Blanqui por Behar

Nota preliminar a La eternidad a través de los astros, de Luis-Auguste Blanqui

Por Lisa Block de Behar



"A Jacqueline Chénieux-Gendron,
a la lucidez poética de su visión literaria
A Arturo Rodríguez Peixoto,
a la preciosa gracia de su sabiduría silenciosa"




En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular... El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.
Jorge Luis Borges



Al borde de las cosas que no comprendemos del todo, inventamos relatos fantásticos para aventurar hipótesis o para compartir con otros los vértigos de nuestra perplejidad.

Adolfo Bioy Casares

La eternidad de las penas del infierno tal vez ha privado a la idea antigua del eterno retorno de su ángulo más terrible. Pone la eternidad de los tormentos en el lugar que ocupaba la eternidad de una revolución sideral.
Walter Benjamin

En la actualidad, es responsabilidad legítima de los científicos, como lo fue dos mil trescientos años atrás, dar cuenta de la formación del sistema solar y del conjunto de estrellas que forman la galaxia con el concurso fortuito de átomos. Al preguntársele al mayor expositor de esta teoría, cómo pudo escribir un inmenso libro sobre el sistema del mundo sin mencionar a su autor, respondió, muy lógicamente: "Je n'avais pas besoin de cette hypothèse-là."
Charles Sanders Peirce


En más de un sentido, La eternidad a través de los astros, publicado en París a principios de 1872, es un libro extraño. Escrito por Louis-Auguste Blanqui (1805-1881), un revolucionario que la historia registra por la audacia de sus conspiraciones y la perseverancia de su agitación política, el libro sorprende en virtud de la lucidez poética de una imaginación que habilita un itinerario inesperado, sideral y familiar a la vez: "Me refugio en los astros donde uno puede pasearse sin límites", le escribe a su hermana, en una carta dirigida desde la prisión, como haciendo referencia a un acogedor amparo estelar al que recurriera habitualmente.

Su autor fue reconocido como el jefe natural de la Comuna y, más tarde, como "el mayor luchador del período que se extiende entre 1827 y 1881". (1)

Baudelaire, que admiraba a Robespierre, veía en Blanqui, en su temple "ardiente y puro", la reencarnación de quien alentó Terror y Virtud. Mereció el aprecio de Karl Marx quien, a pesar de las marcadas discrepancias, no dejó de reconocer en Blanqui "la cabeza y el corazón del partido proletario de Francia".(2) Sus opositores veían en él al más peligroso de sus enemigos; quienes formaban con él filas y compartían afinidades ideológicas tampoco disimulaban las aprensiones que la resonancia de su clamorosa prédica sediciosa les suscitaba. Fue para Walter Benjamin "la voz de bronce (que) estremeció el siglo XIX".(3) En las anotaciones que adelantan su libro sobre Baudelaire, Benjamin se propone confrontarlos a ambos, a fin de despejar de una buena vez -son sus palabras- las brumas que ocultan las "iluminaciones" de quien suele recordarse según la vehemencia discontinua de sus partidarios: "Baudelaire se encuentra tan aislado en el mundo literario de su época como Blanqui en el mundo de los conspiradores".(4) Interpreta, además, que la derrota de Blanqui significó la victoria de Baudelaire y de la pequeña burguesía. "El abismo" (Le gouffre), entre otros poemas de Baudelaire, replica su visión vertiginosa del infinito y del silencio, el silencio de la prisión y del espacio insondabable pero también el deseo y los sueños de un terrorista que en plena acción no dejaba de pensar. Blanqui ha sucumbido, Baudelaire ha alcanzado el éxito, y en el vaivén comparativo Benjamin encumbra al autor de La eternidad a través de los astros por sobre otros personajes de la época.

Condenado por sus insurrecciones contra la monarquía, temido por sus violentas acusaciones contra el clero, contra la burguesía, contra la francmasonería, perseguido como denodado organizador de sociedades secretas, víctima de las calumnias de quienes fueron sus compañeros, Blanqui fue encarcelado más de veinte veces, deportado y tres veces sentenciado a muerte. Pasó más de treinta años de su vida encerrado en las prisiones más severas: en el Monte Saint-Michel, en la isla Belle-Ile-en-Mer, en el Fuerte de Taureau, donde fue sometido, a raíz de los acontecimientos de la Comuna de París, a las condiciones carcelarias más terribles sólo porque se sospechaba de que hubiera participado en las encarnizadas instancias de entonces.

Durante circunstancias de continua disensión política y constante desasosiego social, concibe y escribe este libro extraño a su fervor político, a sus maniobras revolucionarias, donde asombra que no se insinúen ni los excesos de su ánimo combativo ni la adversidad de la condena ni las penurias de la prisión. Desde el interior más reducido de la celda, su escritura le habilita la entrada a otros mundos a los que accede por una imaginación en fuga hacia espacios insonoros y tiempos repetidos. Contemporáneo del flâneur que demora su ocio en las calles de París, Blanqui se complace en deambular por el espacio infinito más allá de las incertidumbres, de las contingencias que prevé a distancia, comprometido con su tiempo pero escribiendo al margen de la historia y de sus estrépitos, de las acciones ensordecedoras que él mismo provocaba desde la penumbra de calabozos cada vez más sólidos y sórdidos.

La notable biografía que le dedica Gustave Geffroy lo presenta como "el encerrado" (L'enfermé )(5), un título que podría haber sido la inscripción emblemática de su divisa. Los desvelos del biógrafo abarcan en dos volúmenes las vicisitudes de su lucha, las tribulaciones de una época en la que no escasearon las aflicciones de su sacrificio brutal, el rescate doctrinario y visionario, razonado y poético, de un tiempo por venir, intentando adelantarlo en un siglo que trasciende 'el viejo orden social' con las fantasmagorías de su delusión.(6)

A pesar de la clausura y el aislamiento, sin claudicar de sus ideas ni desistir de sus propósitos, Blanqui siguió resistiendo: desde el interior de su celda, declaró la guerra callejera, organizó barricadas, ordenó y publicó las Instrucciones para una toma de armas (Instructions pour une prise d'armes), un texto que circuló discretamente entre 1868 y 1869. Aun en prisión, no dejaba de actuar ni renegaba de sus convicciones, en el centro de las mayores agitaciones; desde allí, en 1861, fue conducido ante los tribunales de donde se documenta el siguiente diálogo:

- A pesar de sus veinticinco años de prisión, ¿ha conservado usted sus mismas ideas?
- Exactamente.
- Y no sólo sus ideas, sino ¿también el deseo de hacerlas triunfar?
- Sí, hasta la muerte.

Pasarían muchos años más y sucesos cada vez más desgraciados; en la misma medida medraba su obstinación. Si bien Blanqui no es el protagonista de L'insurgé (7) -la conocida novela de Jules Vallès, de alguna manera "el encerrado" se identifica con "el insurrecto". En el curso de la narración, su nombre aparece mencionado varias veces; el narrador reitera y extiende la austeridad de su figura escueta en descripciones fieles; estampa sus advertencias contra riesgos que conocía, recuerda las instrucciones, los gestos tranquilos:

"[Blanqui] les daba un curso de estrategia política y militar" dice el narrador. La novela de Vallès trata de la Comuna; en ese marco trágico no elude las precisiones de un realismo revolucionario donde una y otra vez presenta el protagonismo de Blanqui y, como si necesitara corroborar su identidad, afirma: "Es Blanqui". Dando testimonio de su presencia, la mención deviene una de esas referencias recurrentes que señalan la verosimilitud histórica en la ficción, un personaje de verdad que, por real, no es menos épico en una insurrección que, por histórica, tampoco es menos legendaria.

Muy cerca, un viejito corretea, solo, completamente solo, pero veo que lo sigue la mirada de una banda en medio de la que reconozco a los amigos de Blanqui.

Es él, el hombre que recorre a lo largo toda la muralla, después de haber andado el día entero sobre los flancos del volcán, mirando si no surgía, por encima de la muchedumbre, una llama que sería el primer resplandor de la bandera roja.

¡Ese solitario, ese viejito, es Blanqui! (8)

Más recientemente, indagando sobre la actualidad de Blanqui, Alain Decaux extiende, en un voluminoso libro, a lo largo de más de seiscientas páginas, su imagen de revolucionario consagrado a la insurrección: Blanqui, l'insurgé ,(9) un título que restituye en parte las contradicciones a las que quedará definitivamente asociado: el encerrado, aún prisionero, seguirá siendo el insurrecto. Sin apartarse de esa condición a la que no termina de someterse, que constituye, a su pesar, su segunda naturaleza, persevera en una acción combativa que la prisión no logra interrumpir ni detener. Pretende haber superado las contrariedades de la reclusión por medio de una salida casi retórica, otro argumento de una huida que no siempre se verifica, una especie de salvoconducto que dirime las injusticias del mundo por la fantástica fundación de otros mundos, remontando "las presuntivas aguas del Tiempo" en procura de una eternidad inabarcable o inasible.

