizan cuentas de Twitter y Facebook. Dos estaciones de televisión con sede en Egipto (pero supuestamente financiadas por Arabia Saudita y Kuwait), Safa y Wesal, emplean a periodistas y comentaristas abiertamente hostiles a los chiitas. Wesal TV transmite en cinco idiomas: árabe, farsi, kurdo, indonesio y hausa. La respuesta del gobierno iraquí ha sido cerrar algunas «estaciones de televisión enemigas», así como bloquear Facebook, YouTube, Twitter y otros servicios de internet, aunque los iraquíes rápidamente encuentran maneras de darle la vuelta a la censura oficial. Los seguidores de ISIS inundan continuamente Twitter con imágenes de cuerpos de sus enemigos, pero también utilizan los medios para mostrar hospitales en funcionamiento y un proceso administrativo consultivo.

Del mismo modo, los predicadores del odio pueden incitar a grandes cantidades de seguidores por YouTube. Sheikh Mohammad al-Zughbi, un bloguero popular en Egipto, pide a Dios que proteja a Egipto de los «traidores criminales y los chiitas criminales», así como de los judíos y los cruzados. Otro sermón titulado «Oh, Siria, la victoria se acerca» dice que el presidente Assad está «buscando ayuda de esos persas, los chiitas, los traidores, los criminales chiitas».

Podrían desestimarse semejantes diatribas como dirigidas a una audiencia pequeña y fanática, pero el número de telespectadores muestra que son inmensamente populares. Los observadores de los rebeldes en Siria han notado la gran cantidad de tiempo que pasan en internet, utilizándolo para seguir lo que ellos consideran está ocurriendo en otras partes del conflicto. Otras evidencias sobre el impacto de la televisión por satélite y los sitios web yihadistas proceden de prisioneros tomados en Iraq. Aunque, como todos los prisioneros, tienen inclinación a decir lo que sus captores desean escuchar, sus relatos en entrevistas para la televisión iraquí suenan sinceros. Waleed bin Muhammad al-Hadi al-Masmoudi, de Túnez, el tercer proveedor más grande de yihadistas extranjeros en Siria, dijo a uno de esos programas que cuando tomó la decisión de ir a Iraq para pelear «él estaba fuertemente influido por el canal de televisión Al-Jazeera». Junto con otros 13 voluntarios de Arabia Saudita, Jordania y Yemen, no tenía dificultad para dirigirse a Faluya. En otra entrevista, Abdullah Azam Salih al-Qahtani, un exfuncionario saudita, dijo: «Los medios árabes y los sitios web yihadistas me convencieron de venir».

Algunas de las narraciones de atrocidades que aparecen en las pantallas de computadoras y de televisión de todo el mundo, supuestamente a horas de haber ocurrido, son fraudulentas. Los éxitos de ISIS en Iraq a menudo son fabricados con imágenes utilizadas para promocionarlos, tomadas en Siria o Libia o, incluso, fuera del Oriente Medio. Un corresponsal en el sureste de Turquía recientemente visitó un campo de refugiados sirios donde encontró a niños de 10 años de edad viendo un video de YouTube de dos hombres que eran ejecutados con una motosierra. La crónica afirmaba que las víctimas eran sunitas sirios y los asesinos eran alauitas: de hecho, el filme era de México y los asesinatos los había llevado a cabo un capo de las drogas para intimidar a sus rivales.
Ese tipo de fraudulentas historias de atrocidades tienen un efecto en la guerra: un miliciano libio que crea que los soldados del gobierno contra quienes está luchando tienen la orden de violar a su esposa e hijas, no va a tomar muchos prisioneros. Sin embargo, a menudo las imágenes de asesinato y tortura son fidedignas. Su rápida diseminación explica la ferocidad del conflicto en Siria y la dificultad que tienen los participantes para negociar un fin a su guerra civil.

Los levantamientos de la Primavera Árabe fueron una extraña mezcla de revolución, contrarrevolución e intervención extranjera. Los medios internacionales a menudo estaban confundidos con respecto a lo que ocurría. Los revolucionarios de 2011 tuvieron muchas fallas pero contaban con grandes habilidades para influir y manipular la cobertura de la prensa. La Plaza Tahrir, en El Cairo y, posteriormente, el Maidan, en Kiev, se convirtieron en la arena donde se representó un melodrama que enfrentaba a las fuerzas del bien y el mal frente a las cámaras de televisión. Los buenos reporteros siguieron corriendo grandes riesgos, y algunas veces lo pagaron con su vida, tratando de explicar que ocurría más de lo que mostraba esta imagen exageradamente simplificada. Sin embargo, la peor cobertura mediática, en particular en los primeros dos años de las revueltas, en verdad fue muy mala. Un corresponsal enfatizó sarcásticamente que tratar de describir desde Beirut los acontecimientos posteriores a 2011 en Siria basándose en fuentes rebeldes era «como informar de la última elección presidencial estadounidense desde Canadá dependiendo de los miembros de la fracción del Tea Party del Partido Republicano para obtener información».

