LA LISTA NEGRA DE GEORGE ORWELL

Rafael Ramos (La Vanguardia)

George Orwell, de cuyo nacimiento se cumple el centenario, símbolo de la independencia política y periodística, así como fiscal de los excesos de la autoridad estatal, entregó al Gobierno británico una lista de sospechosos de ser comunistas o simpatizantes de la causa en los tiempos de la guerra fría –entre ellos, Charles Chaplin–, según confirman documentos descubiertos por el periódico “The Guardian”.

Aunque ninguno de los acusados sufrió represalias y Gran Bretaña nunca cayó en los excesos del maccarthismo norteamericano, el episodio proyecta una sombra sobre la imagen de Orwell, enemigo acérrimo del totalitarismo y precursor del concepto del “Gran Hermano” antes de que los gobiernos controlaran las actividades de los ciudadanos y restringieran las libertades como lo hacen en la actualidad.

¿Por qué cometió George Orwell semejante indiscreción? En parte, debido a su preocupación por los avances del comunismo, y en parte, a causa de su amor por una bellísima mujer llamada Celia Kirwan, que trabajaba para un servicio de información del Foreign Office y le solicitó la lista de “criptocomunistas” a instancias de sus jefes.

El contexto es importante. George Orwell, a los 45 años, se encontraba internado en un hospital de la campiña inglesa con tuberculosis, consciente de que su vida tocaba a su fin (murió al cabo de poco tiempo). Era el año 1949, se sentía infinitamente solo tras la muerte de su esposa, y los comunistas –cuya dureza había sufrido personalmente en la Guerra Civil española– acababan de tomar el poder en Checoslovaquia. En su opinión, había que detenerlos como fuese.

El escritor consideraba que el comunismo estaba ganando la guerra de las relaciones públicas en Occidente, debido a la gratitud por su papel en la derrota del nazismo y a la manera en que muchos escritores, intelectuales y periodistas se habían convertido en admiradores sentimentales de Moscú. George Orwell, un hombre filosóficamente de izquierdas, pretendía salvar los ideales del “auténtico socialismo”.

Fue poco antes, ya en el ocaso de su vida, cuando George Orwell conoció unas Navidades a Celia Kirwan, una chica que se movía en los círculos literarios de izquierdas y hermana melliza de la mujer de Arthur Koestler. El autor, fascinado, le propuso matrimonio en seguida, pero ella rechazó educadamente el ofrecimiento, aunque conservó la amistad.

Orwell era una persona ordenada que hacía listas de todo, y también de “comunistas”, “pseudocomunistas” y “compañeros de viaje” del comunismo, lo cual no pasó inadvertido a Kirwan cuando empezó a trabajar para un nuevo servicio de información del Foreign Office dedicado a contrarrestar la propaganda soviética y que por lo menos en teoría era independiente de los servicios tradicionales de espionaje (MI5 y MI6). En una visita al hospital donde el escritor yacía convaleciente, fue al grano y le pidió nombres de sospechosos.

Todo apunta a que Orwell en ningún momento pensó que las listas tuviesen un propósito siniestro más allá de impedir que una serie de periodistas, artistas e intelectuales de izquierdas demasiado afines a Moscú expusieran sus opiniones procomunistas a través de los órganos del Estado. A su juicio, ya bastaba y sobraba con la difusión que les daban la BBC, los sindicatos y periódicos como el propio “The Guardian”.

Orwell, para satisfacer a Celia, pidió que le mandaran por correo la relación de “criptocomuninstas” que había dejado en la casa de la remota isla de Jura (Hébridas) donde escribió “1984”, y en la que figuraban –muchos de ellos con interrogantes y asteriscos, como si el propio autor tuviera dudas– los nombres de los actores Charles Chaplin y Michael Redgrave (padre de Vanessa y Corin), el poeta escocés Hugh McDiarmid, el novelista J. B. Priestley, el historiador E. H. Carr y numerosos periodistas. Por lo menos dos de ellos –Peter Smollet y Tom Driberg– resultaron ser, efectivamente, espías soviéticos.

Aunque se especulaba desde hace años sobre la colaboración de George Orwell con el Gobierno británico para desenmascarar a comunistas, el historiador político Timothy Garton Ash obtuvo la lista de manos de la hija de Celia Kirwan, que falleció el otoño pasado, y ha publicado un extenso artículo en “The Guardian” pocos días antes de la celebración del centenario del autor.

Es imposible predecir qué actitud política habría tomado Orwell sobre Vietnam, mayo del 68 o el actual hegemonismo norteamericano de no ser por una muerte prematura. Lo que está claro es que se habría granjeado tantos enemigos como amigos y probablemente no hubiese sido idealizado como el John Kennedy de la literatura británica o el James Dean de la llamada guerra fría, visionario del creciente control estatal, símbolo de la pureza periodística y la integridad intelectual.