Si toda ficción implica el apartamiento voluntario de una situación real particular y la creencia en la supresión del mundo de los avatares cotidianos para ingresar a otro, la aventura literaria que estremece la detención de Blanqui es tan desaforada como su gesta política ya que no se conforma con atravesar los muros de una fortaleza para pasar al otro lado de la prisión sino que entreabre una grieta hacia la inmensidad del espacio infinito. Los trámites de la ficción requieren una zona de ambivalencias y el claroscuro de la celda la favorece; desde allí atisba el espacio, lo prodiga. Ni afuera ni adentro, entre la clausura y el vacío, entre la inercia y el vuelo, a medias, ni falso ni verdadero, un pasaje entre la tierra y el cielo, similar a esas galerías metropolitanas desde donde se vislumbran, difusos, a través de los cristales, los intersticios de la gran ciudad, los pasajes que la definen como la capital del siglo XIX, esa fábrica de sofisticación que es París en la crítica de Blanqui .(10)

Las cavilaciones astrales de Blanqui, sus minuciosas informaciones y presunciones sobre una ciencia a la orden del día, multiplican esas dualidades valiéndose de una estrategia científica apta para fundamentar la fantasmagoría de sus visiones cósmicas. Para compensar la reducción de la celda, no le alcanza con imaginar episodios de libertad civil a escala ciudadana, y se inventa un universo sin límites, un infinito para sí. Cercado por muros más altos y espesos que las miles de barricadas que había contribuido a construir, alejado de los hombres por el rigor de la condena, él mismo elige apartarse todavía más, dejar de lado su tiempo y la tierra, por otros tiempos y tierras y "sentir el placer de viajar con la imaginación sobre el ala de los cometas que viajan de sistema en sistema".(11)

A partir de ese doble alejamiento, las paradojas, o las contradicciones, parecerían inevitables: en la prisión, un hombre que hace de la acción su horizonte se ve reducido a la pasividad por la fuerza; su entrega a la colectividad se convierte en el más cruel de los aislamientos; entrañablemente comprometido con los acontecimientos políticos, no le pesa optar por una eternidad que los anula; luchando por la justicia en el presente y un futuro auspicioso, cifra su confianza en el eterno retorno; rebelándose contra el mundo en el mundo al revés, reveló a su manera, con la naturalidad que elude el asombro, la existencia plural de otros mundos que avalan una eternidad, por repetición, durante tiempos incontables:

Todo ser humano es pues eterno en cada uno de los segundos de su existencia. Esto que escribo en este momento en una celda del fuerte de Taureau, lo he escrito y lo escribiré durante la eternidad, sobre una mesa, con una pluma, con vestimentas, en circunstancias semejantes. Así cada uno.

Entre dos extremos, que el discurso de la ciencia y el discurso literario oponen, este libro de Blanqui pasa por alto la historia. Su rescate poético intenta reparar, por la precisión de la escritura y los desplazamientos de la ficción, los males temporales que inflige la autoridad contra la que él se debate a muerte, una redención contra las indiferencias y desigualdades de una sociedad que deplora y denuesta.

Las celebraciones patrióticas y partidarias, los homenajes de bulevares y monumentos provincianos y fúnebres que lo recuerdan, no suelen evocar que la misma vehemencia con que defendía principios revolucionarios, era prodigada a una incontenible pasión por escribir y por lecturas que la persistente adversidad no llegaba a interrumpir. Al mismo tiempo que proclamó que "la idea no es nada sin la acción", reclamaba que se le enviara libros: "sólo un servicio (...) un solo gesto de afecto" (12) que le asegurara la provisión de las lecturas que tanto ansiaba. Interrogado en el proceso a la "Sociedad de amigos del pueblo", el diálogo con el presidente del tribunal se da en los siguientes términos:

- ¿Cuál es su profesión?
- Proletario.
- Esa no es una profesión, Blanqui.
- ¡Cómo que no es una profesión! Es la profesión de treinta millones de franceses que viven de su trabajo y a quienes se les priva de derechos políticos.
- ¡Y bien, sea! Actuario, escriba que el prisionero es proletario.(13)

Cuando debió comparecer ante el consejo de guerra en la sala de audiencias del Palacio de Justicia de Versailles, otro diálogo que mantuvo con el magistrado cambia de tema aunque no de tono. Interrogado esta vez frente a un público numeroso y heterogéneo, tampoco duda en definirse:

- Acusado, levántese. ¿Cómo se llama usted?
- Louis-Auguste Blanqui.
- ¿Qué edad tiene?
- Sesenta y siete años.
- ¿Cuál es su domicilio?
- La prisión.
- ¿Su profesión?
- Escritor.

Muy diferente de la violenta crítica de sus escritos políticos o de la obstinación de su acción y de sus convicciones, La eternidad a través de los astros es un pequeño libro que llega a las setenta páginas en su edición original de 1872. (14) De circulación escasa, permanece aún desconocido entre los estudiosos de literatura y ha sido mencionado sólo lateralmente por quienes defendían las diferentes corrientes socialistas de un siglo pasado que llegaron a agitar las ideas del siglo que pasó. Fue reeditado por Miguel Abensour y Valentin Pelosse al cumplirse el centenario de su aparición (15) junto con otros textos suyos de diferente carácter. De la misma manera que anunciando el lanzamiento de su publicación inmediata, su editor decía: "nos parecía curioso mostrar a nuestros lectores cómo el célebre agitador socialista trataba una cuestión científica", una publicación muy reciente, realizada a partir de la primera edición, se interesaba por revisar la profundidad filosófica de esa meditación literaria sin renunciar a formular una teoría general del universo. (16)

Aun quienes siguen atentos a la repercusión de la militancia revolucionaria de Blanqui y suelen aproximarse a este texto de adhesión difícil, quedan desconcertados ante la imposibilidad de incluirlo en las clasificaciones genéricas tradicionales. ¿Acaso constituye un tratado científico configurado por una imaginación que impugna los principios rígidos de un positivismo demasiado doctrinario? ¿Es una meditación filosófica que vuelve a radicar en los astros las alegorías de la eternidad? ¿Es un discurso que encuentra, en las fracturas de la visión poética, las aperturas que la fatalidad de la historia le negaba? A pesar de que el tema recurrente atiende la observación de los sistemas estelares, a pesar de la precisión química con que describe los análisis espectrales de las sustancias que componen los astros y enumera la cantidad limitada de elementos para concebir un espacio sin límites, la formulación científica desarticula su rigurosa fundamentación por el ejercicio de una confianza irónica y la filosofía poética de comentarios y conclusiones. Sería demasiado arduo ajustarlo a taxonomías que distribuyeran las piezas del discurso científico por un lado, el filosófico por otro, distantes del poético, o lo compartimentaran en las contrapartidas paródicas que pudieran controvertir esos discursos.

Las iniciativas por publicar las obras completas de Blanqui, incluso las más recientes, no la incluyen. Un voluminoso primer tomo de "Œuvres" (Obras. De los orígenes a la Revolución de 1848. Textos reunidos y presentados por Dominique Le Nuz),(17) por ahora el único de la serie anunciada, replica y extiende la iniciativa que tuvo a su cargo años atrás Arno Münster,(18) de la que tampoco se materializó más que el primer volumen. Samuel Bernstein le había dedicado un libro a Blanqui y el blanquismo (19) donde, sin desatender las referencias ideológicas de su socialismo, al que Blanqui denominaba "práctico", el autor anota las minucias de sus desventuras en la prisión "devorado por el aburrimiento, la ansiedad, la monotonía, el desaliento, los días eternamente parecidos, la inmovilidad, el vacío, la nada".(20) Por eso, todo requería ser anotado, incluso contrastando los detalles minuciosos de una rutina anodina de la que solía evadirse por la observación de las estrellas y las delusiones del tiempo que constituían sus distracciones preferidas.

Son numerosos los libros que tratan de Blanqui y de sus fervorosos acólitos. Por su parte, Maurice Dommanget,(21) en varios libros que dedica a Blanqui, Alexandre Zévaès,(22) en los suyos, atendiendo la doctrina social del blanquismo, la organización de los comités, las relaciones con la Internacional, manifestaron la porfiada exasperación revolucionaria y el inconformismo ardiente de quien se yergue en héroe intrépido decidido a cambiar el mundo sin desanimarse por los fracasos, las traiciones, los castigos. En la Histoire des Partis Socialistes en France, publicada bajo la dirección de Zévaès, es Charles Da Costa, quien participaba en sus reuniones, el autor del volumen dedicado a los blanquistas.(23)

Años después, conocida la tenaz recuperación que acomete Walter Benjamin, algunos pocos ensayos más aludieron a este libro imprevisible.(24) En una carta a Max Horkheimer, Benjamin le contaba: "Durante estas últimas semanas, tuve la suerte de hacer un encuentro raro cuya influencia será determinante para mi trabajo; di por casualidad con uno de los últimos textos de Blanqui escrito en su última prisión, el Fuerte de Taureau. Se trata de una especulación cosmológica. Se denomina La eternidad a través de los astros y que yo sepa, hasta ahora no se le ha prestado ninguna atención".(25)

Esas aisladas iniciativas editoriales posteriores se propusieron revisar los escritos de Blanqui rescatándolos de un silencio que parecía prolongar las prohibiciones de la prisión, confirmar la interdicción de quien se debatió, aun desde el encierro, por la emancipación de la clase obrera, por la defensa de una patria que consideraba en peligro, por una comuna en lucha, por asociar los rigores de la ciencia y el conocimiento en una misma concepción del universo, donde los cometas, las nebulosas, las estrellas y las teorías que los describen y analizan responderían a las mismas pasiones, a los mismos dramas que los hombres y a la suerte de sus destinos, duros como las leyes que rigen la gravedad.

Es difícil suponer que, al mismo tiempo que "esta naturaleza de acero" denunciaba y se rebelaba contra el despotismo instruyendo sobre la toma de armas y las formas posibles de una propaganda subterránea, elaborara, a partir del estudio de la naturaleza y comportamiento de los astros, una hipótesis inesperada, una verdadera abducción (26) -en todos sus sentidos- una "suposición genial" y también un "secuestro". Adoptando el discurso científico de la época, con el rigor y vigor del saber, Blanqui formula su hipótesis; una voluntad de ficción, como si se tratara de una voluntad de verdad, se consolida a medida que la multiplicación tecnológica de copias y la proliferación de satélites confirman la imaginación premonitoria de su visión poética. Similar a esas anticipaciones fulgurantes, las abducciones de las que hablaba Charles Sanders Peirce, su rapto es un "act of insight", un acto de penetración intelectual y de interioridad inspirada, la visión interior "que nos sacude como un relámpago", por retomar las palabras del filósofo norteamericano.