Como era de esperarse, tales noticias eran tan tendenciosas y poco fiables que el verdadero curso de los acontecimientos resultó estar lleno de sucesos inesperados y de sorpresas desagradables. Es probable que esto continúe.



CAPÍTULO 9
EL IMPACTO Y LA GUERRA


DURANTE LA SEGUNDA MITAD DE 2013, comencé a escribir sobre la forma en la que los yihadistas estaban apoderándose de la oposición armada siria; al mismo tiempo, había cada vez más evidencias de que ISIS, anteriormente Al Qaeda en Iraq, rápidamente estaba adquiriendo fortaleza. Mi periódico, The Independent, me pidió nominar al hombre del año de Oriente Medio, y yo elegí a Abu Bakr al-Baghdadi, la figura misteriosa que se había convertido en líder de ISIS en 2010. Unos días después, el 3 de enero de 2014, ISIS entró a Faluya y el gobierno fue incapaz de recuperarla. Esto no fue tan alarmante como podría haber sido gracias a que el primer ministro iraquí puso énfasis en la amenaza mortal que representaba la contrarrevolución sunita en la provincia de Anbar con el objeto de infundir miedo a la mayoría chiita, de modo que votaran por él en la elección parlamentaria del 30 de abril como Mr. Security y se olvidaran de la corrupción del gobierno y la falta de servicios. Yo pensé que quizás el fracaso en recuperar la ciudad había sido un ardid electoral deliberado y que vendría el ataque sobre ella después de las votaciones.

Pero, luego, los iraquíes bien informados me dijeron que el fracaso en recuperar Faluya y aplastar a ISIS en Anbar y en otras partes en el norte de Iraq no fue por falta de intentos. Cinco de las 15 divisiones del ejército iraquí fueron desplegadas en Anbar y sufrieron grandes pérdidas debido a bajas y deserciones. Los soldados fueron enviados al frente con solo cuatro cartuchos de municiones para sus AK-47; pasaron hambre porque sus comandantes malversaron el dinero que debía gastarse en comida; algunos batallones disminuyeron a una cuarta parte de su fuerza establecida. «El ejército ha sufrido una enorme derrota en Anbar», me dijo en algún momento en abril un exministro iraquí.

A pesar de estas advertencias, más o menos un mes después quedé impactado cuando el 10 de junio Mosul cayó casi sin que hubiera un combate de por medio. Todas las historias peyorativas que he escuchado acerca de que el ejército iraquí era un fraude financiero en el que los comandantes compraban sus posiciones para enriquecerse a base de sobornos y desfalcos resultaron ser ciertas. Tal vez los soldados ordinarios huyeron de Mosul pero no con la rapidez con la que sus generales aparecieron con ropa de civil en Erbil, la capital kurda. Se había vuelto evidente a lo largo del año anterior que ISIS era dirigido con una mezcla escalofriante de fanatismo ideológico y eficiencia militar. Su campaña para tomar el norte y occidente de Iraq fue planeada con destreza, eligiendo blancos fáciles y evitando posiciones bien defendidas, o como ISIS lo expresó, moviéndose «como una serpiente entre las rocas».

Fue obvio que los gobiernos occidentales malinterpretaron por completo la situación en Iraq y Siria. Durante dos años, los políticos iraquíes advirtieron a todo el que deseara escucharlos que si la guerra civil en Siria continuaba, desestabilizaría el frágil statu quo en Iraq. Cuando Mosul cayó, todo el mundo culpó a Maliki, quien ciertamente tenía mucho por lo cual responder, pero la verdadera causa de la debacle en Iraq fue la guerra al otro lado de su frontera. La revuelta de los sunitas sirios había provocado una explosión similar en Iraq. Maliki había tratado a las provincias sunitas como si fueran un país conquistado, pero los sunitas iraquíes no se habrían vuelto a levantar sin el ejemplo y el estímulo de sus contrapartes sirias. El dominio de ISIS, resultado de su capacidad de actuar como tropas de choque de una revuelta sunita general, todavía puede revertirse. Sin embargo, la ofensiva que dirigieron en el verano de 2014 probablemente terminó para siempre con el Estado dominado por los chiitas, que surgió a través de la invasión estadounidense de 2003.

