SEIS EJERCICIOS SOBRE “EL DINOSAURIO”, DE AUGUSTO MONTERROSO



Por Andrés Capelán

El escritor Augusto Monterroso nació el 21 de diciembre de 1921 en Tegucigalpa, Honduras. Cuando cumplió los 15 años su familia se estableció en Guatemala, pero en 1944 debió emigrar a México por motivos políticos. Allí falleció el 7 de febrero de 2003. Es uno de los más grandes maestros de la mini-ficción, autor del que es considerado el cuento más corto del mundo: "Cuando despertó, el dinosaurio aún estaba allí." Sobre ese cuento, los siguientes ejercicios.

UNO

Esa noche, el sereno del museo de Historia Natural estaba cansado. Contra su costumbre, había bebido demasiado alcohol en el cumpleaños de su cuñado. Él, siempre tan responsable, tan sobrio, tan medido, se había dejado llevar por la charla y el jolgorio y –sin darse cuenta– había estado bebiendo whisky tras whisky hasta que fueron demasiados. Ahora, a las tres de la madrugada, los ojos se le cerraban a su pesar.

Viendo lo irremediable de la situación, buscó un lugar confortable para echarse un sueñecito. Caminó por los pasillos en penumbras hasta la sala del Tyranosaurus rex, la idea fija en el mullido sillón allí ubicado. Cuando entró al gran salón, sus ojos buscaron el asiento con la lujuria del somnoliento. Puso el despertador de su reloj pulsera a las cinco de la mañana, y se deshilvanó en el sofá. Cerró los ojos y en unos pocos segundos la oscuridad y el silencio y la paz fueron con él. Pero no por mucho rato, porque pronto una pesadilla lo vino a buscar.

Revolviéndose en el sofá, soñó que el tiranosaurio cobraba vida, que poco a poco sus huesos comenzaban a llenarse de tendones, de vasos sanguíneos, de músculos, de piel, y que -completo que estuvo- el monstruo se sacudía cual un perro al salir del agua, emitía un profundo rugido, y se iba caminando haciendo temblar el edificio. El sereno soñaba que el lagarto terrible huía y él estaba inmovilizado y no podía hacer nada para impedirlo. Empapado de sudor, quiso pegar un alarido pero ningún sonido salió de su boca. Hizo una fuerza increíble para despertarse. No pudo. Volvió a intentarlo y esa vez lo logró. Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

DOS

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Mirándolo fijamente con sus fríos ojos de reptil ávido de sangre, la saliva escurriendo por entre sus grandes dientes afilados como puñales, chorreando por la comisura de su boca sin labios... Inclinado sobre él, la lengua ondulante, los pequeños brazos levantados en posicion de ataque, el dinosaurio todavía estaba allí. Se levantó rápidamente, el ceño fruncido, malhumorado. Entonces gritó: -¡Rosaaaura! ¿No te dije que sacaras del cuarto el póster de ese dinosaurio de porquería? ¡Me caigo y no me levanto! –gritó, y se fue a lavar la cara sin esperar respuesta.


TRES

Ese juguete era el mayor tesoro del niño. No por lujoso, ni por grande, ni por llamativo. Al contrario, era un muñequito de paño pequeño y barato. Tal vez lo quería tanto por la apariencia torpe que le daban esas grandes y pesadas patas, ese largo cuello, esa sonrisa simpática de monstruo, pero de monstruo hervíboro, que los hervíboros siempre son los buenos en las fábulas y las historias infantiles: las cabritas, las ovejitas, los conejitos… y los dinosauritos hervíboritos también.

Tanto lo quería que no se dormía si no era abrazándolo. Tanto lo quería que un día soñó que el niño de al lado se lo robaba. Ese niño malo le arrancaba el muñeco de los brazos y salía corriendo, y él gritaba y nadie le oía. Sus padres miraban cómo el niño malo huía con su dinosaurio y nada hacían, peor: reían. Lo miraban, se miraban, y reían. Abrió los ojos llorando desconsolado pero se calmó enseguida, porque cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

CUATRO

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Mirándolo fijamente con sus fríos ojos de reptil ávido de sangre, la saliva escurriendo por entre sus grandes dientes afilados como puñales, chorreando por la comisura de su boca sin labios... Inclinado sobre él, la lengua ondulante, los pequeños brazos levantados en posicion de ataque, el dinosaurio todavía estaba allí, olfateándolo como extrañado. Superado el desmayo, el viajero sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo y comenzó a sudar. Venciendo su miedo, extendió lentamente su mano hasta hacerse con el bastón de mando de la máquina del tiempo y –tembloroso- marcó 2107.

Se desvaneció un segundo antes de que las enormes mandíbulas se cerraran en el aire que había estado ocupando hasta ese momento. El dinosaurio miró a un lado y a otro desconcertado. Su rara presa tan largamente olfateada ya no estaba allí. Sacudió la cabeza, se volvió, y siguió cazando como si no hubiera pasado nada. En ese mismo momento, millones de años después, el viajero en el tiempo estaba pensando en que tenía que encontrar una solución a ese asunto de los desmayos al momento de hacer la transferencia. Recordó el aliento apestoso del dinosaurio y volvió a sentir un escalofrío en la columna vertebral.


CINCO

El pequeño terápsido peludo corrió y corrió y corrió. Despavorido, perseguido de cerca por un ágil velociraptor verdoso, corrió y corrió hasta que logró entrar a su madriguera justo en el momento en que su perseguidor le lanzaba una estocada con su mano de afiladas garras. Sintió un dolor punzante pero siguió corriendo hasta el fondo de la cueva, donde le esperaban madre terapsida y sus otros hermanos. Se cobijó en su vientre, temblando y gimiendo. La madre olió la sangre, encontró su cola herida y comenzó a curarla lamiéndola lentamente. Por el agujero de la madriguera veía al velociraptor husmeando, pero no tuvo miedo, porque estaba con su madre y porque sabía que el monstruo no podría llegar hasta él. Vino la noche y se quedó dormido. Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

SEIS

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Mirándola fijamente con sus fríos ojos de reptil ávido de sangre, la saliva escurriendo por entre sus grandes dientes afilados como puñales, chorreando por la comisura de su boca sin labios... Inclinado sobre ella, la lengua ondulante, los pequeños brazos levantados en posicion de ataque, el dinosaurio todavía estaba allí. –Steven, cariño –llamó- ¿Cuando te vas a llevar el Ti-rex? Ya te dije que no me gusta que traigas trabajo a casa, cielo.