Probablemente, durante su estadía en París, el propio Peirce hubiera oído hablar de Blanqui, de su gesta revolucionaria, de las actividades d e las sociedades secretas, de la peculiaridad de su hipótesis astronómica, de esa iluminación que fue su cruzada poética.

Enviado por la institución "Coast and Geodetic Survey", donde trabajaba además de investigar en el Observatorio de Harvard, Peirce había viajado a París en los primeros años de la década del 70 a fin de actualizar sus estudios cosmográficos, avanzar en el conocimiento de los sistemas planetarios, de las teorías sobre los cuerpos celestes, sobre la constitución y estructura del Universo, investigar durante un año en materias teóricas y prácticas relativas a la geodesia, gravimétrica, fotométrica y observar las oscilaciones del péndulo. Entre los objetivos de la misión encomendada, era importante para los Estados Unidos una puesta al día de los logros europeos en esos campos. Colega y amigo de William James, fue este quien aconsejó a Peirce visitar a su hermano, Henry James. A pesar de las asperezas de carácter del semioticista ilustre, el novelista se esforzó por introducirlo en los clubes literarios donde podría haber frecuentado a otros escritores, artistas, alternando en los círculos políticos y poéticos de aquellos años que se concentraban en clubes revolucionarios y sociedades secretas, cabarets y bohemia: "I did what I could to give him society" , (27) le escribía James a su hermano William, refiriéndose a su peculiar compatriota.

Deslumbrante y deslumbrado, Peirce se permitió en París la vida de un dandy arrogante, a quien su biógrafo (28) insiste en asimilar a Baudelaire. Asiduo a la "Sociedad Republicana Central" de Blanqui, Baudelaire fundó allí un diario, La Salvación Pública (Le Salut Publique), en un período en el que la proliferación de diarios sólo era superada por la multiplicación de clubes.(29)

Unido a una misteriosa Juliette Pourtalès, cuyas señas de identidad se pierden en los acontecimientos de la Comuna, en las sociedades secretas, entre otras Juliette o Julienne, como Madame Frémeaux, el nombre con que se conocía a Julienne Sébert (30) -la cómplice más próxima de Blanqui-, Peirce no podía ignorar la fama del mayor conspirador de ese entonces. Sobre todo quien, en los mismos tiempos de su estadía en París, más allá de la lógica y sus métodos, hizo de la hipótesis una de las figuras básicas de su doctrina de los signos, un procedimiento mayor al que Peirce teorizaba como más próximo de la creación que de la razón. Sería inverosímil que ignorara la hipótesis astronómica de Blanqui o sus repercusiones, los juicios y las sentencias, los artículos en los diarios del propio Blanqui y de quienes informaban sobre el gran patriota que pertenecía -según se estimaba- a la mayor escuela francesa, "la de Enrique IV, de Richelieu, de la Convención". Por otra parte, los severos ataques de Peirce a la "fantasía de un universo mecánico, completamente determinado" que proponía el Marqués Pierre-Simon de Laplace, su tendencia a adherirse a formas de conocimiento no racionales, su hipótesis sobre la eficacia de una hipótesis semejante a la "adivinación", asimila aspectos de su doctrina al pensamiento esotérico de Blanqui quien, de vuelta de las certezas positivistas que en algún momento había compartido, establece en este libro una especie de alegoría mística. Como Blanqui, Peirce objeta severamente la célebre Exposición del sistema del mundo (Exposition du système du monde) de Laplace. Contra la rigidez de esa teoría, las fulguraciones cosmogónicas de la fantasía de Blanqui concederían al estudioso norteamericano, como al célebre prisionero, una especie de acceso a la eternidad: la suspensión del tiempo, la semejanza entre cuerpos en rotación, su permanencia, la fatalidad de un retorno mítico, las reapariciones o "reediciones" que regresan una y otra vez replicando la monotonía de billones de tierras parecidas, la inútil ilusión de cualquier novedad, los accidentes efímeros que se abisman en el infinito y los empeños por una conservación que adelantan el pensamiento de los siglos XX o XXI y el afán por solucionarlos tecnológicamente.

Es extraña esta opción por una eternidad actualizada en quien quiso cambiar la historia, en quien estampó su grito "Ni Dios ni Amo" (Ni Dieu ni Maître) (31) como el negativo título de un diario y una consigna que marcó una época entre varias negaciones más.Se ha dicho que ese título devino una hermosa divisa del porvenir y que no hubo ninguna otra que haya tenido tanta repercusión. También su estampa dio lugar a descripciones entusiastas aun por parte de quienes no compartían su perspectiva:

Su aspecto era distinguido, su vestimenta irreprochable, la fisionomía delicada, fina y calma, con un aire hosco y siniestro que algunas veces atravesaba sus ojos estrechos, pequeños, agudos y, en su mirada habitual, más bien bondadosos que duros; la palabra moderada, familiar y precisa, la palabra menos declamatoria que he oído junto a la de Thiers. En cuanto al fondo del discurso, casi todo era justo. Yo tenía como vecino, en el Club des Halles, a un joven redactor del Journal des Débats, muy conservador como tengo el honor de serlo yo mismo, que entonces debutaba y que se destacaba por la prudencia y la madurez de su espíritu. Cuántas veces le oí suspirar en ocasión de la exposición cotidiana que hacía Blanqui acerca de los acontecimientos del sitio, los errores del gobierno, las necesidades de la situación: "¡Pero todo eso es verdad! ¡Pero tiene razón!¡Pero qué lástima que sea Blanqui!" Yo pensaba como él, lo decía como él, pero no suspiraba. La verdad es buena venga del lado que venga. (32)

Probablemente, fue durante los enfrentamientos de la Comuna cuando Blanqui escribió La eternidad a través de los astros, aunque ya había manifestado su pasión por la astronomía durante su detención en Belle-Ile donde llegó a esbozar una hipótesis del universo. No pudo haber transcurrido demasiado tiempo entre la composición de este texto enigmático y los escritos que acumulaba "día a día", sin reprimir su alarma, frente a La patria en peligro (La patrie en danger) (33) y que fueron publicados póstumamente en un libro (34) presentado por Casimir Bouis, quien también escribió el epílogo, en pleno fragor de las luchas. Nuevamente sorprende que en el prefacio que escribiera, se refiera a Blanqui en los siguientes términos:

Blanqui es un sabio. Matemático, lingüista, geógrafo, economista, historiador, en su cerebro hay toda una enciclopedia, tanto más seria cuanto tuvo la ocurrencia de omitir todas sus futilidades, todos esos oropeles pasados de moda con que los eruditos de ocasión deslumbran al auditorio, y que no sirven sino para cargar y abrumar la memoria. (...)

Sus enemigos saben mejor que nadie que es el estadista más completo que posee la Revolución, y Proudhon, que lo conocía, acostumbraba a decir que era el único.

Eso en cuanto al político.
El hombre privado es tal vez más extraordinario.

Más allá de los elogios que abundan en las páginas del prefacio, interesa subrayar la observación acerca de la devoción prestada por Blanqui a los "principios eternos" y la importancia que le asigna a la variedad y vastedad de sus conocimientos, sin pasar por alto la aguda capacidad que le atribuye de anticipar los acontecimientos. En esa introducción de La patria en peligro, Casimir Bouis impugna las simplificaciones del estereotipo que redujo a Blanqui a la estampa fija de un rebelde indomable: "¡Es un error...! Antes que nada se trata de un hombre de estudio, un pensador..., sólo que el pensador se desdobla en un héroe". Desde los artículos de ese diario, que Blanqui suele culminar con una frase sentenciosa y poética, similar a las tajantes salidas de Lautréamont o de Laforgue, Blanqui acusa a "la prensa podrida", inventa el neologismo "literatontos" para designar a tantos periodistas ineptos, como si previera la indiferente atención que, en los diarios, la crítica literaria dispensará a este combatiente que no fue el único "irregular del socialismo". (35)

En realidad, no se conocía el manuscrito de La eternidad a través de los astros sino a partir de las lecturas de Geffroy, quien empieza lapidariamente un capítulo sobre su reclusión en el Fuerte de Taureau en los siguientes términos: "Lo que ocurrió a continuación dejará estupefacto al porvenir". (36) Ansioso, con la esperanza de que la publicación de su manuscrito pudiera influir favorablemente en la revisión del proceso al que nuevamente se le sometería o del pronunciamiento de la sentencia, Blanqui urge a Mme. Antoine, una de las más abnegadas de sus hermanas, para que no demorara en llevar sus escritos al editor Germer Baillière: "Puede ser que diga que no es su especialización. Dile que sí, ¡por el aspecto metafísico de la astronomía! ¡Pertenece totalmente a su especialización. Será necesario advertirle que es completamente ajeno a lo político y muy moderado en todo!" (37)

Pero, como no era seguro que el editor aceptara la publicación de su Hipótesis astronómica, Blanqui ya habría sugerido confiarla a Maurice Lachâtre, antiguo miembro de la Comuna, editor de las obras de Karl Marx y también de las interminables narraciones que Eugène Sue extendía en voluminosos libros. Cuando se produjo la muerte de Blanqui, precisamente fue Lachâtre quien no evitó cruzar el espacio literario con el espacio histórico-político en su homenaje, testimonio del que dejó constancia al final de una novela genealógica de E.Sue, publicada en diez volúmenes, (38) menos a manera de epílogo que de manifestación inquietantemente acongojada. Agrega allí, además, una breve crónica de su entierro:

¡Qué pena! ahora, cuando acabamos de publicar la historia de dos familias de transportados -5 de enero de 1881- le rendimos los últimos deberes a uno de los mártires de la democracia, el íntegro y valiente A. Blanqui, que pasó cerca de cuarenta años en los calabozos de la monarquía, bajo Luis Felipe I y bajo Napoleón III.