La caída de Mosul es tan solo el más reciente de una serie de acontecimientos desagradables e inesperados en Oriente Medio que tomaron al mundo exterior por sorpresa. La región siempre ha sido un terreno engañoso para la intervención extranjera, pero muchas de las razones por las que Occidente ha fracasado en leer la situación en Oriente Medio son recientes y autoinfligidas. La respuesta de los Estados Unidos a los ataques del 11 de septiembre de 2001 se dirigió a los países equivocados cuando Afganistán e Iraq fueron identificados como estados hostiles cuyos gobiernos necesitaban ser derrocados. Mientras tanto, los dos países más involucrados en apoyar a Al Qaeda y favorecer la ideología detrás de los ataques, Arabia Saudita y Paquistán, fueron ignorados por completo e incluso se les dio libertad de movimiento. Ambos eran aliados de mucho tiempo de los Estados Unidos y siguieron siéndolo a pesar del 11/9. Arabia Saudita puede estar ahora retirándose del patrocinio que dio a los combatientes yihadistas en Siria y en todo el mundo por miedo a un golpe de revés en el Reino mismo. El primer ministro de Paquistán, Nawaz Sharif, puede insistir en que está haciendo todo lo que se encuentra a su alcance para librar a los servicios de seguridad paquistaníes de sus elementos extremistas. Sin embargo, mientras los Estados Unidos y sus aliados en Occidente no reconozcan que estos estados son clave en la promoción del extremismo islámico, se progresará muy poco en la batalla para aislar a los yihadistas.

No solo los gobiernos lo hicieron mal. También se equivocaron los reformadores y revolucionarios, quienes consideraron que los levantamientos de la Primavera Árabe de 2011 fueron un golpe mortal a los antiguos regímenes autoritarios en la región. Durante un breve lapso, el sectarismo y las dictaduras parecieron desmoronarse; el mundo árabe se encontraba a las puertas de un nuevo futuro maravilloso libre del odio religioso, donde los enemigos políticos resolverían sus diferencias en elecciones democráticas. Tres años después, cuando los movimientos democráticos se retiraron en toda la región al ver el éxito de la contrarrevolución y el aumento de la violencia sectaria, este entusiasmo parece ingenuo. Vale la pena analizar por qué una alternativa revolucionaria progresista a los estados policiales y a los movimientos yihadistas como ISIS ha fracasado de manera tan rotunda.

Las revoluciones y los levantamientos populares de 2011 fueron tan auténticos como cualquier otro en la historia, pero la forma en que fueron percibidos, en particular en Occidente, a menudo fue gravemente incorrecta. Lo inesperado es inherente a los cambios revolucionarios: siempre he creído que si yo puedo ver venir una revolución, lo mismo puede hacer el jefe del servicio de inteligencia, el Mukhabarat. Él hará todo lo posible por impedir que ocurra. Las verdaderas revoluciones surgen debido a una coincidencia impredecible y sorprendente de personas y acontecimientos con distintos motivos que se reúnen para luchar contra un enemigo común, como Hosni Mubarak o Bashar al-Assad. Las raíces políticas, sociales y económicas de los levantamientos de 2011 son muy complejas. El hecho de que no haya resultado obvio para todos en aquel momento es resultado, en parte, de la forma en la que los comentaristas extranjeros exageraron el papel de las nuevas tecnologías de la información. Los manifestantes, poseedores de grandes habilidades para hacer propaganda, vieron la ventaja de presentar los levantamientos como inofensivos, como revoluciones de «terciopelo» con blogueros y tuiteros angloparlantes, bien educados, a la vanguardia. El propósito era transmitir al público occidental que los nuevos revolucionarios eran felizmente similares a ellos, y que lo que ocurría en Oriente Medio en 2011 era parecido a los levantamientos anticomunistas y prooccidentales de la Europa del Este después de 1989.