Cien mil personas, hombres y mujeres, acompañaron los despojos mortales del gran patriota a su última morada.

(...)
Todos estos ciudadanos venían de rendir su homenaje a quien mereció que se le nombrara el Cristo del siglo XIX.

Que el nombre de Blanqui permanezca glorificado entre las generaciones por su coraje indomable, su amor por el pueblo y sus virtudes cívicas.

Pero, en ningún momento, Lachâtre mencionó La eternidad a través de los astros que él mismo, como editor, bien pudo haber publicado. Según observaba Walter Benjamin del libro, "al leer las primeras páginas (...) parece insípido y banal"; sin embargo, no deja de comentarlo, de citarlo, de transcribir largos pasajes, de cuyas ocurrentes ficciones ya no pudo apartarse y a partir de las cuales se precipitan sus reflexiones sobre la imposibilidad del progreso, la inevitabilidad de las copias, los sosias, las repeticiones, las citas, el eterno retorno. Benjamin repara que es en esa ficción donde más insiste Blanqui sobre la multiplicación de los dobles, sobre las monotonías de una historia que, irrepetible -debido a la fugacidad del tiempo- se repite, sin embargo, debido a la permanencia del espacio, en tierras sosias, planetas iguales y planos distintos. Blanqui anticipa la profusión de copias dispersas en el espacio, el desaliento de un hastío que, sin desesperación, se prolonga hacia otros medios, las alternativas excluyentes ante bifurcaciones ineludibles: "¿Qué hombre no se encuentra a veces en presencia de dos posibilidades?" se pregunta, convencido, sin amargura, de que "Se tome al azar o se elija, no importa, nadie escapa a la fatalidad".

La anticipación poética de Blanqui no opone los conflictos de la materia y del cosmos a los acontecimientos del siglo XIX ni a las desventuras en un planeta que no se diferencia de las variaciones más o menos desdichadas que repiten los millares de planetas semejantes. Ese mismo estatuto raro de La eternidad a través de los astros, que concilia formas de escritura heterogéneas, científicas, filosóficas, míticas, poéticas, habilita la vigencia actual de una imaginación reflexiva que conforma el carácter de la estética en un siglo XX que ya se prolonga en otro.

Blanqui imagina la multiplicación al infinito de mundos paralelos, los emplazamientos en el espacio de una eternidad puesta a prueba por la historia y, quizá, gracias a la repetición melancólica de los acontecimientos, cierta esperanza en un retorno fantasmal: "El universo se repite sin fin y piafa en el mismo lugar. La eternidad interpreta imperturbablemente, en el infinito, las mismas representaciones." De ahí que un instante se confunda con la eternidad; ambas instancias derogan el tiempo o lo dejan en suspenso, suspendido, ahora, se mantiene, "maintenant", apenas un instante, inventando, paradójicamente, la actualidad de una eternidad presente siempre en fuga.

Mucho más paradójica, la coincidencia de que, en esos mismos años, a mediados de la década del treinta, cuando Walter Benjamin, fascinado por las audacias de una escritura que concilia resignación y rebeldía, dedica su mayor tiempo y atención a la obra de Blanqui, otros escritores, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, más allá del océano, en tierras distantes y medios distintos, en el otro extremo del espectro social y político, frecuentan la misma lectura experimentando la lucidez de una fascinación semejante.

Blanqui, Borges, Bioy: Las divergencias biográficas e ideológicas podrían parecer, en una primera impresión, aproximaciones forzadas, casi desaforadas. ¿Cabe reunir a los tres? "Bello como..." diría Lautréamont, seducido por la inesperada disparidad de un conjunto de objetos de coexistencia inusual. No puede dejar de sorprender esta alianza imprevisible entre escritores de siglos diferentes, oriundos de diversas civilizaciones, escasamente militantes unos en políticas revolucionarias, responsables -como si se dijera "culpables"- de una imaginación lúdica que se deleita en los refinamientos de su juego intelectual y sus gestos de creación en libertad, con uno de los conspiradores más violentos de un siglo que supo prodigarlos.

Borges y Bioy definen su escritura intelectual, poética, narrativa, el tono y trama de sus parodias, las ficciones y especulaciones donde se entrecruzan aventuras en un vertiginoso espacio que se repite en espacios similares, en tiempos circulares y regresivos, las especulaciones ante la duplicación o desdoblamiento de los acontecimientos y sus imágenes, la bifurcación de universos paralelos que se reproducen en los senderos de jardines o en los anaqueles de bibliotecas, entre originales y copias que los libros no distinguen, dentro de esa misma estética fantasmagórica donde merma la escasa realidad de una realidad disminuida especiosamente por sus simulacros. Los cuentos, poemas y ensayos más conocidos de Borges, los extraordinarios cuentos largos de Bioy Casares, sus nouvelles, hacen de la obra de Blanqui una asiduidad fecunda y feliz.

Como Borges, como Laforgue, como tantos otros poetas, "Blanqui que nunca fue sino Blanqui", un hombre de acción y de coraje, cita, sin embargo, el Fragmento número 72 de Pascal al comenzar La eternidad: "El universo es un círculo cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna". Se podría suponer que, en este caso, como ocurre con las citas, se comprueba la tendencia a volverlas a citar una vez más. Borges cita esa afirmación de Pascal más de una vez, remitiéndola a los antecedentes remotos donde su concepción esférica se identifica con la perfección divina.

Tal vez habría que hacer el inventario de los cuentos y novelas en los que este excéntrico libro de Blanqui, la fascinación de sus fantasmagorías espectaculares, el tono escéptico de una ironía más difusa que brillante, modula las ocurrencias fantásticas de Borges y Bioy Casares o de los autores heterónimos con que ambos, como un sólo hombre, cruzan a sus antepasados. Por ejemplo, el libro Seis problemas para don Isidro Parodi (39) de H.Bustos Domecq narra la historia de un detective que resuelve los enigmas policiales desde la prisión, quien tuvo "el honor de ser el primer detective encarcelado", "algunos afirmaban que era ácrata, queriendo decir que era espiritista". Textos muy posteriores de ambos autores continúan esa misma especie irónica de la escritura de Blanqui, donde las trampas de la inserción mediática, su intermediación e intercepción, los pliegues y duplicados de mundos paralelos, más o menos pequeños, ocultan y revelan -velan dos veces- en lugar de descubrir.Interesaría apreciar sólo algunas huellas del "efecto Blanqui" en cuentos de Borges, sus poemas y sus ensayos, esas obras de la imaginación razonada que Borges considera rarísimas en español. En "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", (Salto Oriental, Uruguay, 1940)(40), hace de esa pluralidad de mundos, del deslizamiento y penetración de uno en otro, de las copias ubicuas, de una contradictoria combinación original, su suspenso y sustancia: "Las cosas se duplican en Tlön". En una de las magistrales narraciones del propio Bioy, La invención de Morel, esa novela que Borges no duda en calificar de perfecta, coincide el narrador en hacer de la pluralidad de mundos, del deslizamiento y penetración de uno en otro, de las copias ubicuas, de las contradicciones de esa combinación original, también su suspenso y sustancia: "No eran dos ejemplares del mismo libro, sino dos veces el mismo ejemplar", dice el narrador de La invención, como solía decir, en términos aproximados, el narrador de La eternidad con respecto a los planetas, a los astros, a los hombres y sus peripecias. Borges cita a Blanqui en el muy conocido prólogo de la novela: "Básteme declarar que Bioy renueva literariamente un concepto que San Agustín y Orígenes refutaron, que Louis Auguste Blanqui razonó y que dijo con música memorable Dante Gabriel Rossetti". (41)

Abundan otras marcas más o menos nítidas, desde la explícita invocación del nombre de Blanqui y su pensamiento, hasta el desconcierto que suscita en los lectores de Borges el diálogo final de "La muerte y la brújula": "-Para la otra vez que lo mate -replica Scharlach- le prometo ese laberinto que consta de una sola línea recta y que es invisible, incesante". Dadas las ambigüedades propias de la literatura, el misterio de la promesa de otra muerte eventual debería permanecer sin explicación. Sin embargo, aun observando ese misterio, no puede desecharse, a la luz de los mundos alternativos que habilita Blanqui, una opción que hace de la libertad un destino. En "El milagro secreto", en "La Biblioteca de Babel", "La otra muerte", "Los teólogos", "Tres versiones de Judas", en tantos otros textos, se proyectan sobre la obra de Borges la sombra de Blanqui y de sus mundos paralelos. En otro de sus cuentos, en "El jardín de senderos que se bifurcan", dice el narrador:

Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que solamente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En este, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.(42)

El narrador replica, en sus propios términos, las reflexiones que elabora Blanqui en La eternidad a través de los astros:

Tales como los ejemplares de mundos pasados, tales los de los mundos futuros. Sólo el capítulo de las bifurcaciones queda abierto a la esperanza. No nos olvidemos que todo lo que se habría podido ser aquí abajo, se es en alguna otra parte.(43)

El imaginario de Blanqui es constante también en la obra de Bioy Casares: La invención de Morel (1940), "El perjurio de la nieve" (1945), Plan de evasión (1945), "La trama celeste" (1948), "El lado de la sombra" (1962). La presencia de Blanqui, de La eternidad a través de los astros, es más que explícita, sospechosamente precisa y hasta obsesivamente redundante en "La trama celeste" de Bioy Casares donde es "la razón de ser del cuento":

"El 'misterio' de la carta me incitó a leer las obras de Blanqui. Por de pronto comprobé que figuraba en la enciclopedia y que había escrito sobre temas políticos. Esto me complació, en mi plan, inmediatas a las ciencias ocultas, vienen la política y la sociología.

Una madrugada, en la calle Corrientes, en una librería atendida por un viejo borroso, encontré un polvoriento atado de libros encuadernados en cuero pardo, con títulos y filetes dorados; las obras completas de Blanqui. Las compré por quince pesos.

En la página 281 de mi edición no hay ninguna poesía. Aunque no he leído íntegramente la obra, creo que el escrito indicado es L'éternité par les astres, un poema en prosa. En mi edición comienza en la página 307, del segundo tomo. En ese poema o ensayo, encontré la explicación de la aventura de Morris.

Y sigue mencionando, comentando su texto, transcribiéndolo, como procurando asir si no comprender, por repetición, un más allá que identifica con la muerte, el prodigio, la disposición o aproximación a lo fantástico: "Me pregunto si yo compré las obras de Blanqui porque estaban citadas en la carta que mostró Morris o porque las historias de estos dos mundos son paralelas"; más adelante dice "le recomendó la lectura de L'Eternité par les Astres"; prosigue: "Alegar a Blanqui, para encarecer la teoría de la pluralidad de los mundos, fue un mérito de (...)" donde el narrador transcribe, con algunas variaciones, el mismo texto al que alude Borges y que también transcribe Walter Benjamin:

Tomé el libro de Blanqui, me lo puse debajo del brazo y salí a la calle. Me senté en un banco del parque Pereyra. Una vez más leí este párrafo:

Habrá infinitos mundos idénticos, infinitos mundos ligeramente variados, infinitos mundos diferentes. Lo que ahora escribo en este fuerte del Toro, lo he ecrito y lo escribiré durante la eternidad, en una mesa, en un papel, en un calabozo eternamente parecidos. En infinitos mundos mi situación será la misma, pero tal vez haya variaciones en la causa de mi encierro o en la elocuencia o el tono de mis páginas'.

Contra la singularidad perdida de la obra original, derogada por los ejemplares en tiradas, la pluralidad de copias y su diseminación, la estratificación de lecturas comunes, las ambivalencias de la palabra, la mecánica de la multiplicación habilita los encuentros y las numerosas interpretaciones. Esas coincidencias enfrentan universos que presumen de su estatuto de realidad o de imaginación, reaniman el conflicto de la verdad y la versión, de la fugacidad conocida, inevitable, expuesta a la eternidad desconocida, deseada, dicha: "La Poesía es lo más real que existe, es aquello que sólo es completamente verdadero en otro mundo",(44) desplazando la historia hacia "la verdadera vida, (...) la única vida realmente vivida, [es] la literatura; esa vida que, en un sentido, habita cada instante en todos los hombres tanto como en el artista". (45)

Apostando a otros mundos, Blanqui juega en este menos lúdico, más refractario, donde observa que las endebleces del partido revolucionario sólo suscitan "el desaliento, la indiferencia, la abdicación". En La eternidad a través de los astros, no da tregua a su impaciencia y decreta: "O la resurrección de las estrellas o la muerte universal... Es la tercera vez que lo repito". Impresiona ese tono de informalidad trascendente, de irónica trivialidad "a la Laforgue", de fatalidad burlona, el tono que marcó definitivamente la escritura de Bioy Casares. Como Blanqui, Bioy se aproxima al misterio del espacio infinito con la misma naturalidad con que recorrería a diario la calle Posadas, como si le diera igual el cosmos y sus secretos que las distracciones domésticas y mundanas. El narrador se desespera o se consuela ante la certeza de la fugacidad de tiempos que terminan por volver o no terminar. En sus ficciones, en "La trama celeste" sobre todo, Bioy cita extensa, literalmente, a Blanqui; uno de sus personajes se denomina Morris, como en otras narraciones suyas se denominan Moreau o Morel, more and more. Borges lo invoca con frecuencia y encomio. Entre otras numerosas menciones:

Un principio algebraico lo justifica: la observación de que un número n de objetos -átomos en la hipótesis de Le Bon, fuerzas en la de Nietzsche, cuerpos simples en la del comunista Blanqui- es incapaz de un número infinito de variaciones. De las tres doctrinas que he enumerado, la mejor razonada y la más compleja, es la de Blanqui. Este, como Demócrito (Cicerón: Cuestiones académicas, libro segundo, P. 40), abarrota de mundos facsimilares y de mundos disímiles no sólo el tiempo sino el interminable espacio también. Su libro hermosamente se titula L'éternité par les astres; es de 1872.(46)

A propósito de lo que Borges denomina "cierta fantasía de Laplace", vuelve a mencionarlo; aunque tratándose de Blanqui, las repeticiones no deberían sorprender:

En aquel capítulo de su Lógica que trata de la ley de causalidad, John Stuart Mill razona que el estado del universo en cualquier instante es una consecuencia de su estado en el instante previo y que a una inteligencia infinita le bastaría el conocimiento perfecto de un sólo instante para saber la historia del universo, pasada y venidera. (También razona -¡oh Louis Auguste Blanqui, oh Nietzsche, oh Pitágoras!- que la repetición de cualquier estado comportaría la repetición de todos los otros y haría de la historia universal una serie cíclica). (47)

Convencidos del acierto de búsquedas tan enigmáticas como metódicas, Blanqui aparece una y otra vez, entre libros y estrellas, alternando con la multitud ingrávida de sus sosias, esos semejantes que existen en infinito número de ejemplares, con y sin cambios, optimistas melancólicos, creen en sus astros que se multiplican bifurcándose en perpetuidad. A Bioy, a Blanqui, a Walter Benjamin, a Borges o a sus personajes, los seduce la hipótesis de una salida plural por la proliferación de tiempos que cifran en el espacio su esperanza. Del artículo que Borges había dedicado en SUR a Blanqui, transcribo unas líneas que guardan coincidencias con las citas mencionadas anteriormente y con otras referencias a Blanqui que figuran en la misma revista:

Blanqui abarrota de infinitas repeticiones, no sólo el tiempo, sino también el espacio infinito. Imagina que hay en el universo un número infinito de facsímiles del planeta y de todas sus variantes posibles. Cada individuo existe igualmente en infinito número de ejemplares, con y sin variaciones.(48)

Habría que recordar uno de los primeros libros de Borges, sometido por él mismo a la más severa censura hasta el fin de sus días, pero reeditado póstumamente, El tamaño de mi esperanza,(49) un libro que replica desde el título El tamaño del espacio (1921), el pequeño volumen que Leopoldo Lugones había escrito unos años antes sobre cuestiones matemáticas y que pocas veces se considera. Borges encuentra en los escritos de Blanqui el contrafuerte de una visión estética que va más allá de las disquisiciones matemáticas o de las injusticias políticas o policiales, comprometiendo, literariamente, una especie de eternidad sub specie de espacio: "el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza", dice Borges al finalizar "La biblioteca de Babel".

Tal vez desde el principio, Blanqui haya previsto estos desbordes extraterritoriales y extratemporales:

El infinito sólo se nos puede presentar bajo el aspecto de lo indefinido. Uno conduce al otro por la manifiesta imposibilidad de encontrar, o aun de concebir, una limitación para el espacio. Es cierto, el universo infinito es incomprensible, pero el universo limitado es absurdo. Esta certeza absoluta de la infinitud del mundo, junto a su incomprensibilidad, constituye una de las más crispantes irritaciones que atormentan el espíritu humano. Existen, sin duda, en alguna parte, en los globos errantes, cerebros suficientemente vigorosos como para comprender el enigma, impenetrable al nuestro. Es necesario que nuestros celos hagan su duelo. (50)

A través de las épocas y sus utopías periódicas, los espectros de Blanqui, como sus famosos sosias, fantasmas de eterno retorno, acosan el imaginario de estos autores y de esta época. Como si también ellos hubieran participado en las agitadas sesiones de la Sociedad republicana central, más conocida como "club Blanqui", la sociedad a la que Charles Baudelaire asistía con frecuencia y en cuyo recuerdo y de memoria, traza su retrato. Además de las afinidades políticas, fueron estrechas las conexiones entre el poeta y el instigador de las barricadas: comparten la obsesión de la ciudad, la aflicción ante las demoliciones, los alborotos en sus calles transitadas, la curiosidad indolente del "flâneur" y sus hastíos, la impotente desesperación ante las tempestades que llaman progreso, la angustia del infinito, la fragmentación del individuo que se pierde en la muchedumbre, la necesidad de huir hacia otros espacios, lejos de la Tierra: "¡No importa dónde! ¡no importa dónde!¡con tal de que sea fuera de este mundo!"