Las demandas de la oposición tienen que ver por completo con la libertad personal: las desigualdades sociales y económicas raramente se consideraban un problema, aun cuando estuvieran provocando el enojo popular en contra del statu quo. En los años previos a la revuelta siria, las tiendas elegantes y los restaurantes se habían adueñado del centro de Damasco, mientras el grueso de los sirios veía cómo su salario se estancaba frente a los precios crecientes. Los campesinos, arruinados por cuatro años de sequía, estaban yéndose a vivir a los tugurios en las afueras de las ciudades. Naciones Unidas reportó que entre 2 millones y 3 millones de sirios vivían en «pobreza extrema». Las pequeñas compañías manufactureras estaban cerrando debido a las importaciones baratas procedentes de Turquía y China. La liberalización económica, elogiada en las capitales extranjeras, concentraba rápidamente la riqueza en manos de unas cuantas personas con buenas conexiones políticas. Incluso los miembros del Mukhabarat, la policía secreta, trataban de sobrevivir con 200 dólares al mes. Un informe de International Crisis Group señaló que «cuando llegó al poder, el régimen de Assad representaba al campo abandonado, a sus campesinos y a su clase baja. En la actualidad, la élite gobernante ha olvidado sus raíces. Ha heredado el poder pero no ha luchado por él […] y ha imitado el proceder de la clase alta urbana». Lo mismo ocurría con las familias casi monárquicas y sus socios que operaban de manera paralela en Egipto, Libia e Iraq. Confiados en la protección que tenían del Estado policial, ignoraron las penurias del resto de la población, especialmente de los desempleados, de las personas sobreeducadas y de un gran número de jóvenes, pocos de los cuales sentían que tenían una oportunidad de mejorar su vida.

La ilusión ingenua de que la mayoría de los problemas desaparecerían una vez que las democracias reemplazaran a los antiguos estados policiales se encontraba en el núcleo de los nuevos gobiernos reformistas de Oriente Medio —ya fuera en Iraq en 2005 o en Libia en 2011— para terminar con la violencia. Los movimientos de oposición —perseguidos de forma local o con una existencia precaria en el exilio— se sintieron confiados con ese concepto y fue fácil vendérselo a los patrocinadores extranjeros. Sin embargo, una gran desventaja de esta forma de ver las cosas fue que Saddam, Assad y Gaddafi fueron tan demonizados que se volvió difícil diseñar algo que se acercara a un acuerdo mutuo o a una transición pacífica del antiguo al nuevo régimen. En 2003, en Iraq los exmiembros del partido Al-Ba’ath fueron despedidos, empobreciendo así a gran parte de la población, que no tenía otra alternativa más que pelear. La oposición Siria rehusó acudir a las conversaciones de paz en Génova en 2014 si se le permitía a Assad tener algún tipo de participación, a pesar de que las áreas de Siria que estaban bajo su control eran donde vivía la mayor parte de la población. Estas políticas de exclusión constituyeron, en parte, una forma de garantizar trabajos para los jóvenes que se encontraban en la oposición. Sin embargo, profundizaron las divisiones sectarias, étnicas y tribales y suministraron los ingredientes para la guerra civil. ¿Cuál es el elemento de cohesión que se supone que mantiene unidos a estos nuevos estados posrevolucionarios? El nacionalismo no es un gran punto a favor en Occidente, donde se ve como una máscara para el racismo o el militarismo, algo supuestamente obsoleto en una era de globalización e intervención humanitaria.

No obstante, la intervención en Iraq en 2003 y en Libia en 2011 resultó muy similar a las tomas de poder imperiales en el siglo XIX. Hubo charlas absurdas sobre construcción nacional que fueron llevadas a cabo o apoyadas por potencias extranjeras, las cuales, claramente, veían por sus propios intereses tal y como Inglaterra lo hizo cuando Lloyd George orquestó la división del Imperio Otomano. Una justificación de los líderes árabes que tomaron el poder a finales de la década de 1960 fue que crearían poderosos estados capaces, finalmente, de hacer realidad la independencia nacional. No fracasaron del todo: Gaddafi desempeñó un papel determinante en la elevación del precio del petróleo en 1973, y Hafez al-Assad, el padre de Bashar, que había tomado el poder en Siria dos años antes, creó un Estado que podía defenderse por sí solo en una lucha extendida con Israel por la primacía en el Líbano. Para los oponentes de estos regímenes, el nacionalismo simplemente fue un ardid propagandístico por parte de dictadores implacables preocupados por justificar su permanencia en el poder. Sin embargo, sin el nacionalismo como un elemento de lealtad —aun donde la unidad de la nación es algo perteneciente a la ficción histórica—, los estados carecen de una ideología que les permita competir con las sectas religiosas o los grupos étnicos.