Formulada como una "hipótesis astronómica" en un siglo que no las escatimó, Blanqui se debate en este libro en contra de la historia pero apoyado contra la eternidad, una aspiración cósmica que acecha a otros poetas de su tiempo: la desalentadora "eternulidad" ("éternullité") que reinventa Jules Laforgue, la vasta claridad y la pérdida de aureola de Baudelaire; los encuentros de Arthur Rimbaud en una eternidad fortuita:

Fue reencontrada.
¿Qué? -La Eternidad. (51)

Para tiempos tan largos, sus versos son breves. Rimbaud recupera la eternidad como más tarde Marcel Proust recupera el tiempo y los principios de su estética que tampoco prescinden de especulaciones cosmogónicas similares:

Sólo por el arte podemos salir de nosotros, saber qué ve otro de este universo que no es el mismo que el nuestro y cuyos paisajes nos permanecerían tan desconocidos como los de la luna. Gracias al arte, en lugar de ver sólo un mundo, el nuestro, lo vemos multiplicado, y en tanto haya artesanos originales, tantos mundos tendremos a nuestra disposición, más diferentes entre sí que aquellos que ruedan en el infinito.(52)

Mundos semejantes a las constelaciones vertiginosas de Mallarmé en las que el sentido del verso, de todo el poema, se dobla al retornar el azar al principio, al darse vuelta el destino como un vaso en un lance de dados, obedeciendo a una de las "oscuras invitaciones de la casualidad". Una página en blanco se pliega sobre sí misma reflejando la inscripciones del cielo estrellado. "Pero -dice Blanqui- como dice mi carcelero: A usted le está prohibido mirar el mar." No es esa la única prohibición: No mirar hacia las murallas, no mirar hacia el patio, no mirar por la ventana, no mirar el mar, no mirar; sin embargo, esas prohibiciones demasiado severas no le impiden a Blanqui avizorar otros mundos, ver más lejos, más allá. Cuando Jules Michelet se encuentra con Blanqui y lo felicita al verlo en libertad, su alegría se convierte en perplejidad: este luchador infatigable le confiesa que nunca se sentía más dueño de sí que en la soledad de su celda y nunca más desamparado que al estar fuera. (53)

De manera que no debe atribuirse sólo a las tribulaciones de una biografía desgraciada, a los acontecimientos dolorosos de la Comuna, a las traiciones de quienes debieron haberlo apoyado, a la desesperanza de sus sucesivos cautiverios, el origen de su interés poético por las estrellas. Recluido en la estrechez de su celda, ni el encierro ni las prohibiciones disminuyen su pasión por la astronomía, su observación minuciosa y sistemática de las constelaciones, la avidez con que exploraba los enigmas de un universo al que, paradójicamente, se aproximaba más cuanto menos se movía. Desde la doble interioridad de su reclusión, a partir de una hipótesis poética, una pura conjetura, Blanqui revela una revolución distinta, una revuelta que imprime un retorno diferente. Volviendo de otros espacios, descubre y describe el movimiento que define la trayectoria de los astros legitimando réplicas -otra repetición- de acontecimientos que remiten al principio, innumerables fantasmas superpueblan de copias otras estrellas y planetas, calcos que se desconocen entre sí, dando lugar a una regresión infinita, una monotonía de repeticiones que alteran la eternidad en historia.

Leyendo a estos autores, la situación o la reflexión se vuelve doblemente paradójica: en lugar del flâneur que vaga sin rumbo en las calles de París, es Blanqui quien, como uno de sus sosias, vuelve una y otra vez al encuentro de escritores y poetas; la figura obsesiva de un preso, un detenido, discurre en medio de las conmociones, semejante al paseante que no deja rastros en la muchedumbre. Fascinado por los pasajes y la visión de un espacio en movimiento, de una arquitectura que los multiplica, Blanqui los recorre con su pensamiento sin salir del recinto, sin abandonar la intimidad de la celda o la interioridad de su cerebro, dilucidándolo con las luces del firmamento que no ve pero conoce.

Baudelaire frecuentaba el club Blanqui, ya se dijo. También, según afirma Philippe Soupault, Baudelaire lo conocía y admiraba tanto que encontró, entre los dibujos donde solía fijar estampas de su entorno, el retrato de Blanqui que dice -escribe- haber trazado de memoria. Según Benjamin, Baudelaire alude a Blanqui en varios poemas; no duda en que es su figura la que entrevé en el último poema del ciclo titulado "Revuelta":

Oh príncipe del exilio, a quien se le hizo daño,
Y que, vencido, te yergues siempre más fuerte.

Tú que del proscrito tienes ese mirar alto y calmo
Que condena a todo un pueblo alrededor del cadalso.(54)

Tampoco es difícil presumir que la modernidad habría empezado con Blanqui, aunque haya sido Baudelaire quien la aborda y nombra. (55) Son suyos el desaliento a causa de la inutilidad absurda del progreso, el vértigo de la gran ciudad, la mitología de la muchedumbre en marcha, los fantasmas de lo moderno y lo demoníaco que acosaban a Baudelaire y a Edgar Allan Poe. La gran ciudad avanza: el objetivo que no logró Blanqui con las barricadas lo logró Haussmann con las demoliciones que llevó a cabo para evitarlas. Uno ha trastornado ("bouleversé") el universo, el otro ha bulevardizado la ciudad. De la misma manera, "los parisienses que transforman la calle en interior", (56) empiezan a abrir entre las casas las numerosas galerías que han alterado la fisonomía de la ciudad: "(...) de una manera perturbadora, se las designa pasajes, como si en estos corredores arrancados al día, no le fuera permitido a nadie detenerse más que un instante". (57)En esas zonas de ambivalencia que atraviesan cuadras y casas, prolongando el umbral hasta un fondo que termina en otra entrada, las fronteras quedan sin definir: ni calle ni casa, ni exterior ni interior, ni luz ni sombra, un resplandor crepusculento (crepusculâtre),(58) de jurisdicción y justificación dudosas, "santuarios de un culto de lo efímero, se han vuelto el pasaje fantomático de los placeres y profesiones malditas, ayer incomprensibles y que el mañana no conocerá". (59)

Después de leer a Louis Aragon, Benjamin creería que el surrealismo nació en un pasaje: "El padre del surrealismo fue Dada. Su madre fue una galería llamada 'pasaje" (60), una comadrona consagró el "pequeño mundo"- "en el grande, en el cosmos, todo se presenta de la misma manera". (61)Para Benjamin, es el París de los surrealistas, el marco literario y político donde Los cantos de Maldoror, el libro de Lautréamont, se inscribe en la tradición de la insurrección literaria. Al recordar el fervor revolucionario de Lautréamont, Benjamin hace referencia a algunos de los grandes anarquistas que actuaron, sin llegar a comunicarse entre sí, entre 1865 y 1875 intentando penetrar el orden cotidiano de la ciudad, derrocar lo establecido con sus máquinas infernales. Habla de las energías revolucionarias, del crecimiento de las sociedades secretas y de la amarga revuelta contra el catolicismo, contra la tradición. Si bien no menciona a Blanqui, su nombre se lee en filigrana. Más todavía, a pesar de que sabe que se trata de una confusión, Walter Benjamin reconoce como inteligente y perspicaz la estratagema de Philippe Soupault, quien en su edición de las Obras Completas de Lautréamont (Paris, 1927), presenta como militancia la insurrección del poeta, la vida de Ducasse como una vita politica.

En cambio, André Breton, Louis Aragon, Paul Éluard se indignan contra la "mistificación" de Philippe Soupault. En "Lautréamont hacia y contra todo" (62) le reprochan la impostura de haber hecho pasar por auténtica la pura fantasía de Félix Valloton, autor del controvertido retrato de Lautréamont (63) aparecido en El libro de máscaras (Le Livre des masques) de Remy de Gourmont, por empecinarse en el género "Obras completas" y, sobre todo, por validar abusivamente el error de Robert Desnos quien identificaba a Isidore Ducasse con el revolucionario que exhibe su elocuencia en el libro El insurrecto de J. Vallès.(64) Son varias las intenciones y las confusiones de nombre. Según Soupault, Lautréamont había sido un agitador revolucionario de tendencia blanquista pero, en realidad, sólo había confundido a Ducasse, Isidore, el poeta, con un homónimo, Félix Ducasse, (65) identificado por el mismo Charles Da Costa, el autor de Les Blanquistes (66) ya mencionado.

Suele ocurrir que una vez que se admite una confusión, muchas más se precipitan y, a esta altura, ya no parece tan fácil interrumpirlas. "Que Lautréamont haya sido o no un militante revolucionario, que se haya dirigido o no a las muchedumbres, nos importa poco" dice André Breton. En cambio, sí le molesta la confusión, la superchería de hacer pasar un Ducasse por otro, sobre todo porque la inconsistencia no queda ahí. En su Isidore Ducasse, comte de Lautréamont, François Caradec, con la buena intención de "descartar toda confusión entre Isidore Ducasse y su homónimo Frédéric Ducasse", aunque anote que "Hoy en día la cuestión esté zanjada", (67) introduce un nombre más que, en lugar de aclarar las identidades en juego, contribuye a complicar la perplejidad. Como en el teatro, el equívoco no pasa de eso: un nombre por otro o un personaje por otro; la equivocidad no altera la trama e, incluso, puede contribuir a animar la acción.

Sin embargo, a esta altura, se podría temer que una especie de maldición haya caído sobre los nombres ya que la tendencia o la tentación a la equivocidad aparece como una herencia natural de tantos sosias y sucedáneos de Blanqui, a quien con frecuencia se confunde con su hermano Adolphe, autor de varios libros de economía que, por otra parte, nada tienen en común con las posiciones de Louis-Auguste.

Tratándose del Conde de Lautréamont, tampoco era imprevisible un Ducasse más, o dos: Isidore, Lucien, Félix, Fréderic, François. Una hipótesis etimológica L'autreàMont(evideo) supone que Ducasse se convierte en otro ("autre") en París, ¿por qué no si cuestiona la identidad que funda la alteridad de un poeta que la defiende más que a sí mismo? Por su parte, varios fueron los seudónimos que designaban a Blanqui: Colomb, Denonville, Suzamel, entre otros. Los seudónimos, los hetéronimos, los homónimos atraen una onomástica abusiva: los Ducasse confundidos, los hermanos Blanqui identificados, todavía se perfila un caso más, tal vez se trate de entrever el boceto de un modelo en perspectiva.