Es muy fácil criticar a los rebeldes y a los reformadores en el mundo árabe por no poder resolver los dilemas que enfrentaron para anular el statu quo. Sus acciones parecen confusas e ineficaces cuando se les compara con la Revolución cubana o con la lucha por la liberación en Vietnam. Sin embargo, la arena política en la que han tenido que operar a lo largo de los últimos veinte años ha sido particularmente engañosa. La disolución de la Unión Soviética en 1991 implicó que el respaldo de los Estados Unidos, y solo de los Estados Unidos, era crucial para una toma exitosa del poder. Nasser pudo recurrir a Moscú para afirmar la independencia egipcia en la Crisis de Suez de 1956; no obstante, después del colapso soviético los estados más pequeños ya no pudieron encontrar un lugar para sí mismos entre Moscú y Washington. Saddam dijo en 1990 que una de las razones por las que invadió Kuwait en el momento en que lo hizo fue que, en el futuro, semejante empresa no habría sido factible ya que Iraq se enfrentaría con un poder estadounidense sin oposición. Al final, se equivocó de manera drástica al hacer sus cálculos diplomáticos, pero su predicción fue totalmente realista, al menos hasta que la percepción que se tenía del poder militar estadounidense se vio degradada por el fracaso de Washington de lograr sus objetivos en Afganistán e Iraq.
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Tal vez el deterioro de la situación en Iraq y Siria ha ido demasiado lejos como para recrear estados auténticamente unitarios. Iraq está desmoronándose. Habiendo tomado el control de la ciudad petrolera norteña de Kirkuk —que desde hace mucho tiempo han reclamado como su capital—, los kurdos jamás van a cederla y tampoco otros territorios disputados de los que fueron desalojados por motivos étnicos. Mientras tanto, el poder del gobierno sobre los feudos árabes sunitas del norte y el centro de Iraq se ha evaporado con la desintegración del ejército iraquí. El gobierno podría continuar manteniendo la capital y las provincias con mayoría chiita más al sur, pero le será muy difícil restablecer su autoridad sobre las provincias sunitas.

La ayuda externa para el gobierno iraquí resulta impredecible. Es probable que la intervención extranjera venga tanto de Irán como de los Estados Unidos. Como Estado vecino con mayoría chiita, Iraq importa más a Teherán que Siria, e Irán ha emergido como el poder extranjero más influyente sobre Bagdad desde la invasión de 2003. El presidente iraní Hassan Rouhani ha dicho que Irán actuará para combatir «la violencia y el terrorismo» de ISIS; de hecho, durante una semana, la ola de rumores en Bagdad afirmaba que los batallones iraníes ya se encontraban en Iraq, aunque esto fue desmentido por las observaciones reales. En cuanto a los Estados Unidos, el cansancio por la guerra descarta el regreso de las tropas de tierra, aunque han enviado consejeros. Incluso los ataques aéreos son poco eficaces debido a que ISIS opera como un ejército guerrillero sin movimientos fácilmente visibles de personal o equipo que pueda ser atacado. Su liderazgo tiene experiencia en mantenerse fuera de vista. La ofensiva de ISIS ha tenido éxito debido a que se le han unido una gran cantidad de exoficiales del ejército iraquí sublevados que lucharon contra los estadounidenses y jóvenes de pueblos y ciudades sunitas a lo largo del país. Atacar dichas fuerzas con aeronaves tripuladas o drones despertará más la ira de la comunidad sunita, y si los combatientes de ISIS comienzan a ser asesinados por los ataques aéreos estadounidenses, no pasará mucho tiempo antes de que una organización famosa por su crueldad a la hora de buscar venganza envíe a sus hombres bomba para destruir blancos estadounidenses. De cualquier manera, la probabilidad de que haya un éxito militar de los Estados Unidos es remota. Es importante recordar que, aun teniendo bases aéreas a lo largo del país y 150 000 soldados en tierra —ninguno de los cuales tiene en la actualidad—, los Estados Unidos fracasaron en ganar una guerra de ocho años de duración.

Es más, resulta poco probable que los Estados Unidos deseen aparecer como los preservadores del dominio chiita sobre la minoría sunita, especialmente cuando ese dominio lo ejerce un gobierno en Bagdad que es sectario, corrupto y disfuncional, como Saddam nunca lo fue. Puede haber menos violencia por parte del Estado que antes de 2003, pero solo porque el Estado es más débil. Los métodos del gobierno de Maliki son igualmente brutales: las prisiones iraquíes están llenas de personas que han hecho falsas confesiones bajo tortura o bajo amenaza de ella. Los pueblos sunitas cercanos a Faluya están llenos de familias con hijos condenados a muerte. Un intelectual iraquí que había planeado abrir un museo en la prisión de Abu Ghraib de modo que los iraquíes jamás olvidaran la barbarie del régimen de Saddam descubrió que no había espacio disponible porque las celdas estaban repletas de nuevos internos. Iraq sigue siendo un lugar extraordinariamente peligroso. «Jamás imaginé que diez años después de la caída de Saddam aún pudieras lograr que un hombre fuera asesinado en Bagdad pagando 100 dólares», me dijo un iraquí que participó en el proyecto de museo que fue abortado.
Es probable que, a medida que Iraq se desintegra para quedar dividido en regiones de chiitas, sunitas y kurdos, el proceso sea doloroso y violento. Los enfrentamientos sectarios serán inevitables donde existan poblaciones mixtas, como las que hay al interior y alrededor de Bagdad con sus 7 millones de personas. Parece poco probable que el país pueda dividirse sin un extenso derramamiento de sangre y varios millones de refugiados. La perspectiva más probable es que haya una versión iraquí de la violencia desgarradora que acompañó la partición de la India en 1947.