Se llama Louis Ménard, conoció personalmente a Félix Ducasse. Dado el problema de la coincidencia de nombres, más de un crítico podría haberlo confundido con Pierre Menard, el nombre del famoso personaje de Borges, tal vez uno de los autores más citados de los últimos tiempos quien, sin existir, supo citar de una manera tal que su provocación impugna, más que la trillada "muerte del autor" diagnosticada por R. Barthes o por M. Foucault, el surgimiento de una estética de la desaparición que no sólo el arte, la literatura, sino la historia, las ideologías y sus respectivas certezas, padecen en esta época cuando los cambios pasan por desapariciones y la aniquilación por fundamento.

En Borges. Una biografía literaria,(68) Emir Rodríguez Monegal se detiene a subrayar la importancia, para Borges, de la lectura de las Promenades littéraires (69) de Remy de Gourmont (70) y examinar la resonancia de este libro en la visión estética de Borges. El artículo, "Louis Ménard, un pagano místico", que se radica en los márgenes literarios emplazando al autor de "Rêveries d'un païen mystique" (71) -publicado con un prefacio de Maurice Barrès- presiente desde el título, el título del sobrecitado cuento de Borges: "Pierre Menard, autor del Quijote" (72). Seguramente, esos paseos literarios de Gourmont llamaron la atención de Borges sobre un Menard, el inventor que descubrió el colodio, un producto específicamente útil en fotografía, que fue pintor de la conocida escuela de Barbizon, el escritor conocido como un socialista revolucionario, de tendencia blanquista, detenido, exiliado. También poeta, se le reconoce sobre todo por los ejercicios filológicos en los que "reescribe" obras perdidas de trágicos griegos. La más conocida se denomina "Una versión del Prometeo liberado" (Une version du Promethée délivré) de 1844, la obra perdida de Esquilo que publicó bajo el seudónimo de L. de Senneville. Decía -según afirma Remy de Gourmont- que las escribía en francés "para comodidad de sus lectores". La parodia, la tendencia a leer anacrónicamente los clásicos, la identidad travestida y la justificación de la opción idiomática, lo asimilan a su medio homónimo, Pierre Menard, sin acento en la e, el notable poeta simbolista "contemporáneo de William James" que, después de haberlo consagrado Borges autor del Quijote, no cesa de favorecer las teorías de la escritura y sus refutaciones, de la lectura y las suyas, de la traducción y la parodia, de la literatura, de la historia de la literatura, o de la literatura y la historia, tout court.

¿Por qué precisamente el Quijote? dirá nuestro lector. Esa preferencia, en un español, no hubiera sido inexplicable; pero sin duda lo es en un simbolista de Nîmes, devoto esencialmente de Poe, que engendró a Mallarmé, que engendró a Valéry, que engendró a Edmond Teste. (...) ¡Qué españoladas no habría aconsejado esa elección a Maurice Barrès o al doctor Rodríguez Larreta!

Por otra parte, se sabe que la hermana menor de Blanqui, Uranie, se casó con un dueño de astilleros argentinos, con quien partió desde Francia rumbo al Río de la Plata; también se anota que uno de sus barcos, bautizado "Auguste Blanqui", destacaba en un lugar visible del salón un cuadro con su imagen. Por ahora, no es mucho más lo que se ha averiguado. Como los nombres de lucha bajo los cuales se ocultaba, o como las letras del acróstico que cifraba la dirección de su escondite, estos datos fragmentarios sólo esbozan una pista más de la "llegada" de Blanqui al imaginario de estas latitudes.

Bonheur
Loi
Amour
N'ont
Qu'un
Instant (73)

En pocas oportunidades habla Breton de Blanqui. En 1934, cuando se pregunta "Qu'est-ce que le surréalisme?", Breton destaca las relaciones entre los Cantos de Maldoror de Isidore Ducasse con el surrealismo y subraya la importancia decisiva en su obra de los acontecimientos derivados de la declaración de la guerra de 1870 y del aplastamiento atroz de la Comuna de París. Al referirse a la liberación del proletariado por la experiencia poética alude al "militantismo revolucionario (...) nuestra turbulencia, (...) eso que se ha creído a veces poder llamar nuestro 'blanquismo'".

De la misma manera que Walter Benjamin quiso reconocer en Lautréamont, en las transgresiones del poeta, una vita política, (74) yo quisiera hacer de este agitador revolucionario que fue Blanqui, una vita literaria. Tal vez sea otra modalidad de blanquismo a ultranza hacer de su insurrección una resurrección hipotética, de su destierro astral, un eterno retorno.

¿Cuántos conocen -se preguntaba Geffroy y la pregunta vale aún en la actualidad- al poeta que escribió este bello libro que es La Eternidad a través de los astros.? La escultura de Jules Dalou en el Cementerio del Père Lachaise, donde una flor roja fresca contrasta la oscuridad del bronce, el retrato de Eugène Carrière, la estrofa de Eugène Pottier, autor de La Internacional, lo recuerdan:

Contra una clase sin entrañas
Luchando por el Pueblo sin pan
Tuvo cuatro murallas, vivo,
Muerto, cuatro tablas de pino. (75)

Más que el blanquismo, Blanqui, o su influencia -si se entiende como el flujo astral que actúa sobre los hombres y las cosas- sigue siendo un fenómeno insólito, diseminado en distintos libros, ejemplares y numerosos, reproducidos como los sosias que había previsto. A pesar de los fervorosos enfrentamientos ya históricos que protagonizó, más que sus combates de político revolucionario, es la tenacidad de sus meditaciones sobre la eternidad alegórica de la revolución de los astros -también en el sentido astronómico de revolución- la que retorna sub specie aeternitatis, a manera de escritura. En este sentido, se diría que su hipótesis no ha fracasado, ni la revolución permanente que supone y defiende. Tal vez esa conjetura haya incidido en la vigencia de su pensamiento, de su práctica fogosa no desvanecida en sistemas y utopías que las iniquidades de otras doctrinas prolongaron hasta avanzado el siglo XX.

Es curioso, de sus vastos escritos perdura un pequeño libro, de ese libro el resumen de algunos capítulos finales, del resumen, un párrafo. Esas pocas líneas dieron lugar a que los mayores pensadores y autores, algunos de los más influyentes en la segunda mitad del siglo XX, recogieran sus reflexiones que se sustraen a los límites de la cárcel, de la lengua, de la distancia y el tiempo. Cruzando fronteras y océanos, entre miles de copias que no sólo reproducen originales sino que los desplazan, anticipan o determinan las confusiones de una época que cifra en la tecnología y el espacio su esperanza, aunque el propio espacio no tenga lugar.

Imprevisiblemente, en tierras distantes, dos, tres o más escritores escribían, casi al mismo tiempo, las mismas líneas de Blanqui, esa reiteración de copias justifica la hipótesis que él había aventurado tiempo atrás. Como en un cuento, no faltan las coincidencias; apenas los nombres difieren y algunas circunstancias que, igualmente misteriosas, no atenúan el posible asombro.

Lisa Block de Behar
Montevideo, Uruguay


*Louis-Auguste Blanqui. La eternidad a través de los astros. Traducción y nota preliminar de Lisa Block de Behar. Siglo XXI editores, México, 2000. ISBN 968-23-2230-8