La situación es igualmente desoladora en Siria. Demasiados conflictos y demasiados actores se han involucrado como para que haya términos de paz aceptables para todos. A menudo se hace una comparación con la guerra civil libanesa —que duró de 1975 a 1990—, con la moraleja consoladora de que, aunque dicho conflicto fue sangriento, todas las partes finalmente quedaron exhaustas y depusieron las armas. Sin embargo, la guerra en realidad no terminó así: la invasión de Saddam Hussein a Kuwait en 1990 y la decisión de Siria de unirse a una coalición dirigida por los Estados Unidos para expulsarlo llevaron a Washington a tolerar que Siria terminara con la última resistencia a su dominio en Líbano. No es un paralelismo muy consolador.

No hay duda de que el pueblo sirio, tanto dentro como fuera del país, está completamente agotado y desmoralizado debido a la guerra civil, y haría casi cualquier cosa por ponerle fin. Sin embargo, ya no está en posición de decidir su propio destino. Arabia Saudita y Qatar están armando y entrenando a una nueva «oposición militar moderada» que, supuestamente, peleará contra Assad e ISIS y contra otros grupos tipo Al Qaeda. No obstante, no queda claro si la oposición militar «moderada» tiene algo de sustancia excepto como una marioneta de poderes extranjeros firmemente controlada.

Solo el tiempo dirá si el presidente Assad es lo suficientemente fuerte como para romper el actual impasse en el que se encuentra Siria, aunque esto parece poco probable. Las fuerzas de combate del ejército sirio han podido pelear hasta ahora solo en un frente a la vez, al tiempo que se ha vuelto cada vez más evidente que los movimientos tipo Al Qaeda, principalmente ISIS, JAN y Ahrar al-Sham, pueden operar libremente a lo largo de la frontera siria con Iraq. Tienen una vasta zona en la cual maniobrar.

Mientras la guerra civil continúe, grupos fanáticos como ISIS —que cuentan con innumerables combatientes preparados para sacrificar su vida— seguirán dominando a los moderados que podrían estar más abiertos a negociar. Al respecto, la importancia de la opinión pública siria está disminuyendo a paso firme. Sin embargo, todavía sigue contando. Uno de los pocos eventos positivos que ocurrieron en Siria a principios del verano de 2014 fue la evacuación de la Antigua Ciudad de Homs por parte de 1200 combatientes, a quienes se les permitió llevar sus armas personales a territorio rebelde, mientras, al mismo tiempo, dos pueblos que están a favor del régimen chiita, Zahraa y Nubl, sitiados durante dos años por la oposición, pudieron recibir convoyes humanitarios. Además, fueron liberados setenta rehenes aprehendidos en Alepo y Latakia. Puede alentarnos el hecho de que varios grupos rebeldes fueron suficientemente coherentes como para negociar e implementar un acuerdo, algo que sería considerado imposible. Esta clase de negociación local para la paz no puede detener el conflicto general, pero puede salvar vidas en el camino.
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Ninguno de los partidos religiosos que tomaron el poder ya sea en Iraq en 2005 o en Egipto en 2012 ha podido consolidar su autoridad. En todas partes, los rebeldes buscan apoyo en los enemigos externos del Estado al que están tratando de derrocar. La oposición siria solo puede reflejar las políticas y divisiones de sus patrocinadores. La resistencia al Estado se militarizó con demasiada rapidez como para que los movimientos de oposición desarrollaran un liderazgo nacional experimentado y un programa político. La desacreditación del nacionalismo y el comunismo, combinada con la necesidad de decir lo que los Estados Unidos deseaban escuchar, provocó que se encontraran a merced de los acontecimientos, careciendo de cualquier tipo de visión de un Estado-nación no autoritario capaz de competir con el fanatismo religioso de los militantes sunitas de ISIS y de movimientos similares financiados por las monarquías petroleras del Golfo. Ahora, los resultados de todo esto se han extendido más allá de la frontera, hacia Iraq. Oriente Medio está entrando en un largo período de fermentación en el que la contrarrevolución puede resultar tan difícil de consolidar como la revolución misma.


EPÍLOGO

ISIS ES UNA FUERZA GUERRILLERA altamente móvil que no cuenta con una infraestructura organizacional dividida en cuarteles generales, con barricadas y depósitos de provisiones que puedan ser destruidos por misiles y bombas. La destrucción de la infraestructura económica de las refinerías locales de petróleo y de los almacenes de granos empobrecerá a la población civil, pero es más probable que avive las hostilidades contra los Estados Unidos y no que lleve a las personas a ponerse en contra de ISIS. Como expresó un líder iraquí: «Recuerde, estas son personas que solían sobrevivir en condiciones cercanas a la edad de piedra, así que bombardearlas y regresarlas a la edad de piedra no será una gran diferencia».

En el núcleo de todo plan político por debilitar a ISIS debería estar la desescalada de la guerra en Siria. Esto es necesario porque permitirá a las distintas comunidades sentir que están peleando una guerra por su existencia misma y que no tienen otra opción más que dar su apoyo ya sea a ISIS o al gobierno de Assad. Los Estados Unidos también deberían tener como prioridad un cese al fuego entre las fuerzas del presidente sirio Bashar al-Assad y la oposición siria no perteneciente a ISIS. Ni el ejército sirio ni los rebeldes sirios «moderados» son lo suficientemente fuertes como para hacer retroceder a ISIS si pelean en dos frentes al mismo tiempo.

Una tregua entre los dos enemigos principales de ISIS en Siria simplemente sería eso. No formaría parte de una solución política más amplia a la crisis siria, que no es factible en esta etapa debido a que el odio mutuo es demasiado grande.
Yezid Sayigh, del Fondo Carnegie para la Paz Internacional en Beirut, discute de manera convincente la cuestión de un cese al fuego en Siria en un ensayo titulado Para enfrentar al Estado islámico, busquen una tregua en Siria. Con toda razón dice que «tanto el régimen de Bashar al-Assad como los rebeldes armados más moderados desplegados contra él están al límite de sus posibilidades, sangrando gravemente y en una posición cada vez más vulnerable […] Cada uno tiene razones que sirven a sus intereses para suspender las operaciones militares y enfrentar la amenaza yihadista inminente que viene de oriente».

Sayigh menciona que 1100 soldados gubernamentales sirios fueron asesinados tan solo en julio de 2014. Esto representa serias pérdidas para un ejército con escasez de tropas de combate y que únicamente puede pelear en un frente a la vez. Hace tres años, Assad calculó correctamente que el levantamiento de los yihadistas extremistas representaría una ventaja política para él. Supuso que muchos sirios y la mayor parte del mundo lo preferirían a él y no a los fundamentalistas. Donde equivocó sus cálculos fue en la subestimación del poder de ataque de ISIS después de tomar el norte de Iraq.

Es poco probable que ocurra una tregua, a menos que exista presión sobre ambos lados por parte de sus patrocinadores externos, principalmente los Estados Unidos, Rusia, Arabia Saudita e Irán. Mucho depende del realismo con que los poderes externos moderen sus propios objetivos de largo plazo: los Estados Unidos y Arabia Saudita aún quieren la salida de Assad, pero esto se ha vuelto cada vez menos probable desde la segunda mitad de 2012. La exigencia de su salida durante las pláticas del Génova II en febrero de 2014 aniquiló cualquier marco diplomático para las negociaciones dirigidas a terminar con el conflicto. Por el contrario, los críticos de los ceses al fuego multilaterales argumentaron que este enfoque constituiría una aceptación tácita de la permanencia del gobierno de Assad. En contraste, Assad creía que su gobierno estaba reafirmando gradualmente su autoridad en el resto del país. Sin embargo, estos lentos avances siguen siendo frágiles.

Cualquier tregua vería el reparto del poder de facto en lo geográfico, donde cada lado gobernaría sus propias fortalezas. Un cese al fuego de ese tipo, que institucionalizaría el actual impasse, eliminaría una de las cartas más fuertes de ISIS: el miedo que muchos sunitas tienen de que, por malo que sea ISIS, la alternativa de una reocupación del gobierno sería todavía peor. Por otra parte, el gobierno puede tener miedo a no ser capaz de confrontar a los sirios con una rigurosa elección entre Assad y los yihadistas cortacabezas.

El restablecimiento de una vida civil más normal en Siria sería un enorme avance. Una parte de los 3 millones de refugiados y los seis y medio millones de desplazados internamente, de una población total de 22 millones, podría regresar a casa. Podría haber un resurgimiento de individuos y grupos más moderados que han estado marginados o que han sido arrojados a la clandestinidad desde 2011 debido a la militarización de la política. En la actualidad, la política occidental implica un absurdo del tipo Alicia en el País de las Maravillas, con todo lo opuesto a lo que parece ser. En la práctica, la llamada Coalición de los Dispuestos no está muy dispuesta a combatir a ISIS, mientras que los que han sido excluidos hasta ahora, como Irán, el gobierno sirio, Hezbollah y el PKK [Partido de los Trabajadores de Kurdistán] son quienes, en realidad, están dispuestos a emprender la lucha. Una tregua entre el gobierno y los rebeldes moderados en Siria permitiría a ambos dedicar sus recursos a oponer resistencia a ISIS y reduciría los odios y miedos comunes de los que ISIS obtiene su fuerza.