(1) André Mitry. Auguste Blanqui. Révolutionnaire trois fois condamné à mort (panfleto político publicado por la "Société Amis de Blanqui" el 2 de febrero en su asamblea constitutiva). 8, avenue Mathurin Moreau. Paris, 1951. 31 ps.
(2) En una carta de Karl Marx dirigida al doctor Watteau el 10 de noviembre de 1861.
(3) Walter Benjamin "Thèses d'histoire de la philosophie". In Poésie et Révolution. Denoël. Paris, 1971. P.284.
(4) Walter Benjamin. Paris, capitale du XIXe. siècle. Le livre des passages. Edición original e Introducción de Rolf Tiedemann. Les éditions du cerf. Paris, 1989. P.384.
(5) Gustave Geffroy. L'enfermé (2 v.) Les éditions G. Crés et Cie. 21, rue Hautefeuille. Paris, 1926.
(6) R. Tiedemann. "Introduction". Op. Cit. P. 22
(7) Jules Vallès. L'insurgé. Publicación póstuma de 1896. Ed. Garnier-Flammarion. Paris, 1970. P.160, 184, 185.
(8) Ibidem. P. 160.
(9) Librairie Académique Perrin. Paris, 1976.
(10) Carta a Lacambre, 7 de octubre de 1862. En Maurice Dommanget, La vie de Blanqui sous le Second Empire.
(11) Camille Flammarion. Crítica aparecida en L'OPINION NATIONALE. París, 25-3-1872.
(12) Gustave Geffroy insiste en su avidez por la lectura y en sus reclamaciones para que le fueran alcanzados libros, folletos, diarios, revistas, atlas. V.I. Op.cit. P. 231
(13) "Défense du citoyen Louis Auguste Blanqui devant la Cour d'Assises". Paris, 1832. P.4.
(14) Louis Auguste Blanqui. L'éternité par les astres. Hypothèse astronomique. Librairie Germer Baillière. Rue de l'École de Médecine. Paris, 1872.
(15) Una anticipación de algunos capítulos fue publicada por la REVUE SCIENTIFIQUE y en LE RADICAL en febrero de 1872, durante la misma semana del proceso a Blanqui. Luego, el mismo año, aparece en versión completa, en la editorial Germer Baillière. Una publicación más reciente fue realizada por la Éditions de la Tête de Feuilles. Coll. Futur Antérieur: Instructions pour une prise d'armes, L'éternité par les astres. Hypothèse astronomique et autres textes, presentados por Miguel Abensour y Valentin Pelosse. Paris, 1972.
(16) La última edición de L'éternité par les astres fue publicada por la editorial Slatkine en su colección "Fleuron", con prólogo a mi cargo. Paris - Genève, 1996.
(17) Louis Auguste Blanqui. Œuvres I . Des origines à la Révolution de 1848. Textos reunidos y presentados por Dominique Le Nuz. Prefacio de Philippe Vigier. Presses Universitaires de Nancy. Nancy, 1993.
(18) Louis Auguste Blanqui. Ecrits sur la Révolution. Œuvres complètes. 1. Textes politiques et lettres de prison. Presentado y anotado por Arno Münster. Éd. Galilée. Paris, 1977.
(19) Samuel Bernstein. Edición original en francés. François Maspero. Paris, 1970. Existe traducción en español editada por Siglo XXI. Blanqui y el blanquismo. Biblioteca del Pensamiento socialista. Madrid, 1975. 390 ps. Dedica dos páginas y media a L'Eternité par les astres.
(20) Ibidem. P.251.
(21) M. Dommanget. Blanqui. Librairie de l'Humanité. Paris, 1924. Blanqui à Belle-Ile. Éd.de la Libraririe du travail, etc. Blanqui. La guerre de 1870-1871 et la Commune. Ed. Domat. Paris, 1947. Blanqui. Études et documentation internationales. 29, rue Descartes. Paris, 1970.
(22) Alexandre Zévaès. Le socialisme en France depuis 1871. Bibliothèque Charpentier. Eugène Fasquelle éditeur. Paris, 1908. La chute de Louis-Philippe (24 février 1848). Librairie Hachette. Notes et souvenirs d'un militant. Marcel Rivière & Co. Paris, 1913. Auguste Blanqui, Patriot et socialiste français. Librairie de Sciences politiques et sociales. Marcel Rivière et co.. 31, rue Jacob y 1, rue St Benoit. Paris, 1920.
(23) Charles Da Costa. Les blanquistes. Histoire des Partis Socialistes en France. Librairie des sciences politiques et sociales. Marcel Rivière et Cie. Paris, 1912.
(24) M. Abensour. "W. Benjamin entre mélancolie et révolution. Passages Blanqui." A. Münster "Le paradigme révolutionnaire français dans les 'Passages parisiens' de Walter Benjamin et dans la pensée d'Ernst Bloch." In Walter Benjamin et Paris. Études réunies et (25) présentées par Heinz Wismann, Les Éditions du Cerf. Paris, 1986.
(25) Walter Benjamin. Correspondance. 1929-1940. (V.2) Edición establecida y anotada por Gershom Scholem y Theodor Wiesengrund Adorno. Aubier-Montagne. Carta No. 293. Paris, 1979. P.231.
(26) Uso el término en el sentido que le atribuye Charles Sanders Peirce, fundador de una doctrina de los signos.
(27) "Hice lo que pude para ubicarlo en sociedad". Joseph Brent. Charles S. Peirce. A Life. Indiana University Press. Transcribe una carta de Henry a William James (14/3/1876). Bloomington, 1993. P. 103.
(28) Op.cit..
(29) Claude Pichois et Jean-Paul Avice. Baudelaire - Paris. Prefacio de Yves Bonnefoy. Ed. Paris- Musées. Quai Voltaire. Exposición de la "Bibliothèque historique de la Ville de Paris". 16/11/93-15/2/94.
(30) Según S. Bernstein, Julienne Sébert es el seudónimo de Mme. Frémeaux en cuya casa se realizaban las reuniones de la sociedad que, en tiempos de Luis Napoléon, se conocía como la "Sociedad de los Cocodrilos".
(31) L.A. Blanqui. Ni Dieu ni Maître! Les plus pensées athéistes et anticlericales d'Auguste Blanqui. 1880-1881. Édition de l'Idée libre. Recopilación de M. Dommanget. Herblay (Seine-et-Oise)
(32) Jean-Jacques Weiss. PARIS-JOURNAL. Paris, 18.2.1872.
(33) L.A. Blanqui. La patrie en danger. A. Chevalier. Prefacio de Casimir Bouis. Paris, 1871.
(34) Ibidem.
(35) Es A. Zévaés quien le asigna este calificativo a Jules Vallès.
(36) G. Geffroy. (V.1) Op.cit. "Notations sur ces cahiers datées le 25 juin 1857". P.232.
(37) Se trata de una carta citada por M. Abensour y V. Pelosse en el prólogo de Instructions pour une prise d'armes que precede a su reedición de L'éternité par les astres. Op.Cit.
(38) Eugène Sue. Les Mystères du peuple ou l'histoire d'une famille de prolétaires à travers les âges. Paris, 1879.
(39) Honorio Bustos Domecq. Seis problemas para Don Isidro Parodi. SUR. Buenos Aires, 1942,
(40) Jorge Luis Borges, "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", Ficciones, Buenos Aires, 1940.
(41) J.L. Borges. Prólogo. En Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel. Buenos Aires, 1940.
(42) J.L. Borges. "El jardín de senderos que se bifurcan" Buenos Aires, 1941.
(43) L.A.Blanqui. La eternidad a través... Op.cit.
(44) Charles Baudelaire. Œuvres Complètes. V.2. Texto establecido, presentado y anotado por Claude Pichois. La Pléiade. Paris, 1976. "Puisque réalisme il y a" in Critique littéraire. P.59.
(45) Marcel Proust. La recherche du temps perdu. Gallimard. Bibliothèque de la Pléiade. V.3. Paris, 1980. 895.
(46) J.L. Borges. "El tiempo circular". Historia de la eternidad. Buenos Aires, 1936.
(47) J.L. Borges. "La creación y P.H.Gosse". Otras inquisiciones. Buenos Aires, 1952.
(48) J.L. Borges. SUR. Buenos Aires, Año X, No.65, febrero de 1942. En Borges en SUR. 1931-1980. Emecé. Buenos Aires, 1999.
(49) Proa. Buenos Aires, 1926.
(50) L.A.Blanqui. "L'Univers- L'Infini" Primer capítulo de L'Éternité... Op.cit.
(51) Arthur Rimbaud. "Éternité". Mai 1872.
(52) M. Proust. Op. cit. Ps. 895-896.
(53) M. Dommanget. "La vie de Blanqui sous le Second Empire". En L'ACTUALITÉ DE L'HISTOIRE. NO. 30. Paris, enero -marzo, 1960.
(54) Ch. Baudelaire. "Les litanies de Satan":
O prince de l'exil, à qui l'on a fait tort,
Et qui, vaincu, toujours te redresses plus fort.
Toi qui fais au proscrit ce regard calme et haut
Qui damne tout un peuple autour d'un échafaud.
(55) "Modernité"- Dictionnaire historique de la langue française: el término se registra, por primera vez en Balzac (1823) para designar aquello que es moderno en literatura y en arte, anunciando el culto estético de esta noción. La fortuna del término existe a partir de Baudelaire:"La modernidad" en "Pintor de la vida moderna". Critique d'art y las resonancias que interpreta W. Benjamin.
(56) W. Benjamin. Paris, capitale du XIXè. siècle. Le livre de passages. Op.cit. P.440.
(57) Louis Aragon. Le paysan de Paris. Paris, 1926.
(58) El neologismo es de Jules Laforgue.
(59) L. Aragon. Ibidem.
(60) W. Benjamin. Paris, la capitale du XIX siècle. Op.Cit.
(61) W. Benjamin. "Le surréalisme". In Mythe et violence. Denoël. Paris, 1971. P.304.
(62) André Breton. Œuvres Complètes. Edición de introducción de Marguerite Bonnet. Gallimard. Bibliothèque de a Pléiade. Paris, 1992. V. 2. P. 942.
(63) "Le 2 avril 1921, Félix Valloton (...) nous écrivait: Ce portrait est une invention pure, faite sans aucun document, personne, y compris de Gourmont, n'ayant sur le personnage la moindre lueur. Cependant je sais qu'on chercha. C'est donc une image de pure fantaisie, mais les circonstances ont fini par lui donner corps et elle passe généralement pour vraisemblable". Ibid.
(64) Jules Vallès. (1832-85). Periodista, revolucionario, socialiste, célebre por su serie de novelas autobiográficas. L'enfant (1881), Le Bachelier (1882), L'insurgé (1886).
(65) A.Breton. Op. cit. P.1724.
(66) Charles Da Costa. Op.cit.
(67) François Caradec. Isidore Ducasse, comte de Lautréamont. Gallimard, Idées. Paris, 1973. P. 140.
(68) Emir Rodríguez Monegal. Borges. A Literary Biography. Dutton. Nueva York, 1978.
(69) Remy de Gourmont. Promenades Littéraires. Mercure de France. Paris, 1904-13.
(70) Conocía igualmente el Livre des masques de Remy de Gourmont, con los retratos realizados por Félix Valloton. Société du "Mercure de France". Paris, 1896
(71) Publicado en 1909 con un prefacio de Maurice Barrès.
(72) J.L.Borges. Ficciones. Buenos Aires, 1941.
(73) Felicidad, Ley, Amor, No tienen más Que un Instante.
(74) W. Benjamin, "Le surréalisme". Op. cit.
(75) Contre une classe sans entrailles,
Luttant pour le Peuple sans pain,
Il eut, vivant, quatre murailles,
Mort, quatre planches de sapin.