AGRADECIMIENTOS

ESTE LIBRO SE CONCIBIÓ ORIGINALMENTE como una descripción del poder creciente de los movimientos yihadistas similares a Al Qaeda en el norte de Siria e Iraq, cuya importancia me pareció que pasaron por alto por los políticos, los medios y el público en Occidente. En particular, deseaba rastrear el veloz surgimiento de ISIS, el enfado en aumento de la comunidad sunita en Iraq y la incapacidad del gobierno para combatir una nueva y poderosa insurgencia. En cuanto a Siria, quería destacar que la oposición armada ahora estaba dominada por los movimientos yihadistas.
Lo que parecía una opinión marginal en 2013 y principios de 2014, nació de la toma de Mosul llevada a cabo por ISIS el 10 de junio de 2014 y de su declaración, a finales de ese mes, de la creación de un califato que abarcaba la frontera sirio-iraquí. Las principales conclusiones de este libro —escrito tiempo atrás— parecieron quedar confirmadas con estos acontecimientos. Sin embargo, la guerra no ha terminado y las líneas de batalla se moverán hacia delante y hacia atrás. Muchos actores dentro y fuera del país ahora están involucrados, e Iraq tiene forma de producir eventos inesperados y sorpresas desagradables.
Desarrollé muchos de los temas de este libro mientras impartía charlas para Alwan for the Arts Foundation en Nueva York en 2014, y en artículos para The Independent y el London Review of Books. Muchas gracias a todos por su aliento y apoyo.


Notas

[1] Asaib Ahl al-Haq significa «Liga de los Justos» o «Miembros de la Gente de la Justicia». <<
[2] En kurdo arabizado, «soldados kurdos». <<
[3] Se trata de la Conferencia para la Paz en Oriente Medio: Geneva II Middle East Peace Conference. <<
[4] Haris al-Jamhuriyy al-Khas, «Brigada de Fuerzas Especiales». <<
[5] Los safavidas, persas islamizados que gobernaron Irán entre el siglo XVI y el XVIII, fueron quienes establecieron el chiismo como religión oficial de Irán. <<
[6] Daash es la contracción de Estado islámico de Iraq y Siria (Levante). <<
[7] Dishdasha es el nombre de la túnica que se usa en la península arábiga, también llamada thaub, y en Egipto, galabiyyah. <<
[8] La expresión «quinta columna» se usa para designar, en una situación de confrontación bélica, a un sector de la población que mantiene ciertas lealtades (reales o percibidas) hacia el bando enemigo, debido a motivos religiosos, económicos, ideológicos o étnicos. Tal característica hace que se vea a la quinta columna como un conjunto de personas potencialmente desleales a la comunidad en la que viven y susceptibles de colaborar de distintas formas con el enemigo. [N. de la T.]. <<
[9] Iftar se refiere a la comida nocturna con la que se rompe el ayuno diario durante el mes islámico del Ramadán [N. de la T.]. <<
[10] Desde hace tres siglos en que Muhammad ibn ‘Abd al-Wahhab emitió un edicto calificando al cigarro como haram (prohibido), los wahabíes consideran fumar como un pecado. No obstante, ISIS promueve reuniones de fumadores que bien podrían ser una estrategia de adoctrinamiento.
De acuerdo con Robert Caspar (Diccionario de las religiones, editado por Paul Poupard, Barcelona, Herder, 1997), el wahabismo es un movimiento fundado en 1740 por el predicador Muhammad ibn ‘Abd al-Wahhab, gracias al apoyo del emir de Dar’iyya, Abd al-Aziz ibn-Saud. Hoy en día es la doctrina oficial de Arabia Saudita, y promueve un retorno radical a la pureza del islam primitivo, por lo que suprime todas las «innovaciones», y en especial el culto de los santos y las cofradías. <<
[11] Jaish al-Suriy al-Hurr. <<
[12] La Brigada de los Nietos del Profeta. <<
[13] «El Ejército de los Puros», en urdu. <<
[14] El adagio se refiere a que toda noticia cobra importancia si tiene sangre; es decir, cuanto más dramática sea la imagen, más posibilidades tiene de ocupar los titulares [N. de la T.]. <<